1.
En junio de 1926, Borges publicó “Profesión de fe literaria”[1], allí el autor dado a los juegos intelectuales comparaba la transacción entre autor y lector como “una confidencia”, una negociación cuya eficacia se da por la confianza del que escucha en el que escribe.
Otros llaman “contrato de verosimilitud” a esta operación que se da cuando leemos, y que no es otra cosa más que el hecho de que ante el texto bien escrito, los lectores nos creemos todo lo que está siendo narrado y luego “escuchado” o descifrado por nuestra mente. Sobra decir que esto sucede tanto en los trabajos de naturaleza realista como en los de ficción, y no habría que explicar más, salvo que las propuestas que sucedieron a las vanguardias históricas le rizaron el rizo a los preceptos básicos de la literatura.
Hoy en día, por ejemplo, podríamos hacer una breve antología de textos en los que no sólo el contrato de verosimilitud ha sido puesto en entredicho; me refiero a una serie de textos en los que además el escritor juega y confunde los conceptos de autor, narrador y personaje, e incluso va más allá escribiendo textos que se niegan a sí mismos como textos acabados o confunden su género.
Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Salvador Elizondo son tres de los más preclaros escritores que abordaron el proceso creativo desde la escritura desde un punto de vista metalingüístico. La idea de que el texto es siempre la versión preliminar de algo que nunca llegará a ser porque siempre puede corregirse; la idea de que los personajes del texto pudieran reclamarle al autor sus vidas y escribirlas ellos mismos (o corregirle la plana al autor), o la idea de que literariamente autor y personajes viven la misma vida son algunas de las propuestas metalingüísticas más interesantes de la literatura contemporánea, y no dejan de asombrar en este sentido algunos cuentos de Cortázar, siempre brillantes y refrescantemente lúdicos.
2.
The Crimson Blueprints, una de las dos novelas escritas en Tepoztlán por el sueco Kim Ekemar (Athena Press, Londres) --quien también es resuelto pintor de obras neo-simbolistas--, comienza por poner en entredicho las nociones de autor y de protagonista al ponerse él mismo como uno de los personajes del libro que nos presenta (se asume como compilador del trabajo final que leemos), pero además borra los límites semánticos entre los diversos textos que aparecen ante nuestros ojos (dos novelas, además de un diario y algunas notas periodísticas).
El texto que nos hace creer en su historia (contrato de verosimilitud) trata sobre un escritor (Paul B. Crimson) quien es presionado por su editor (John Partidge) para que escriba otra novela tan exitosa como Velvet Nigths (incluido en el libro); un texto sobre lo vivido por Crimsonen Vietnam. Sólo que a Crimson nada se le ocurre, el famoso bloqueo del escritor lo atemoriza a tal grado que huye a una vida licenciosa en Las Vegas y Los Ángeles, hasta que al editor idea enviarlo a una especie de “residencia artística”, de esas que hoy abundan y que se ocupan de resolverle la vida cotidiana al creador para que la inspiración le regrese.
Patridge envía a Crimson a Harbor, un gélido pueblo aburrido ubicado en Nueva Inglaterra, a casa de una pareja de amigos (Inocencia y Daniel Mc Pherson) para que, medio alejado de las drogas que lo enferman, concluya The Ship, un suspense que narra los asesinatos ocurridos en un barco abandonado que servía de refugio temporal a 7 locos escapados de un manicomio…7 personajes inspirados en los 7 pecados capitales…que al mismo tiempo tienen que ver con los otros personajes del libro que leemos…
Y todo va bien hasta que Crimson enloquece y comienza a vivir una historia semejante a la que narra en la novela en la que está trabajando (The Ship) y entonces las tramas y los destinos de los personajes involucrados se confunden, haciéndonos conscientes de que la vida literaria va más allá de las páginas de un libro.
El trabajo de Ekemar, emparentado con los juegos intelectuales de Borges y de Cortázar es realmente brillante y lo traigo a estas páginas no sólo porque me parece entretenido, redondo y sumamente recomendable, sino porque siendo autor morelense vale la pena acercarse a su trabajo autoral en busca nuevos valores y ficciones propositivas e inteligentes.
Lo dicho en otras ocasiones: en nuestro estado se dan eventos culturales importantísimos, la cosa está en encontrarlos y darles la difusión que merecen. Recordemos que los grandes méritos de la humanidad se han dado en las artes y las ciencias. Lo demás sale sobrando.Ω
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[1] Capítulo final del libro de ensayos El Tamaño de mi esperanza
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