miércoles, 2 de junio de 2010

Goya ¿misógino?


Alejada de nosotros en tiempo y espacio, la obra de Francisco de Goya y Lucientes (Fuendetodos, Zaragoza, 30 de marzo de 1746- Burdeos, Francia, 15 de abril de 1828) suele hacerse acreedora de comentarios más vinculados con el prestigio que envuelve a su autor que a sus propios méritos. Y si bien las majas (desnuda y vestida), Saturno devorando a sus hijos y Los fusilamientos del 8 de mayo de 1808 han ocupado las páginas de algunos de los libros de arte más difundidos del siglo XX, tal situación no ha contribuido a aumentar la opinión que de su obra plástica se puede obtener, ni forma juicio crítico con respecto a lo que el pintor pudo haber aportado al arte y la cultura universales. Estoy hablando, claro está, del conocimiento que el común de la gente tiene de esta faceta de las llamadas bellas artes y no del museum goer habitual.

Tal prestigio “goyesco”, por otro lado, no deja de sentirse un poco falso en tanto lo han inflado el mundo del cine comercial (Goya en Burdeos, 1999, Carlos Saura, Goya´s Ghost, 2006, Milos Forman) y la patografía del arte: resulta que los trastornos sufridos por el artista y su supuesta relación amorosa con la Duquesa de Alba son los tópicos más desarrollados de su biografía en imágenes. A esta fama no deja de contribuir, sin embargo, el libro de Folke Nordstrom titulado “Goya, saturno y melancolía” (Editorial Antonio Machado, Madrid, 1989), mismo que por vincular la locura del genio español con un mal de época, el saturnismo o envenenamiento por plomo, contribuye a darle un aire de modernidad a la historia.

Entendido así, Goya sigue habitando de manera parcial la historia de los genios locos. A este perfil biográfico, y si quisiéramos continuar con la historia negra del artista, le faltaría sin embargo, el ingrediente de la misoginia que caracteriza gran parte de su imaginario. Pero ¿Era Goya verdaderamente un misógino o el desprecio evidente con el que caracteriza a la mujer en muchos de sus grabados es el resultado de la cosmovisión de la época?

La imaginación romántica
“El repertorio de rasgos y gestos grotescos que Goya emplea en los ‘Caprichos’ presenta conexiones con los estudios de caracterización fisionómica, por lo que es probable que consultara en Cádiz el tratado de Lavater ilustrado por Fuseli”, escribe Javier Blas Benito en el texto dedicado al análisis de los 80 grabados titulados “Caprichos” elaborados por Goya entre 1797 y 1799 . Tal comentario se refiere a la consulta que pudiera haber hecho Goya, en la biblioteca del comerciante Sebastián Martínez, de los 4 tomos de la edición francesa de un curioso ensayo sobre fisiognomía publicado por el teólogo suizo Johann Caspar Lavater en 1781 . En el mismo, el pastor protestante describía las relaciones, para él evidentes entre la forma de los elementos que componen el rostro y el carácter de las personas, una idea que cuenta con una larga historia que involucra los nombres de Aristóteles, Gianbattista della Porta y Sir Thomas Brown, hoy considerada folclórica. Tal idea sin embargo es útil y al mismo tiempo desconcertante para el caso que analizamos, porque si bien le sirvió de inspiración a Goya para satirizar a los personajes de esta y otras series de dibujos y grabados, la categoría estética de lo grotesco (femenino) típica de cierta parte de su obra queda aún sin explicación satisfactoria.

¿Por qué la condición misógina del pintor nacido en un pequeño poblado de Zaragoza? Las pocas imágenes aquí reproducidas bastan para demostrar que Francisco de Goya elige un aspecto poco halagüeño para la representación de la mujer, que ésta viene a ser la mala de las historias que elige representar, la que pervierte a la humanidad por coqueta, la que incluso hace gala de mucha perversión cuando maltrata al hombre físicamente.

Lo grotesco ¿es lo goyesco?
Señala Blas Benito, el experto al que hemos venido recurriendo para este texto, que “Como producto cultural de su época, parece incuestionable la acumulación de la herencia de la literatura española, la caricatura europea o el arte y el lenguaje populares. Goya pudo haber tenido en cuenta diferentes tradiciones satíricas, algunas cultas, otras vulgares, desde la ambigüedad semántica de la literatura del Siglo de Oro a los modelos vigentes en refranes, expresiones proverbiales, composiciones folclóricas y representaciones teatrales, pasando por la asimilación de fuentes emblemáticas y estampas satíricas.”

Ahora bien y nos deja saber el mismo autor, una cosa son las referencias culturales y otra el producto de la selección e interpretación de las mismas. Y aquí bien podemos inferir que lo goyesco reside en la actitud pesimista del autor, dada no sólo por la melancolía a la que tendía de nacimiento (esto es cosa de la personalidad y se habla de ella recurrentemente en sus biografías), sino por las enfermedades que lo aquejaron, incluida la sordera. El alejamiento del autor de la sociedad al final de su vida, obligado por las mismas, por supuesto contribuyó a acentuar su misantropía.

Esta tesis viene a comprobarse cuando encontramos que la estética de lo grotesco cristaliza en dos series de trabajos posteriores, las llamadas Pinturas Negras y Los Disparates.

La relación entre el texto y la imagen en los Caprichos
Otro elemento que vale la pena destacar de la lectura de los Caprichos, es la relación entre la imagen y las leyendas escritas debajo. Se sabe que Goya no fue el autor en todos los casos de los comentarios escritos a mano o grabados en la lámina que precede a la estampación, y que el dramaturgo Abelardo López de Ayala también le metió mano al asunto. Sin embargo, vuelvo a destacar que los mismos comentarios insisten en el mal comportamiento de la mujer, además de que la cantidad de las imágenes destinadas al asunto femenino, su composición y desarrollo evidencian la atención puesta en lo malo y no lo bueno.

Fuera de los casos en los que se quiso identificar a algunos personajes (Carlos IV, María Luisa de Parma, Mauel Godoy), las imágenes suelen generalizar algunos comportamientos considerados por la moral cristiana como pecaminosos. La mujer joven aparece en primeros planos realizando acciones (se hace gala del vigor y no de la pasividad asociada típicamente a la mujer buena), se hace acompañar de viejas acentuadamente feas (lo cual contribuye a la lectura tendenciosa de la imagen), se le da preferencia a la vida galante de la mujer aún cuando se esté narrando el caso de un secuestro, y se hace hincapié en el hecho de que la hermosura distrae y maleduca. Llama la atención además, el hecho de que se le asocie con pájaros (éstos suelen escapar, distraer y están vinculados, en la cultura popular, con el aparato genital masculino).

Destacan en estas páginas los casos: “Que se la llevaron!”, “El amor y la muerte”, “Bellos consejos”, “Todos caerán”, “Ruega por ella” y “No te escaparás”. (Los originales se conservan en el Museo del Prado y la Biblioteca Nacional de Madrid).

A estas alturas, me atrevo a apuntar que si Goya hubiera conocido la teoría sobre la frenología, aquella rama de la criminalística que en el siglo XIX midió cráneos buscando el germen de la mente asesina, habría amplificado aún más las cabecitas femeninas. Y esto me lleva a preguntar: ¿Será este el antecedente de la caricatura política actual, dedicada con énfasis a las cabezas de los personajes? Ω

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