jueves, 20 de septiembre de 2012

Siqueiros en La Tallera: ¿La Tallera de Siqueiros?

“O soy pintor muralista o no soy pintor. El cuadro de caballete me repugna...delante de él siento su destino inevitable: la sala del rico...(con) sus cortinajes...su peste ... de largas horas de reunioncitas jaiboleras, y en el mejor de los casos, siento lástima por aquel final en el que van a vivir mis pobres pinturas transportables. Para mí,...el cuadro, cuando mucho, es un apunte, una nota, un recordatorio, pero nada más. Es algo no integrado, que sólo puede tener valor ya transcrito al muro.” [1]  Tal fue la declaración, no exenta de contradicciones, de José Alfaro Siqueiros (su nombre real no era David, fue bautizado así por su primera esposa, Graciela “Gachita”  Amador por su belleza), en sus memorias.


Por un lado, Siqueiros fue un pensador de izquierda, un luchador social comprometidísimo, por otro lado, sirvió en más de una ocasión a los intereses de la derecha, del gobierno y los poderosos a quienes tanto criticaba. Repudió la obra de caballete pero la pintó mucho; adoró plasmar mensajes de contenido social, pero se dedicó a la investigación técnica, plástica y óptica con osadía.  
Hoy que se inaugura en Cuernavaca La Tallera como un centro cultural de sabor posmoderno, es momento de preguntarnos en qué medida esta reapertura cumple con la vocación del muralista para el lugar que fuera su taller y su hogar.  Los murales restaurados y la obra que a partir de esta mañana se exhiben en la Colonia Jardines de Cuernavaca recuerdan la importancia y la vigencia de este innovador de la plástica mexicana y el hecho de que hayan reparado las grúas para evidenciar su idea de “parir murales desde la tierra” es un gran acierto. Sin embargo, no puedo dejar de señalar el hecho de que un grupo de ciudadanos morelenses cuestionaron la decisión del INBA y el gobierno estatal por sentir que no cumplía con la vocación del artista para el lugar y porque se cerraron de manera abrupta y grosera los talleres literarios que allí se impartían.


De acuerdo con Francisco Atala, representante de las empresas contratadas para sacar adelante el proyecto arquitectónico de Frida Escobedo –seleccionado entre varios para participar en la 13 Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia, Common Ground-,  la casa en la que habitara el artista mantiene su sabor a pesar de que se le agregaron terrazas a los lados y en la azotea.  Esto se hizo para añadirle funcionalidad, tratando de respetar en todo momento la noción de museo de sitio. Por ello mismo, se decidió que se conservaran algunos de los muebles que le pertenecieran al artista (ojalá sus piedras de litógrafo no se hayan perdido).
La parte innovadora –señala Atala-, responde a la necesidad de ofrecerle al público el espacio necesario para las múltiples vocaciones de un centro cultural en el que se puedan llevar a cabo actividades diversas, desde exposiciones temporales hasta instalaciones, performances, conferencias, etc. Habrá además una cafetería y una biblioteca.  No obstante, lo que más nos debe interesar es la presencia viva de Siqueiros a través de la obra que se logró trasladar a esta ciudad.


Un poco de historia

El valor diferencial de este espacio reside en la recuperación del proceso creativo, incluido en ello materiales y técnicas como contenido museable. No hay que olvidar, que la obra siqueiriana se destaca, en el ámbito de las artes plásticas contemporáneas en México, precisamente por dicho aporte, ya que dedicó buena parte de sus  horas productivas a la investigación de pigmentos, empleando antes que nadie piroxilinas, acrílicos y el duco sobre soportes poco usados en aquellos días, como el celotex.    

Esta casa-taller se la facilitó en 1965 don  Manuel Suárez para que pudiera trabajar en los encargos que le hizo para el Casino de la Selva. Poco más tarde se consolidó como taller de integración plástica para la siguiente encomienda que le hizo, me refiero a “La marcha de la humanidad”, mural dispuesto en paneles articulables, con una superficie de 4000 metros cuadrados en el Poliforum que lleva su nombre, y que viene a ser la Capilla Sixtina mexicana según algunos historiadores.  La tallera ha sido modificado algunas veces, pero nunca de manera tan drástica como hoy. Todos apostaban a que no se terminaba a tiempo, pero finalmente, después de trabajar ininterrumpidamente las últimas semanas, se logra darle brillo a la gestión cultural de este gobierno.

A partir de hoy, al entrar al lugar por el lado de la explanada, nos encontraremos con dos de sus murales y la Sala Poliangular, que debe su nombre al concepto de “vista poliangular” o sea el que el espectador puede tener al ver la obra desde varios puntos de vista, estando en movimiento. Esto se encuadra dentro del concepto más amplio de realismo nuevo humanista que el artista de Chihuahua tenía en mente. 


Se trata pues, de un espacio que ideó como sala de estudios de la perspectiva cinética con el fin de demostrar la importancia de los puntos de fuga que estructuran un mural. Esto habla de que el artista no es un iluminado sobrenatural, sino un estudioso.


Después de la muerte del pintor, y por maniobras de Luis Arenal, cuñado del artista, La Tallera  vio un intento fugaz de reapertura con intenciones de convertirlo en escuela de muralistas pero el proyecto no prosperó y el lugar se cerró.  El 11 de abril de 1995 reabrió sus puertas como galería, la gestión de Alberto Vadas hizo historia por su entrega a un proyecto apoyado casi exclusivamente en la buena voluntad de los artistas moreleneses, entre ellos Rafael Cauduro, quien allí pintó sus murales para la Suprema Corte de Justicia. Veremos qué destino le depara a este espacio el cambio de gobierno. Æ


[1] David Alfaro Siqueiros, Me llamaban el coronelazo, (memorias) Grijalbo, México, 1977.  Pág. 599.


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