No es necesario ser un experto en semiología de la imagen para darse cuenta de que los héroes que pueblan el imaginario nacional están por arriba de cualquiera de los políticos actuales en materia de credibilidad. Sin embargo, en su calidad de ídolos, también los héroes han sufrido descalabros porque cada vez tenemos menos pelos en la lengua al referirnos a los hechos históricos.
Pero las cosas no siempre fueron así. Resulta que el mundo del arte creó para nosotros un mausoleo poblado de superhombres, una memoria colectiva pomposa basada en un tratamiento especialmente ideado para lo inolvidable. Por su parte, el dirigente público actual forma parte de un imaginario colectivo que no lo favorece en nada. Su afán de poder fácil y la ausencia de discursos convincentes comienzan la lista de tropiezos.
Más allá de la conciencia de que se trata de dos lenguajes diferentes --arte y propaganda-- ¿de qué estrategias se ha valido el artista para inmortalizar a los protagonistas de la Independencia o la Revolución Mexicana? Y en comparación con el lenguaje artístico ¿Cómo presenta el publicista al aspirante al poder hoy en día? El siguiente texto visita ambas retóricas y pone en tela de juicio la propia noción de héroe a partir de las imágenes de Emiliano Zapata e Iturbide.
La imagen propagandística, alimento de la memoria fugaz:
En un interesantísimo texto publicado por la revista CURARE([1]), Georges Roque recuerda que los carteles que repiten la imagen de los aspirantes al poder en tiempos de campaña invaden el espacio público de las ciudades, son de vida efímera, están pensados para leerse fácilmente, responden a un código cromático memorable y son pobres en argumentos escritos.
De manera breve pero aguda, dicho análisis, no sólo señala las estrategias más comunes del publicista, sino que contribuye a destacar, por contraste, la importancia del arte moderno como generador del valor ético que conocemos como nacionalismo. Y es que más allá del discurso político, la imagen artística forma gusto y norma criterios.
Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Juan O´Gorman, José Chávez Morado, Adolfo Mexiac, Arnold Belkin, Alberto Gironella, Ariosto Otero, Germán Venegas, Leopoldo Méndez, Pablo O´Higgins, José Chávez Morado, Arnaldo Coen, Xerjes Díaz, Carlos Kunte, Estela Uvando y cientos de creadores más, lograron retratos inolvidables de los protagonistas de la Independencia y la Revolución Mexicana (pintura mural, grabado, dibujo o escultura) debido a que intentaron rebasar el concepto de mimesis (copia de la realidad) e incidieron en el ánimo del espectador. Aprovecharon estrategias como la dinámica del cuerpo, el uso de perspectivas efectistas, el empleo de escenografías especiales, la monumentalidad, el rompimiento de escalas y las combinaciones complejas de color en sus creaciones.
Al basar sus propuestas en una amplia cultura visual, buscar siempre la innovación formal y apostarle a una inteligencia y sensibilidad más complejas, los artistas demostraron creer más en el ser humano como interlocutor que el publicista actual, quien ve al otro como un simple consumidor de imágenes incapaz de responder con inteligencia.
Y si bien no es ninguna novedad que el mundo de la publicidad se nutre de estrategias provenientes del arte, sí es notorio el hecho de que poco se ha podido hacer por la imagen del funcionario público en tiempos modernos. El vínculo político-mundo artístico se ha intentado con poco éxito, porque basa sus propuestas en el mundo del espectáculo y no en el de la alta cultura.
Georges Roque afirma que en el caso de los carteles publicitarios, la ausencia de argumento escrito no implica ausencia de técnicas retóricas y al analizar las imágenes de los funcionarios públicos demuestra que: “Los rasgos que encontramos en la gran mayoría de las fotos de los candidatos son: cara vista de cerca y posición de frente o tres cuartos…(posiciones) que equivalen al diálogo, al “tú” frente al “yo”, por el intercambio de miradas, mientras que la posición de perfil corresponde a un “él” o “ella”, es decir, una tercera persona que se deja ver sin buscar el diálogo con el espectador”([2]). Esto se lee, dice Roque, como el “ethos” o el talante del personaje, quien manifiesta una emocionalidad baja o encubierta, muy diferente de la que logra el artista con sus personajes que gesticulan y se vinculan en el espacio pictórico con un él o un ella más.
