martes, 1 de junio de 2010

Magritte: Si no fuera…


Si no fuera porque vive tan lejos, lo visitaría más seguido.
Si no fuera porque su sentido del humor es tan “british style”, sus cuadros se considerarían chistes.
Si no fuera porque a veces lo siento acartonado, su obra me haría llorar de gusto.
¿De quién hablan tan extraños elogios? ¡De Magritte, que está de visita en México!, en el Palacio de Bellas Artes, esperándonos con todo y una audioguía que permite, por momentos, la abstracción y el aprendizaje significativo.
¿Por qué “aprendizaje significativo”?, porque una exposición como esta resulta ilustrativa además de gozosa. Frente a la obra magritteana uno aprende sin querer; no a partir de la lectura de datos y referencias histórico artísticas, sino a partir de la puesta en marcha del sentido común. ¿Cómo es esto?
Resulta que a Magritte le interesaron siempre las relaciones entre el lenguaje y la imagen; él creía que el entendimiento de su obra debía darse a partir de los enunciados que él proponía como títulos, y que la representación de figuras rebasaba la intención de mimesis.
Poblada de objetos comunes, su pintura va más allá de la escenificación anodina, la lectura de paradojas y discrepancias es lo que atrapa su atención. De este modo pone en entredicho el concepto de realidad, llama a cuentas a la perspicacia y el sentido común del espectador.
Surrealismo a la Magritte
Reconocidas sus propuestas como surrealistas por haberse iniciado como seguidor de André Breton en el París de entreguerras, Magritte muy pronto se dio cuenta de que el camino del automatismo puro no le sentaba a su espíritu extremadamente racionalista y ordenado. Así que sin pelearse definitivamente con el padre del surrealismo, este pintor de origen belga decidió inaugurarse como un surrealista particular, seguir un camino privado ==influido siempre por Giorgio de Chirico, el pintor metafísico==, mismo que si bien partía de las teorías del inconsciente y los productos de la mente no racional, se iría decantando por el lado de la mente productora del lenguaje: logró, así, darle al mundo del pensamiento lógico y poético (la poesía entendida como “lo innombrable”), una nueva faceta en el mundo del arte.
En 1929, Magritte publicó en la revista “La Revolución Surrealista” un recuadro que, bajo el título “Las palabras y las imágenes” recogía 18 pequeñas viñetas comentadas por breves textos axiomáticos. Tal texto es como una especie de “diccionario” o instructivo para leer sus posteriores pinturas, y reproducido en parte en una de las mamparas del Palacio de Bella Artes capitalino, nos lleva de la mano por la obra que postula una coherencia relativa del mundo que consideramos real o racional. Abre la puerta de una semiótica de la imagen que continuarán otros explotadores y exploradores de lo visual, como pueden ser los publicistas y los diseñadores gráficos. “A cada palabra corresponde un significado que siempre podrá ser sustituido por otro”, dice, relativizando la contundencia del pensamiento racional. “Un objeto no cumple jamás la misma función que su nombre o su imagen”, agrega.
Las ganas de explicar algunos puntos de lo que los estudiosos del lenguaje conocen como retórica, llevaron a Magritte a pintar metonimias (la parte por el todo) cuando se ocupa de hojas que son árboles; a invertir de lugares comunes, cuando pinta un cuerpo de pez con piernas de mujer (sirena al revés); a romper escalas arbitrariamente (manzanas que llenan una habitación); y a crear imágenes tan desconcertantes como el vestido-cuerpo acompañado de los zapatos-pies o un busto de piedra que sangra.
Y aquí me permitiré recordar el lugar más visitado de la obra magritteana, me refiero a “El Imperio de las luces” en sus varias versiones, porque es tal vez, el mejor ejemplo de la paradoja visual. Se trata de aquella pintura en la que el cielo diurno sirve de fondo a una escena nocturna, en la que aparecen casas y árboles, iluminados por un farol encendido.

Lo veo y no lo creo…
Interesado en los asuntos de la visualidad y de cómo ésta, que creemos nuestra mejor arma para situarnos en la realidad nos engaña, Magritte –quien pintaba en la sala de su casa sin ensuciar el tapete ni por casualidad--, logra hacernos conscientes de la función interpretativa de la mente. No sé que opinaba Rudolph Arnheim, el autor del libro más famoso sobre la percepción visual de quien hoy nos ocupamos, pero me atrevo a pensar que fue puro deleite retiniano para él.
Un jinete y su caballo se nos presentan entre los árboles del bosque, creemos estar viéndolos completos, cuando en realidad desaparecen de nuestra vista algunas partes porque las tapan los troncos de los árboles; sin embargo, por un efecto que llamamos cerramiento nuestra mente termina interpretando o viendo ambas figuras completas. De tales asuntos se ocupa Magritte, el padre del arte conceptual, las ilusiones ópticas y la semiótica del arte, a quien hay que visitar antes de que se vaya la obra, y se va a principios de julio.Ω

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