Dicen los que saben, que así es la milicia, que es parte del protocolo, que hasta que no se declara el Plan DN3, los soldados no se pueden desarmar, pero lo cierto es que verlos en pantalla con aquellas armas largas cruzándoles el pecho mientras descargan la ayuda humanitaria de los aviones es francamente ridículo. Aún más que ridículo, es patético: ¿de quién o de qué se cuidan a la hora de pasarse los paquetes de mano en mano en los aeropuertos? Y más allá, en las zonas declaradas de desastre: ¿es el semejante necesitado un animal de caza al que hay que intimidar con amenazas de muerte?
Lo que vivimos en el país actualmente, un meteoro de tal magnitud nos ha enseñado que la tecnología vale un cacahuate frente a la potencia de las cosas de la naturaleza y que nunca estaremos lo suficientemente preparados para afrontar los desastres -ni nosotros ni los gringos, ya ven lo que pasó en Colorado-; eso mismo, ha favorecido que percibamos por momentos una moral de guerra generalizada: la escasez y la desesperación han sacado a relucir no sólo el hambre natural y el miedo ante la incertidumbre de miles de personas, sino la ambición propia del hombre de negocios que quiere aprovechar la necesidad para enriquecerse. Ley de oferta y demanda, capitalismo sin freno. No hay más.
Digan lo que digan los miles de personas que vieron “la generosidad” de Eugenio Derbez como un acto de humanidad, al donar las ventas de un día de su taquillera película “No se aceptan devoluciones” para los damnificados de Acapulco, no deja de ser un acto de marketing social. Aparecer en el noticiero de Televisa de López-Dóriga para anunciar la donación a un día del estreno del filme, que por mera casualidad va a mostrar imágenes de un lugar que por el momento ha dejado de ser destino vacacional, es un acto de oportunismo.
Más allá de los espectáculos millonarios que aprovechan la coyuntura para enriquecer a unos cuantos, el surrealismo a la mexicana presenta otras caras. La cara del humor, por ejemplo. Dicen que eso es lo que más nos caracteriza a los mexicanos y puede que sea cierto. No habían pasado 8 horas sin lluvia, cuando ya circulaba un photoshop de un buzo que anunciaba “voy al Oxxo”.
Por otro lado, la cobertura de los medios se ha centrado en la parte trágica, sin tomar en cuenta lo local de lo local. De hecho, tal parece que ningún medio estaba preparado para lo que venía y son las imágenes levantadas por las redes sociales y los medios locales lo que más se ha transmitido. Pero como decía, lo particular de lo local ha dejado de verse: hay cientos de vacacionistas que siguen buscándole la cara “al güero”, untándose bloqueador y esperando su turno en “la banana” y la fila de “las pescadillas”. Eso sí, un poco preocupados, porque ya no hay agua potable en algunos edificios y el desabasto de alimentos frescos es notorio: puras latas y comida empaquetada en los anaqueles mercantiles.
Tal vez los medios esperan a que sea mayor la desesperación -hay que pensar en que la democratización de la información se centra en las imágenes que más venden-, para comenzar a ver esta otra realidad, la realidad de los que no están rescatando sus pertenencias de sus hogares enlodados hasta el tope, la vida cotidiana de los que esperan terminar con buena cara las vacaciones forzadas que nadie previó, porque los servicios de meteorología del mundo se vieron lentos y no alertaron a la población.
Lo cierto es que las imágenes que nos estamos tragando pegados a la TV provocan reflexiones que van de lo ético a lo estético y de aquí al business profit: la bahía que se atravesaba como un mar casero, el Acapulco viejo se tornó un maremagno que no acabó bajo los humedales que sí inundaron el desarrollo turístico más importante de los últimos tiempos: Punta Diamante, el lugar de los multifamiliares más caros del país, el lugar en el que la propiedad, como la vida, dejó de valer lo que valía. Se hace civilización forzando a la naturaleza, pero si se le fuerza demasiado, se le destruye, como ya se vio. FIN
Por María Helena Noval.
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