Resulta que cuando
se pone a doler el dolor propio de las pérdidas irreparables, la consciencia se
torna una brasa, es como un mordisco fresco, abierto y sangrante. Nos lo
volteamos a ver y allí está, hinchado en el cuerpo hecho de carne y se siente
punzante y no podemos creer en su existencia, en eso que hoy está y ayer no
estaba. Así de contundente es la muerte. Somos unos proyectos de cadáver desde
que nacemos, y sin embargo poco nos acostumbramos a la simple idea de que todo
eso que brilla y se llama vida, se acaba todos los días para millones de
personas. Los de otros y fatalmente también los nuestros.
El Sr. Calleja
-porque eso era, un señorón- fue un coleccionista admirable que siendo
jalisciense vivió casi toda su vida en Cuernavaca. Hoy martes lo despediremos
algunos morelenses en una funeraria ubicada en la Avenida Morelos, a unas
cuadras de su casa. Estaba enfermo desde hace tiempo. El cáncer, esa carcoma
que avanza enloqueciendo células, deglutiendo esperanzas hizo su tarea con su
alto y delgado cuerpo. Nunca con su inteligencia y sensibilidad. Todavía lo
vimos hace unas semanas en el mal llamado Museo de la Ciudad, saludando a sus
admiradores. Cumpliendo él con sus amigos. Tan amable como siempre, tan
cariñoso con quienes consideraba sus cómplices en la pasión por la historia
mexicana.
En este estado, a
él acudíamos los investigadores, los enamorados del arte y de la historia
cuando queríamos saber sobre la Revolución Mexicana, la historia del estado, en
especial sobre Emiliano Zapata, una de sus pasiones. Tenía -tienen sus hijos,
Francis su esposa-, documentos cuyas firmas, fechas, datos, letras, caligrafías,
curiosidades explicaba como un experto. Pero la cosa no quedaba allí, una vez
instalados con los ojos abiertotes ante los archiveros, íbamos descubriendo
cómo una cosa lleva a la otra y cómo lo que unos consideran desperdicios, a
otros les provoca un profundo amor. Lo digo no por los documentos, valiosos
depositarios de datos, sino porque Calleja también mostraba curiosidades como
monedas defectuosas nunca puestas en circulación o anillas de los puros. Por
cierto, cuántas veces me dijo el nombre de este tipo de coleccionismo y yo sin
poder retener el nombre.
Para quienes
estamos interesados en el mundo del coleccionismo es muy claro el hecho de que
este tipo de creatividad propia de los seres hipersensibles a la belleza, se
torna un intento logrado de transformación del mundo: nos une a los humanos
frente a lo que conmueve y por eso, entendemos al coleccionista en los límites
de la santidad. Y no es exagerado lo que digo: pensar que hay quienes se
dedican a juntar cosas para que otros las gocemos consuela mucho. ¿Se puede
hablar de cantidad con respecto al consuelo? ¿Nos consolará un poco la idea de
la conservación de su colección a quienes lo apreciábamos tanto?
Recuerdo haber
estado en su casa tratando de convencer a las máximas autoridades estatales
relacionadas con cultura, de que este hombre merecía que se hiciera realidad su
sueño de contar con un museo de autor dedicado al diseño y a la historia de la
vida cotidiana. En otros países este cúmulo de objetos únicos (pianolas,
gramófonos, máquinas de coser, teléfonos, monedas, armas, botellas, planchas,
etc) darían para más de un museo, también único, por estar dedicado a
satisfacer la curiosidad sobre la vida de nuestros antepasados.
Desgraciadamente
mientras él vivió no fue escuchada su propuesta y lo más doloroso es que por
obra y gracia de la generosidad que lo caracterizaba, él hubiera donado todo al
estado: lo que quería era que la colección se conservara completa y al recinto
se le pusiera su nombre, requisito no sólo obvio en la historia de los acervos
museísticos (porque el coleccionismo también es una forma de identidad), sino
un acto que hubiera sido de generosidad en espejo, un acto de buena voluntad
por parte de los diversos gobernantes a los que se les hizo la propuesta.
...
Porque todos
hablamos con nuestros muertos y porque a veces no podemos despedirnos de ellos,
yo le dedico esta columna de hoy a mi amigo Roberto Calleja. Intento que sea un
humilde homenaje a su valentía y amor
por la belleza y la originalidad propia de muchos objetos. Me despediré de él
más tarde diciéndole que espero volvérmelo a encontrar entre sus cosas, que
espero visitar su casa de nuevo, abrazar a su familia, buscar sus palabras en
la música de los aparatos cuya manivela accionaba sosteniendo una sonrisa orgullosa,
esperando la segura reacción de asombro, de nosotros los espectadores embotados
por el ajetreo cotidiano.
...
Consuela un poco
que podamos conservar las cosas de los seres amados: para contrarrestar la
traición de la memoria recurrimos a la magia de los anteojos, la camisa
preferida, la agenda que usaba el o la que nos deja. Afortunadamente Don
Roberto lega miles de objetos dispuestos para que los mexicanos podamos recrear
el pasado. Afortunadamente eso también nos hará recordarlo a él. Me voy deseando
que algún día podamos contar con el museo que con tanta ilusión él soñó.
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