Las respuestas son variadas, multisabores. En Morelos ha habido galerías, casas de decoración que incluyen arte en sus inventarios, subastas, colecciones hechas a fuerza de “yo creo en lo nuestro” y otras formas de comercio; no obstante la sumatoria de todo esto no hace historia. El mercado de arte en este estado es incipiente. No ha habido una galería perdurable y los llamados “cajueleros” (sin ofensas, por favor, así se les dice a quienes venden obra sin tener un local fijo) no abundan o desisten rápido en su intento de convertirse en empresarios de arte. ¿Entonces qué?
Pues resulta que las redes sociales, el internet y una visión emprendedora de negocios están contribuyendo a cambiar el panorama en materia de economía cultural. Miguel Ángel Méndez, creador de Azul Colectivo Visual, nos explica su idea de una galería virtual, un portal que busca representar a sus agremiados como lo haría un representante de artistas de la TV o un agente literario: se trata de entender las bondades y facetas del objeto artístico, no sólo por su contenido simbólico, sino porque es un producto de primera necesidad. El arte es un negocio que permite a los coleccionistas serlo y a los museos exhibir la parte más elevada de la creatividad humana.
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Este colectivo surge de manera formal hace unos meses con la intención de proveerles a los clientes –mucha gente sabe de arte en Morelos, pero pocos se asumen como consumidores y coleccionistas formales—las herramientas visuales y conceptuales para que puedan tomar una decisión frente a la obra en vivo, habiéndola visto en la página web antes. La idea de Méndez es que la gente común pueda consumir arte, que no se quede con las ganas pensando que las galerías son exclusivamente para bolsillos sustanciosos.
Esta idea le surgió al ver el compromiso diario, las horas que dedica a pintar su esposa Adriana Huerta. Ya luego vino el conjuntar a los 9 artistas del colectivo, a quienes admira, porque se atreven a dejar su vida diaria para cumplir con sus vocaciones. Esto es promover el trabajo honesto.
“El arte no se vende tan fácilmente, pero sí me siento con la capacidad de decirle a la gente que se trata de una inversión en belleza y en patrimonio. Soy diseñador y también quiero meter ese tema dentro de la cultura. Me refiero al diseño, porque la gente tiene necesidad de la belleza. Tenemos miedo al vacío, no dejamos las paredes pelonas. Los muros son puntos en donde todo mundo buscamos algo. Y lo encontramos. El problema es que muchas veces encontramos reproducciones, copias, obras de baja calidad. Hay que abrir los ojos a la calidad, lo que va de acuerdo a nuestra infinita capacidad de percibir. Puede ser diseño gráfico o puede tratarse de arte, no importa, es la belleza lo que interesa”, me dice emocionado frente a las obras que exhibe en el Centro Hípico de Ahuatepec.
“Estoy aprendiendo a ver a mis artistas, cada uno ofrece una oportunidad diferente en términos estéticos. De ahí que podamos afirmar que el colectivo fomenta la competencia interna.”
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Me deja frente a las pinturas y dibujos y me encuentro frente a trabajos muy sinceros, frescos, propositivos. Conozco a Pilar Hinojosa, Cecilia Hincapié, Marina Ribbing y Adriana Huerta. Estas son las abstractas del grupo, son las elegidas por mí para DDM porque hablan de un respeto por la técnica de la acuarela que me parece inolvidable.
De Pilar Hinojosa me llevo en la memoria visual la caligrafía de sus papeles coloreados. No hay manera de explicarla mejor que decir que se mueve en la frontera entre el dibujo y la caligrafía. Obviamente se inspira en haikus, pero la mayor parte de sus hermosas obras resultan de un honestísimo clavado hacia el interior. Son traducciones de estados de ánimo. Limpias manchas y líneas nerviosas, como es el amor.
De Adriana Huerta me llevo la explicación sobre su proceso creativo; ella trabaja sin preconcepciones, atrapa al vuelo lo que le sale del inconsciente, ella piensa en su obra como piezas de un ajedrez celestial, en donde una pieza mal puesta o movida desestructura el universo. Sus armonías de amarillos y grises son una delicia.
A la desaparición física de su padre le debe una de sus mejores piezas. A la asistencia al taller de Huáscar Taborga le debe la parte racional de su oficio. Quiero ver más obra de ella y le pido me invite a su taller.
De Marina Ribbing recordaré siempre los azules y la composición abierta, insistente, floreada sin ser flores, nubosa, sin ser nubes lo que representa. No sé si son sus ganas de abarcar el mundo lo que la lleva a traducir lo que conoce en abstractos, lo que sí puedo decir es que me gusta.
En fin, la recompensa que me llevo antes de irme a casa a pensar en cómo transmitir la idea de honestidad vinculada al mercado del arte (siempre cuestionado por cuestiones de pudor mal entendido) es el haber conocido a un promotor cultural morelense preocupado por los suyos y con ganas de trabajar. FIN
María Helena Noval
http://www.diariodemorelos.com/article/un-colectivo-virtual-de-altura
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