viernes, 18 de junio de 2010
Mundo de juguete: reflexiones sobre el nacionalismo a partir de dos propuestas museísticas y la publicidad de los centenarios.
Construir identidades, motivar la reflexión sobre los mitos fundacionales, analizar imaginarios colectivos y proponer discursos que enorgullezcan al ciudadano son los temas más políticamente correctos del momento; no obstante salidos de su ámbito más digno -–la academia— y transformados en retórica oficial y en temática de exhibiciones museísticas, plantean por lo menos dos interrogantes: ¿Por qué el nacionalismo se vincula siempre con el folklore? ¿Por qué a los mexicanos se nos dan el humor y el juego a la hora de la reflexión histórica?
Vasconcelos re-loaded en el MAM
En el Museo de Arte Moderno capitalino (MAM) acabo de ver una muestra que desde el ámbito culto y estando muy bien trabajada, no deja de recordarme que yo soy más que el mole poblano, el tequila de Jalisco y los trajes de china poblana con los que se me identifica cuando viajo al extranjero.
Dedicada a abordar la construcción del imaginario nacional, Facturas y manufacturas de la identidad, explora el papel de las artes populares en los lenguajes plásticos de la modernidad mexicana; analiza sus repertorios formales y sus temáticas y da cuenta de cómo la vitalidad y el ingenio popular de esos años transformaron la visión y la vida de nuestros artistas e intelectuales. La misma enfatiza el hecho de estas facturas de la identidad derivaron en la conformación de cuadros estereotípicos y eso es lo que me interesa porque tales clichés se siguen difundiendo y oficializando hoy en día, a casi 100 años de distancia.
Como bien sabemos, apoyado por el presidente Álvaro Obregón, el filósofo y abogado José Vasconcelos se propuso darnos patria partiendo de la Grecia de Pitágoras y la India de Buda como modelos históricos. Sus ideas, según José Joaquín Blanco, uno de sus mejores biógrafos, “representaron el movimiento más original y políticamente más eficaz de la cultura mexicana en muchos años”. Vasconcelos entendía la cultura como una estrategia descolonizadora, pensaba que sacaría al pueblo de la esclavitud social de la incultura y el analfabetismo, y como no había políticas culturales instrumentadas, tuvo que inventar sus propios métodos, improvisar discursos y sobre todo ilustrarlos1.
Parte de su estrategia, como todos sabemos, fue pedirle a los pintores allegados a él que crearan una suerte de espejos de la vida cotidiana del país, que rescataran los momentos más sublimes y pintorescos (con la carga de tragedia que implica lo sublime) para ir armando la estampa del “México mexicano”, valga la expresión: quería una estampa colorida y exótica del país que había vivido afrancesado y yanquizado los últimos años.
De este modo, entiendo que el águila y la serpiente, los colores del lábaro patrio, los alimentos típicos, el color de los mercados, los milagritos de hojalata y los trajes de charro y de tehuana –por poner los ejemplos más conocidos—, la Virgen de Guadalupe y las fiestas populares vendrían a conformar los temas representativos de la estampa nacional, según la selección de las variadas piezas de la exhibición del Museo de Arte Moderno. Lo que no me queda claro es porqué desde las esferas del poder se sigue planteando la misma estrategia que hace cien años, para conformar “el imaginario nacionalista del México del siglo XXI”.
¿200 años de ser mexicanos?
Como se sabe, Vasconcelos iba más allá en sus propuestas regeneradoras, pero esto no ha formado parte de los discursos oficiales en torno a los festejos de los centenarios. Como dice Rius, en México nos han hecho creer que hubo una Revolución, que los héroes descansan en el mismo panteón y que sus exigencias fueron respetadas y llevadas a la práctica2.
A mí, no deja preocuparme el hecho de que a casi 100 años de haberse implementado como parte de una práctica más compleja, la factura de la identidad nacional se reduzca al rescate del color, el arte popular y el humor, identificados con lo mexicano.
¿A qué voy? A que yo no me siento el chile relleno de casa de mi abuelita, ni el piano de Agustín Lara, ni el poema de Octavio Paz, ni el papel de china de colores de las piñatas. Lo que proponen los comerciales de televisión y radio hasta el cansancio con la idea de vendernos la idea de un país unido por una historia y un territorio común, al que la narco violencia le hace los mandados, me parece reduccionista. (Y tampoco soy el “ya merito” del mundial de futbol).
Siento que la publicidad me cristaliza en una estampita de papelería y termino por pensar que estamos atrasadísimos con respecto a la imagen constantemente resignificada que proyectan otros países.
