martes, 18 de mayo de 2010
Derrumbado: Cual convidado de piedra, narra el “Morelotes” su historia
Para Lavinia Usigli Casas y Antonio Castellanos Basich
Dos árboles de raíces bien fuertes
Sucumbimos a la euforia de las fiestas del Bicentenario y nos disponemos –actores y observantes— a aplaudir los remozamientos que se le harán a los centros históricos de las ciudades más importantes del país. (Los pequeños poblados no asistirán a la fiesta). Pero ¿será necesaria tanta parafernalia para elevar la autoestima colectiva, para lograr un nacionalismo a ultranza? ¿Será necesario tanto maquillaje para poder vernos en el espejo sin denostarnos?
El siguiente es un divertimento mío pensado desde la mirada del “profanado”, a raíz de un paseo efectuado en días pasados por la Plaza de Armas y sus alrededores.
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No me pidan relatar y relatarme de otro modo, si no es empleando el lenguaje de la pasión. ¡Sin permiso y sin aviso, el pico y la pala arremetieron contra mí añoso cuerpo, mi casa, mi entorno, mi plaza! Yo, que di nombre a este noble estado, fui acción pura e ideólogo de una nación, hoy estoy en el meritito suelo.
“La Plaza de Armas crecerá y será más amable –hecho pedazos escucho a uno de los autores intelectuales del remozamiento--, tanto desnivel no ayuda a nadie, las perspectivas se interrumpen abruptamente, los ejes visuales se cortan, los viandantes no andan, si acaso brincan escalones, taludes, muretes. El espacio se percibe muy fragmentado… Se ha decidido que las aceras se amplíen, las calles se repavimenten y se construyan plazas a juego. Ya se escuchan los ritmos del martelinado del nuevo recinto-pavimento. Ya llegan las nuevas luminarias, `del México Moderno` las llamaremos, parecen francesas y por eso la gente pensará que volvemos al pasado, siempre idealizado. Te van a gustar. Y perdón, pero habrá que tumbar tu basamento, el puente que cubre la continuación de Boulevard Juárez, en donde está el incólume General Pacheco, porque hoy es solo un estacionamiento para funcionarios menores y sólo sirve como irrisoria agencia de colocaciones para mariachis. Al general no será necesario moverlo, pero tú, a quien cariñosamente apodan el “Morelotes”, habitarás un nuevo y mejor espacio resurtido de verdores”.
No describiré lo que pienso a este geómetra del espacio porque la descripción que me hace puntualizaría la mirada sobre lo aún inexistente. Narraré en cambio, lo que me ha tocado vivir las últimas semanas. Narro porque la narración invita al tránsito y el centro histórico de las ciudades --como ideal del espacio público-- debiera transitarse fluida y amorosamente. No con el atropello que provocan hoy las tripas vomitadas de la ciudad de Cuernavaca. Tales entrañas de asfalto, acero, cables, concreto, piedra, tezontle y aguas negras dan cuenta de un abuso de 500 años. Lo que está por encima de eso, lo que motiva nostalgias por la vida pueblerina y las pomarrosas arrancadas, la roja piedra chiluca del Palacio de Gobierno, el azul del cielo cuernavaquense y tantas cosas más, es el abuso del hombre actual, infundido de afanes lucrativos y vulgares.
Los centros históricos debieran limpiarse –le digo al constructor--, prescindir de espectaculares, voluminosos tinacos, añadidos sin fundamento. “No es tan fácil, hay intereses que conciliar –responde él—, están los de la Beneficencia Española, los restauranteros, los comerciantes, los combatientes de la CFE, los que comunican a la gente vía telefónica, los que cablean imágenes, los que viven de guardar y trapear coches y los transportistas. Por si fuera poco, hay que dignificar la labor de los herederos de los antiguos oficios mexicanos, me refiero al frutero, el limpiabotas, el músico, el pajarero, el organillero, el voceador, el elotero y el cantor.”
Yo, antiguo atlante de cantera salido de las manos del escultor Juan Olaguíbel, los conozco a todos, incluyendo a quien no ha mencionado mi interlocutor, me refiero al político que de prisa cruza la plaza hacia sus asépticas oficinas ubicadas en el palacio de los mandamases, sí, el que siguiendo el ejemplo del sanguinario Cortés de enfrente, actualiza el poder cada 6 años. Por desgracia, conozco también al oscuro manifestante que concibe este lugar como depósito de basura y rimas baratas.
Hoy, mi corazón de piedra yace en el suelo. Lejos de mostrar la sangre que me hizo hombre de armas, muestra los restos de la mala argamasa con la que el arquitecto Felipe Jardel ordenó me rearmaran en el antiguo Barrio de Tecpan, hoy Plaza de Armas, por obra y gracia de uno de tantos gobiernos incompetentes. Tengo derecho a conocer mi destino. ¿Dónde me reubicarán? ¿Será a un metro de donde estoy ahora como dicen algunos, por no quedar mal con los artesanos? ¿Me llevarán a otra avenida principal? ¿Hacia dónde dirigiré la adusta mirada que me caracteriza? ¿Qué clase de público se fijará en mi pañoleta atada a la cabeza?
Es un mayo muy caliente. ¿Será por tal calor que los tiempos políticos se dilatan? ¿Por qué mi efigie hoy no es la del libertador que soñé ser, sino pura tierra crocante, plástico enrollado, pregón resignificado por mentes pacatas? ¿Será que solo pretenden protegerme de las palomas y las sobantes manos de la gente? ¿Se acordarán de mí después de tanto festejo de una mexicanidad que yo alcancé a vislumbrar grandiosa?
