martes, 15 de junio de 2010

Manuel Felguérez: otra visita



Mi relación con el pintor Manuel Felguérez comenzó de manera involuntaria. Se dio de oídas antes de que yo me dedicara a escribir sobre pintura y pintores. Su madre, Consuelo Barra Aspe se casó con un hermano de mi padre, el tío “Jaibolo” -Xavier González Serrano-, un personaje al que nos gusta recordar en familia por las anécdotas emanadas de su personalidad dada la bohemia, aunque nada memorables, hay que decirlo, entre quienes compartían la vida cotidiana con él: entre otras cosas, se bebió la tienda de abarrotes que ella le puso en la contra esquina de la casa de ambos, ubicada a una cuadra del famoso Reloj Chino de Bucareli. Por algo Felguérez, el pintor más valorado hoy en día por los mexicanos, no menciona en las entrevistas que se le hacen, ni el segundo matrimonio de su madre, ni su primera juventud transcurrida, ya en la Ciudad de México al lado de doña Consuelo y sus dos hermanos menores. A Felguérez lo conocemos a partir del descubrimiento de su vocación y su viaje en barco con Jorge Ibargüengoitia, y viene a hacerse parte del imaginario colectivo cultural cuando su relación con la Ruptura lo lanza por los vericuetos de la llamada contracultura de los sesenta, hoy tan encumbrada como la Escuela Mexicana de Pintura, aquella contra la que se definieron estos universalistas.


Estábamos pues, en que Felguérez, el hijo mayor de la risueña Consuelito fue artista desde muy joven, aunque no se percató de ello hasta años después, como bien lo señalan los textos de sala de la exposición: Manuel Felguérez. Invención constructiva, presentada del 3 de diciembre de 2009 al 7 de febrero de 2010 en el Palacio de Bellas Artes, para conmemorar más de 50 años de carrera artística del autor. Pocos saben que de niño le dio por los boy scouts y que ya en el camino de las andanzas campestres descubrió el oficio del taxidermista: disecaba animales por placer y eso, que se puede entender como una forma muy particular de escultura, lo introdujo al mundo del volumen y la figura del animal transfigurado en figura fantástica. Poco después comenzaría a diseñar artesanías de lámina de fierro doblada, oficio al que le dedicó años. Lástima que ninguna de estas figuras se ve en la muestra retrospectiva.
Aquí tal vez valga la pena recordar que, en vista de que doña Consuelo heredó el capitalino Teatro Ideal –perteneciente a su familia--, es lógico suponer que el arte y la cultura se vivieran en casa como algo no tan alejado de la vida diaria. No en balde Luis Felguérez –hermano de Manuel- , al que en más de una ocasión visité en su particular tienda de miniaturas a la Zona Rosa y Toño, el hermano de en medio, vivieron muchos años gracias a las artesanías mexicanas, el primero dedicándose a un género poco apoyado en el país, la miniatura; y el segundo gracias a lo que el famoso hermano Manuel diseñaba en lámina, trabajo que como digo, muy pocos conocen.


Pero a Felguérez el famoso y admirado, al que me gusta preguntarle cosas sobre el México que vio nacer la modernidad pictórica de los años sesenta, al que ideó la Máquina Estética y trabajó con Jodorowsky, lo he venido a conocer creo que más por Mercedes Oteyza, extraordinaria y controvertida mujer con la que lleva más de treinta años de casado. Al de Lilia Carrillo, en cambio, lo he leído en libros y reseñas y lo he buscado en el abstraccionismo informalista de ella, por aquello de las posibles influencias, sin mucho éxito.

Cuando uno pregunta por él, es Meche la que acude al teléfono con la respuesta común: “Está trabajando porque nos vamos a Nueva York… y es que estamos a punto de irnos a Puerto Vallarta…y es que le acaban de encargar un mural para el Museo de Antropología y no se da a basto…”. Así que es ella la que me cuenta, en primer lugar, lo que está haciendo el Manuel, al que admiro y quiero en primer lugar por su pintura resuelta, por los infinitos temas que me regalan sus informalismos recientes, por los colores que sólo él puede lograr para esas enormes telas a las que se atreve, y sobre todo porque las decora en el último momento con hilos de oro y de plata, hermoso barroquismo mexicano que le viene del Zacatecas amado y del jugueteo sin fin al que se dedica con la máxima seriedad del mundo.


A Meche le dedico estas líneas porque de ella hay que hablar cuando se trata de lo acontecido en la cultura del México de la segunda mitad del siglo XX (estuvo casada con Juan García Ponce, a quien hay que leer cuando se quiere uno dedicar a este oficio de la historia y la crítica de arte), pero también se las dedico al venerado Manuel por valiente y por trabajador; creo que el empuje que movió a Diego Rivera y a Picasso se repite en su caso y para quien lo dude allí están el “Tzompantli” de 130 metros de largo que acaba de inaugurar en el Museo de Antropología, el mural del Instituto Politécnico y el de la Secretaría de Educación Pública próximo a estrenarse.

¿Qué más decir de las imágenes recopiladas por el amplio grupo curatorial que se encargó del montaje? ¿Qué añadir sobre sus ensamblajes de chatarra, para nada hermanos de los producidos por algunos dadaístas, o Chillida, o Brancussi o Nevelson, sino totalmente autónomos? Si acaso que se torna obligatorio acudir al centro de la ciudad a verlo y reverlo, porque lo propuesto por este grandísimo creador nacido en el municipio de Valparaíso, Zacatecas el día de la Virgen de Guadalupe del año 1928 forma ya parte de lo más memorable y gozoso de la cultura universal.Ω

1 comentario:

  1. Felicidades María Helena, por tu blog. Son pocas las personas que hacen una labor consistente de crítica en el ámbito del arte nacional con esta persistencia y seriedad.

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