Termino esta idea reconociendo que tiene razón Lala Silva de Becerril cuando dice que los 200 años de mexicanidad tan promovidos están amenazando peligrosamente nuestra memoria histórica: “¿Y lo prehispánico, y el mundo colonial que llevamos en la sangre, y el barroco novohispano tan mexicano por derecho propio no tienen muchos más años? –se pregunta la especialista en restauración arquitectónica-- ¿no se comprobó hace poco que tenemos 90 y tantos por ciento de genes indígenas en el ADN? No es que tengamos 200 años de mexicanos, tenemos miles de años de serlo. Más bien deberían decir que tenemos 200 años de llamarnos mexicanos, no de ser mexicanos. Son dos cosas diferentes.” Puntualiza.
El coleccionismo privado y el imaginario colectivo
La segunda muestra que he visto este mes relacionada con el tema que nos ocupa es la titulada México vestido de tradición. Colección María Esther Zuno de Echeverría, un bellísimo conjunto de trajes y accesorios sobre maniquíes elaborados ex profeso en pequeño formato (aproximadamente 25 cms. de estatura).
Contrariamente a lo que se piensa y habiendo nacido en el Estado de Jalisco, desde niña la señora Zuno coleccionó objetos populares, artesanías y trajes tradicionales; recordemos que fue hija del humanista, escritor y pintor José Guadalupe Zuno Hernández, quien fungiera como gobernador de su estado natal entre 1923 y 1926. Una vez en el poder, la señora no desaprovechó la oportunidad para contagiar sus aficiones a quienes decidían seguirla por gusto o por conveniencia, pero la colección de la que hablamos nace de una pulsión diferente y por lo mismo se recibe diferente.
La misma me parece muy recomendable no sólo por su originalísima vocación, sino porque deviene documental en el sentido de que muchos de los trajes ya no se elaboran en sus lugares de origen. Dividida en Rito, Fiesta, Gala, Geografía Indumentaria y Juego, la muestra presenta prendas que reflejan de manera precisa la forma de usar la vestimenta tanto en ocasiones especiales, como en la vida cotidiana. Por el gran número de piezas que reúne y el estupendo montaje que se logró en el Museo de Arte Popular gracias a su propio acervo de juguetes y objetos populares, la misma provoca, tras el primer enfrentamiento una expresión de asombro que se transforma en sonrisa complaciente por muchos minutos.
La reflexión que me queda con respecto al asunto de la identidad nacional en este caso, es que por tratarse de una colección de unidades parecidas3, salida del gusto personal, logra un efecto poético diferente y motiva un verdadero sentimiento de orgullo por lo propio: al ser piezas hermanadas en intenciones, destacarse por la perfección de sus acabados y sin habérselo propuesto como una estrategia autopromocional (estamos hablando de objetos que pertenecían al ámbito privado de quien fuera la esposa del presidente Echeverría), se lee un orgullo por lo propio, una inclinación estética, un gusto amoroso y no una mirada impuesta desde las altas esferas del poder.
Y por más que el texto de sala establezca que la muestra se torna en: “Una magnífica oportunidad para lograr la identificación del público con las raíces del pueblo mexicano, sensibilizándolo en el compromiso del conocimiento, preservación y respeto de las formas que unen y reconocen a este país, sobre todo en el proceso de globalización en el que existe una tendencia a la estandarización”, yo prefiero pensar que la pulsión lúdica presente en cada mexicano puede dar resultados afortunadísimos si nace del corazón y no de las estrategias publicitarias y el folklor light. Ω
1CFR. María Teresa Suárez Molina, “Un avatar apostólico: José Vasconcelos”, en El éxodo mexicano. Los héroes en la mira del arte. Museo Nacional de Arte, UNAM, INBA, México, 2010. P. 217.
2“Una Revolución empieza cuando se inician las transformaciones, cuando se ponen en práctica las teorías y se cristalizan los anhelos”. Eduardo del Río, Rius. 2010 Ni independencia ni Revolución. Planeta. México, 2010.
3Me cuentan que la colección se planteó en pequeño formato por razones prácticas y que para la elaboración de los vestidos, muchas veces se tuvieron que improvisar pequeños telares de mano para que no pareciera que se manufacturaban a partir de retazos. La intención era que parecieran elaborados expresamente para los maniquíes, a escala en todos aspectos. Sin duda un preciosismo que luce.
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Querida María Helena
ResponderEliminarGracias por compartir tu percepción del arte, logras interesarnos con tu especial sensibilidad y tu auténtico interés.
Saludos
P
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