jueves, 10 de julio de 2014

Vas a ver: Nueva York: indispensable para sobrevivir

Es lugar común, pero es cierto: los viajes ilustran.

Es cierto, pero poco aprovechado: los museos nos trasladan a otros tiempos y realidades, nos hacen vivir la belleza (o el horror transformado en belleza), in extremis. Vibrar.

Nueva York, aquella ciudad que se dice compraron los holandeses por 26 dólares a los habitantes originales, es el paraíso para los amantes de la cultura organizada para el consumo masivo. Es verdad que la mayoría de las veces los dineros no alcanzan para aventurarse hasta allá, y sin embargo, hay que ir. Como Manhattan no hay dos para escapar de la mediocridad de la vida cotidiana.

Habiendo dedicando esmerada atención y enamorado corazón a varios de los museos landmark de la ciudad de los rascacielos la semana pasada, quiero compartirles algunas de mis mejores vivencias, imágenes, recuerdos, aprendizajes, emociones. Puros regalos para el alma, reencuentros con la vida.

En el Metropolitan Museum, conocido entre los neoyorquinos como “el MET”, la expo de Carpeaux, escultor francés del XVIII que sin el menor pudor imitó la materia humana (carne y emociones) con mármol, yeso y barro, logra que nuestros sentidos desafíen la razón: ¿esos músculos son de piedra? ¿cómo logró expresar el artista a tal grado el sufrimiento de un padre por sus hijos?¿de dónde el artista saca esa destreza creativa que lo eleva a rango divino?¿por qué siendo tan talentoso como artista sufrió e hizo sufrir tanto a los humanos?

Luego, de ver esta y otras dos muestras temporales  -una de ellas sobre el arte budista extendiéndose por Asia en el siglo VII--, me dediqué a los highlights del museo -la visita que propone el director Thomas Cambell para la audioguía-, paseo que se convirtió en el postre del día, porque deambular entre miles de obras de arte escuchando comentarios sobre algunas piezas selectas, sin prisa, con la posibilidad de repetir el explicativo en el idioma materno, es un regalo que no debe desaprovecharse.

La Biennal de Whitney, por otra parte, me dio la oportunidad de conocer no sólo a los mejores, a las más jóvenes promesas del arte contemporáneo norteamericano, sino de sopesar lo que los curadores más afamados del momento proponen para el arte contemporáneo.  De lo mostrado en las muchas salas ocupadas por este evento icónico del arte de vanguardia, se concluye que la sexualidad ya no será el tema fundante del arte, pero que cuando aparezca, lo hará con una crudeza que espanta (Travis Jeppesen); entendemos que la tecnología seguirá siendo el soporte o medio de muchas obras de arte, pero ya no será indispensable y lo mejor de todo, queda claro que la vuelta al objeto es real, que la destreza propia del dibujo y la maestría de lo bien pintado volverán a ser las estrellas del juicio estético (Paul P., Elijah Burgher, Joel Otterson, Laura Owens). ¿Lo que más me gustó de la bienal? Que es resultado del revisionismo de la historia del arte y que las técnicas llegan a tal grado de sofisticación y mezcla de lenguajes, como para que la obra de un tal Karl Haendel sea inolvidable.

Por cierto, en el segundo piso el tótem-cruz (la pieza se llama “Choose any three”), de Jimmie Durham, artista que actualmente reside en Berlín, pero que trabajó en Cuernavaca algún tiempo, me recordó lo impactante que puede ser para un extranjero la historia de México: su escultura propone que escojamos tres nombres de entre varios que son míticos, figuras fundacionales o arquetipales, una de ellas Emiliano Zapata.

Por lo que respecta al MoMA, encontrarme con las piezas de Rivera, Orozco, Siqueiros, y Frida, me garantizó un buen comienzo del día, pero la sorpresa me la llevé al toparme con las fotografías de Robert Heinecken, cuyos complejos montajes y elaborados collages no conocía, y a quien pienso dedicarle tiempo de estudio porque es uno de los fotógrafos más importantes del siglo XX. El artista juega con la hiper-realidad haciéndonos dudar de sus fotografías que parecen dibujos porque a veces son las dos cosas, pero sobre todo, porque trabaja con imágenes que vienen de los propios medios de comunicación y por lo tanto los pone en tela de juicio.

Sin mucho espacio para abundar más en lo vivido recientemente a través de los sentidos, les comparto que en el Museo de la Ciudad de NY, la expo de Graffitis (la colección de Martin Wong) me dejó con la boca abierta: resulta que el medio expresivo visual que comenzó llamándose “writings” (escrituras) y que era de y para los transeúntes marginados del gran arte, terminó siendo un arte de galería que se vende hoy en miles de dólares: algunos de los graffiteros de aquellos días hoy son diseñadores de grandes firmas como Nike y viven del arte que se vende a coleccionistas en establecimientos elegantísimos. El graffiti es hoy obra de caballete, cual vuelve a probar que todo en la vida, hasta la contracultura, se torna artículo suntuario.


Por último, les cuento, queridos lectores y lectoras, que la colección de joyería de fantasía y piedras semi preciosas de la socialité mexicana Barbara Berger es un estupendo ejemplo de lo que se puede hacer con dinero y por pasión. Expuesta en el Museo de Arte y Diseño (Mad Museum) en Columbus Circle, la selección demuestra cómo la moda y el cuerpo pueden dejar de ser lo superfluos que son la mayoría del tiempo, para convertirse en el soporte de la creatividad y el artificio más sofisticados del mundo.

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