El héroe como tópico y Zapata como el que más fans acumula
La historia de México, como la de cualquier otro país del mundo, abunda en número de héroes. A estos podemos dividirlos por su origen, quedando la Revolución Mexicana como el capítulo de la historia que más nombres ha dado al imaginario actual. Los actores de la Independencia nacional, por su parte, tienen que ser identificados por la mayoría de la gente a partir de la ficha técnica que aparece a pie de página, escultura o pintura. La vestimenta, aún el uniforme militar, ayuda poco al análisis iconológico.
En mi ensayo sobre el héroe revolucionario[3], señalo que Emiliano Zapata viene a ser por mucho el hombre más representado, pero también destaco su calidad de humano común y corriente porque el llamado “Atila del Sur” fue motivo de acerbas críticas en su época, y no me refiero sólo al discurso de los ricos hacendados que se vieron afectados por la lucha agraria, sino al de artistas como José Guadalupe Posada o los caricaturistas que vieron en él a un roba chicas abusivo y ratero.
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Es propia de la concepción oficial de la historia mexicana la ausencia de la imagen del anti-héroe. En este sentido, Diego Rivera es un precursor al haber representado a Hernán Cortés como un ser enjuto, gris y torcido en el cubo de la escalera principal del Palacio Nacional. Otros personajes de carne y hueso han quedado plasmados en recientes publicaciones, pero aún somos pocos los que conocemos los gazapos y metidas de pata de los padres de la patria.
Al respecto, el historiador José Iturriaga de la Fuente explica a Día Siete lo siguiente: “Obedeciendo a la tónica revisionista del siglo XX, coordiné una serie de libros titulados “Charlas de café con…” (Grijalbo); la idea fue humanizar a algunos de los protagonistas de la historia oficial. Yo trabajé a Iturbide, quien es un personaje controvertido porque el liberar a un país depende de las intenciones que se tengan, se trata de un juicio de valor, y su intención no era esa precisamente, sino que las cosas se dieron poco a poco. Iturbide fue cruel, sanguinario y corrupto, al grado de hacer una fortuna enorme. Fue comandante militar en el Bajío y obligaba a los comerciantes de Guanajuato y de Querétaro a emplear custodia pagada para el traslado de mercancías. Lo denunciaron comerciantes poderosísimos ante Calleja por su rapacidad. Lo enjuiciaron por esto y el Virrey lo destituyó, pero le fueron dando carpetazo al asunto, como se hace a la fecha en los casos de corrupciones sonadas, y cómo estaría la cosa que 8 días antes de que Calleja dejara el puesto, lo exoneraron. La explicación es que Calleja había sido su jefe y no quiso que se le rascara más al asunto para no verse envuelto en ello. El ecuatoriano Vicente Rocafuerte, quien vivió en México --tiempo después llegó a ser presidente del Ecuador--, da cuenta en un texto de los negocios que hicieron ambos personajes.
“Los héroes mexicanos habitan un panteón ([4]) ideal que no existe –continúa Iturriaga--: Madero, venerado por las élites, manda matar a Zapata, Carranza manda matar a Zapata, Obregón asesina a Carranza, a Villa lo mata Obregón, etc. La cosa es que todos forman parte de la nómina de héroes, pero entre ellos se odiaban. En este sentido el nombre de Revolución es muy atinado, porque fueron todos contra todos, se trata de un revoltijo. La conclusión es que el único héroe que quiso derrumbar los cimientos del edificio social sin componendas, el único que murió pobre, fue Zapata. Otro par de héroes que pone en tela de juicio la noción del bueno y malo con respecto a la Independencia son Hidalgo y Allende, quienes además de tener procrear ilegítimos, acabaron peleados hasta que uno apresó al otro por diferencias de opinión.”
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Como hemos visto, tanto las nociones de héroe como la de político han sido desmanteladas. Tal situación ha puesto a parir chayotes a los encargados de proyectar sus imágenes, sobre todo en estos momentos en los que el espectador voltea a ver el ambiente festivo del 2010. ¿A quién le creemos entonces? Ω
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[1] [1] Roque, Georges, “La guerra de los carteles”, en Utopía, arte y (des) orden simbólico. Boletín semestral de CURARE, Espacio Crítico para las Artes. Segundo Semestre de 2008- Segundo Semestre de 2009. Curare, México, 2009, Pág. 94.
[2] Íbídem, Pág. 98.
[3] Rueda Smithers, Salvador, María Helena Noval y Adalberto Ríos Szalay, Zapata en Morelos, Lunwerg-Planeta, Madrid, 2009.
[4] Conjunto de dioses en el mundo griego.
Muy padre artículo!!!
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