La calidad moral que avala mis preguntas se basa no en la estética nacionalista que me dio origen, sino en mi calidad de héroe, de superhombre. Por eso me niego a ser un convidado de piedra que se repite en calles, plazas y jardines para ornamentar. Me duele ser sólo una toponimia más. Quiero que sepan que aún conservo la esperanza de que viéndome de frente, mucha gente recuerde que fui padre, ideólogo y estratega. Que de la mano de Hidalgo anduve por las serranías y valles del país y que fui yo quien insufló el amor por lo mexicano en las venas de la gente. Un amor que a fuerza de desaires nos trataron de arrancar los perversos españoles y algunos criollos confundidos. Sí, el desplome duele porque me descubro tan ideal de piedra como pretexto de falsos festejos. Discurso simulado.
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Hace unos días se reunieron en comederos aledaños un pintor de paisajes, un sensible escultor, un arqueólogo, un comunicador y el responsable de las obras, con quien he venido dialogando. Al castellano escultor le entregué hoy mi voluntad lastimada. Espero que me haya escuchado. “Quiero volver al lugar en el que nací en 1946, la llamada Plaza de las Artesanías –le dije--, en donde estuviera la cárcel de mujeres, derrumbada por órdenes del gobernador Vicente Estrada Cajigal en 1934. Ya sé que el emplazamiento es difícil y codiciado, que fue ocupado hasta por carpas de diversión y que en 1942 el gobernador Jesús Castillo López vislumbró un jardín en mi honor y a mi figura presidiéndolo en el centro.
En esta, la antigua Huerta de Cortés, Juan Olaguíbel, mi padre, me plantó. Más hacia el centro que hacia el sur, eso lo recuerdan todavía los mayores de 60 años. El rompecabezas de cantera que me da vida fue fijándose a hueso sobre cimbra muerta. Mi alma es de varilla de acero. Rodeado de plantas y rodetes a juego con la base de mi monumento, yo alcanzaba a ver las columnas de 1.80 metros de alto que sostenían en su parte superior un farol de estructura metálica. Alrededor de mi jardín había bancas de concreto de dos vistas, en las que se sentaba la gente a hacer lo que se hace en los jardines y las plazas, a vivir la vida sencilla de la gente común. Según mi defensor escultor, solo el espacio me rodeaba, mi aforo era el cielo.
Yo, gigante de piedra sólo espero que alguien escuche este mi lamento con sensibilidad de viandante, e ignore la sensiblería del político inculto, tan cuantioso hoy día. Ω
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Para reflexionar: ¿Y las políticas culturales qué?
De acuerdo con investigación hecha por Jorge A. González (cfr. www.imagendeveracruz.com.mx 23 de Diciembre de 2009) con motivo del desmantelamiento del conjunto escultórico dedicado al poeta Salvador Díaz Mirón y la desaparición de una glorieta en Veracruz, hace casi seis meses, el ayuntamiento de tal ciudad incurría en dos delitos de orden federal, al intervenir una obra sin permiso del autor, así como al manipular y modificar una obra artística del patrimonio cultural de la nación. Retomo las ideas del periodista citado porque el mismo juicio aplica para el “Morelos” de Olaguíbel, según se ha venido viendo.
La Ley Federal del Derecho de Autor en México estipula en su artículo 18 que el autor es el único, primigenio y perpetuo titular de los derechos morales sobre las obras de su creación; y según el artículo 21 puede ‚"exigir respeto a la obra, oponiéndose a cualquier deformación, mutilación u otra modificación de ella, así como a toda acción o atentado a la misma que cause demérito de ella o perjuicio a la reputación de su autor".
Aun fallecido el escultor mexicano Juan Fernando Olaguíbel Rosenzweig –continúo citando a González--, el ayuntamiento de la ciudad contravendría lo estipulado por esa norma, al desmantelar e intervenir el Morelos de piedra proyectado especialmente por el artista para ese espacio urbano.
La escultura se encuentra resguardada por la Ley Federal del Derecho de Autor, que es el reconocimiento que hace el Estado en favor de todo creador de obras literarias y artísticas previstas en el artículo 13 de esa Ley, "en virtud del cual otorga su protección para que el autor goce de prerrogativas y privilegios exclusivos de carácter personal y patrimonial".
(Recuadro) Juan Olaguíbel Rosenzweig (1889-1971)
Nació y murió en México, D.F. Estudio escultura en la Academia de San Carlos, bajo la dirección de Arnulfo Domínguez Bello. Participó en el movimiento armado de 1910 y posteriormente se identificó con los periódicos libertarios del Dr. Atl, precursor de la corriente nacionalista de renovación artística. El presidente Venustiano Carranza le otorgó una beca para estudiar en Europa, pero no pudo realizar el viaje proyectado debido a que fue herido en campaña. Luego viajó a Estados Unidos, donde realizó una serie de esculturas caricaturescas que le dieron fama. Con la ayuda de su principal mecenas, el tenor Enrique Carusso, hizo fortuna. Trabajó como aprendiz en el taller del escultor Gutzon Barglum, continuador de las ideas de Maillol, mismas que Olaguíbel siguió en su obra. Tras un largo viaje por Europa, volvió a México, donde Vasconcelos le brindó toda clase de apoyo para que realizara sus obras monumentales. Su obra se inscribe dentro de los cánones clásicos.
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Es autor de la fuente de Pemex, La flechadora (Diana cazadora) y la Estatua de Morelos actualmente desmantelada con vías a ser reubicada, no sabemos donde, en próximas semanas.
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1 Tomado del “Diccionario de Escultores mexicanos del siglo XX” de la Dra. Lilly Kassner. (CONACULTA, México, 1997).
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