lunes, 28 de junio de 2010
La vida: ¿se vive o se escribe? Reflexiones sobre la vocación artística
Frecuentemente me pregunto y les pregunto a otros si la vida se vive o se escribe; tal cuestión va dirigida no a confundir al oyente, sino a tratar de entender la mente de quien me interesa como interlocutor. Si escucho un apasionado “la vida se lee”, quien me habla recibe en mi lista de amores un punto a favor, pero si oigo un “la vida se vive”, entiendo prejuiciosamente que la literatura es, frente a la practicidad de la vida, una pérdida de tiempo y por lo tanto me gano una puñalada en el corazón.
Aunque la respuesta más inteligente pareciera ser “la vida se vive cuando no estás leyendo” --cosa que una aguda amiga me respondió hace poco--, yo tiendo a pensar que la vida se lee, se escribe, se pinta y se modela o se esculpe. Vivo, como quien dice, a través del arte y por el arte, porque nada hay para mí más placentero que pensar en términos estéticos y referencias literarias. Coincido con el Quijote en el hecho de que gozar de la mente y el alma de otros es un privilegio y por eso he llegado a la conclusión de que bien vista, la creatividad es la salvación del mundo, el cielo entero.
Parto de lo anterior para abordar las vocaciones de algunos escritores, entre ellos José Saramago y Carlos Monsiváis, quienes hicieron de la reflexión estética una profesión y representaron dos místicas del artista diferentes, dos maneras de leer y (d)escribir el mundo.
De vocaciones fe
La vocación es según su acepción literal, una llamada espiritual, pero en el campo de la estética, el hecho de sentirse llamado a consagrarse al arte tiene que ver con la fe inquebrantable en el propio juicio y su capacidad discursiva y responde a una necesidad interna muy fuerte. Pero ¿sigue esta vocación una misma ruta hacia la consciencia?
Para Adolfo Echeverría, destacado narrador, poeta y profesor de literatura avecindado en Cuernavaca: “La práctica de la escritura —y del arte en general— reviste muchas modalidades y depende de diversas determinantes. Hay, en efecto, elementos definitorios que se presentan frecuentemente y que parecen sugerir la instauración de un `norma’ consistente. No obstante, he llegado a pensar —por haberme detenido en las circunstancias de vida de algunos creadores— que todo gran escritor, en menor o mayor medida, representa más bien una suerte de excepción a la regla. Haces referencia a la vocación tardía de José Saramago, y pienso, en contraparte, en todas esas vocaciones insospechadas, súbitas, fulminantes. Pienso emblemáticamente en Arthur Rimbaud, en Raymond Radiguet, en Sylvia Plath o Georg Trakl; y también en Francesca Woodman, en Basquiat, en Ana Mendieta... Y creo que para cada circunstancia —para cada biografía— cuya vocación es determinada por un elemento concreto (edad, género, situación familiar, histórica, social o política) existen `casos’ que ponen en tela de juicio lo que para otros habrían significado determinantes absolutas. A veces una vocación parece una consecuencia natural, a veces hay que tomarla por asalto. Respecto a la pregunta que me haces, pienso que en un sentido literal, la vida se vive. Pero sostengo, paradójicamente, que escribimos y leemos porque, en el fondo, buscamos averiguar lo qué es, en verdad, la vida.
Leer para vivir: la crítica y la crónica como vocación
En el caso de Carlos Monsiváis, pudiera afirmarse que tomó la decisión de volcarse al mundo del lenguaje escrito por una necesidad irrefrenable de dialogar con la cotidianeidad a partir de una extraña y poderosísima capacidad de interconectar textos, ideas e imágenes. Sin ánimos de aclarar su proceso creativo –cosa imposible por la simple razón de que en el inconsciente descansan los resortes que basan los deseos humanos--, diríamos que parte del trabajo de Monsiváis consistió en ligar y devolver pasados por un sentido del humor negro muy personal --aunque al mismo tiempo muy mexicano— los conceptos vertidos por otros en los textos dedicados al análisis de la alta cultura. Al mismo tiempo, es innegable que mantuvo un permanente y lúcido diálogo con el hipertexto periodístico.
De acuerdo con Alicia Zendejas, crítica literaria, secretaria del Premio Xavier Villaurrutia, Monsiváis fue tan autocrítico que no se atrevió a publicar poesía, porque no hay más que revisar su edición sobre la poesía mexicana del siglo XX, para darse cuenta de cuánto sabía. “Sus vocaciones eran la humildad y el pueblo –dice--, sus ojos eran el pueblo, no lo digo por demagogia, sino que nunca se despegó de sus orígenes humildes. Nunca abandonó esa mirada. Eso le proporcionó la oportunidad de la crítica aguda, para corregir las barbaridades lingüísticas que las Cámaras, Alta y Baja, el magisterio y algunos políticos cometen. El dinero que ganaba lo gastaba en lo que compraba, porque hay que entender que su vocación también fue la del coleccionista, y esa ambición no se sacia. Siempre hay algo que no se tiene y por eso él sufría. Su otra vocación era la religiosa, recitaba pasajes enteros de la Biblia de memoria, fue pentecostal y evangelista. Un día, por cierto, se le puso al brinco a Octavio Paz al corregirlo sobre un texto evangélico: “No se te olvide que yo soy Guadalupano, aunque tú sepas más de esto y seas evangelista, le respondió Paz a Monsiváis.”-
Vocación a fuego lento: escribir para ser
Por su parte el Premio Nobel de Literatura José Saramago afirmó que escribía para desasosegar y para ser lo que irremediablemente se es, a pesar de las circunstancias. Según confesó, escribía porque pensaba que el mundo estaba echado a perder y la función de la literatura –si acaso hubiera que encontrarle alguna—era recordarle al lector que el optimismo no era una respuesta apropiada para la vida actual: “En cierto sentido, se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que soy hoy; sin ellos tal vez mi vida no hubiese ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar: la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser”.
Se ha dicho que Saramago fue un escritor precoz y tardío, pero de tales antinomias habría que enfatizar la demora porque la misma implica la imposibilidad de la negación de la verdadera vocación. Recordemos que Saramago se retiró de la escritura 20 años por ser extremadamente autocrítico, pero que negoció consigo mismo al dedicarse al periodismo –calzarse los lentes para leer críticamente es otra manera de escribir— hasta que no pudo más y se sentó a mecanografiar novelas a los 60 años de edad.
Habiendo nacido en el seno de un hogar muy humilde, Saramago se aventuró por el camino de la autodidaxia y buscó los medios para acercarse al libro, lo cual habla definitivamente de una vocación, de un llamado a remontarse por encima de la mediocridad. Ω
Publicado La Jornada Morelos, 26 de junio de 2010
http://www.lajornadamorelos.com/noticias/cultura/88217-la-vida-ise-vive-o-se-escribe-reflexiones-sobre-la-vocacion-artistica-
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario