En Cuernavaca, en estos momentos,
no vemos exposiciones de arte patrocinadas por el gobierno de la Nueva Visión, más
bien contemplamos el esfuerzo que hacen algunos artistas y promotores, desde su
necesidad de expresión, desde su instinto de supervivencia, por seguir
manteniendo vivos los espacios dedicados a la exhibición de obras de arte. El
cambio de gobierno implica una reingeniería de prioridades y lo referente a
este ramo no se ha echado a andar. Entre que no se ha presentado un programa de
exposiciones, y entre que nos hemos quedado más en casa por el miedo a la
inseguridad, lo que se pinta, se esculpe, se dibuja en nuestro estado está
guardadito en los talleres donde nacen las ideas. Pero se esperan tiempos
mejores. Para que eso suceda, las autoridades de cultura tendrán que voltear a
ver a nuestros artistas con ojos de sorpresa y re-conocimiento. Hay que confiar
en nuestros talentos.
Por mi parte, les cuento que hace
un par de días hice mi recorrido a pie por Ave. Morelos, una vía que une puntos
estratégicos de la cultura y que bien aprovechada podría convertirse en un
circuito virtuoso lleno de atractivos para el turismo y la ciudadanía local,
léase, generador de recursos y emoción humana positiva, entusiasmo y orgullo.
Sin habérnoslo propuesto, terminamos
Edgar Assad --hoy encargado de artes plásticas del Ayuntamiento--, Gabriel
Garcilazo, Jaime Colín, mi amiga Miriam Ruiz y yo, haciendo un análisis
riquísimo de las obras expuestas y dándonos ánimo porque a pesar de que
sentimos el ambiente artístico deprimido, al mismo tiempo tenemos esperanza de
que las cosas mejoren.
A paso de amigos visitamos tres
muestras inauguradas recientemente con mucho esfuerzo y cero recursos
económicos, porque ahorita son tiempos de administrar las pobrezas propias de
los cambios de gobierno.
Atraído por las luces
La primera de ellas en el Centro
Morelense de las Artes del Estado de Morelos (CMAEM), titulada "Atraído
por las luces"; la segunda en el mal llamado Museo de la Ciudad titulada “Donde
pongo el ojo pongo la bala”, con la participación de 10 artistas; y la tercera
en la nueva galería ubicada en la calle de Rayón, manejada por Fernando Delmar
y Carmen Rosa Vega, entusiasta promotora de arte.
La colectiva del CMAEM tiene que
ver con el paisaje, pero no aborda miméticamente el entorno; no se trata del
reportaje visual de la naturaleza, como podría pensarse, sino de una traducción
simbólica y conceptual del mismo. Lo de Jaime Colín, quien ha destacado de
tiempo atrás por sus originales y muy bien trabajados dibujos con técnicas no
tradicionales, es la interpretación de un mapa de la tierra, visto desde el
cielo, elaborado a base de cientos de agujeritos por los que pasa la luz
proyectada desde atrás, empleando la perspectiva de ojo de pájaro. Es una obra
que provoca un sutil efecto poético realzado por la manera en la que fue
colgada la pieza.
Gabriel Garcilazo, por su parte,
presenta una instalación que juega con la idea de la mancha urbana. En el muro
que abre la galería del CMAEM pintó en negro el perfil de unas montañas sobre
las que destaca, con pequeños espejitos colocados estratégicamente, su
interpretación de los conglomerados urbanos que pueblan los alrededores de la
gran Ciudad de México. Su manera de destacarlos fue encuadrándolos, sí,
complementando el dibujo de base con otros que están enmarcados. Se perciben
como el detalle obtenido a través de la mirada con lupa. Uno sólo de ellos
alude a la convivencia humana mediante un pequeño tendedero de ropa coloreado.
Todo lo demás es negro. La lectura invita a pensar la ciudad que se desborda,
en lo incontenible de las luces que crecen la periferia e invaden el bosque que
separa el DF de Morelos.
Pavel Mora colgó unos dibujos a
tinta que transforman los elementos del paisaje, unos árboles sobre la tierra
nevada en declive, en una serie de dibujos que por su disposición sugieren una
espiral, pero que invitan a pensar en la lectura abstracta que se puede hacer
de los objetos del mundo natural. Esta pieza es sencillamente una obra que
relaciona muy afortunadamente el realismo con el arte abstracto.
Lo de Pablo Vigil invita a pensar
en construcciones en el mar, pero lo endeble de las mismas refiere a la
precariedad de las obras humanas, mientras que el horizonte iluminado hace
pensar en un futuro promisorio después de la era que vivimos. Pero ¿y qué tal
si se trata no del mar y de construcciones que recuerdan al Bosco y Dalí, sino
de la ciudad inundada, del diluvio final?¿qué tal si lo que vemos es el futuro
inmediato, después del ahogo final de la humanidad?
Tal es el estado de cosas que
pensamos mis amigos y yo durante un recorrido a pie por el centro de la ciudad.
¡Cómo nos gustaría que este tipo de reflexiones fueran masivas, que se
estimulara la diferencia y el pensamiento crítico a partir de la obra de arte!,
en lugar del aplanamiento que vivimos por la cultura del “infoentretenimiento”
que nos toca vivir (el término es de Sergio González Rodríguez. Cfr. “El
Ángel”, suplemento cultural de Reforma, domingo 3 de marzo de 2013, p. 2).
Esto va en recuadro:
El riesgo de abrir una galería en
tiempos de crisis lo van a afrontar Carmen Rosa Vega y Fernando Delmar en su
nuevo espacio dedicado a la promoción del arte joven local. A ella la conozco
de tiempo atrás, no quita el dedo del renglón, porque le tiene fe a los
artistas formados en la entidad. Comenzó vendiendo obra de artistas variados,
entre ellos algunos oaxaqueños y se ha ido especializando en arte posmoderno.
Se está tomando las cosas en serio como promotora y esto se agradece en un
estado en el que la crisis no nos está dejando respirar a gusto, en un estado
en el que no se ha entendido que nuestro puntal de desarrollo está en la
cultura, la mirada puesta en el talento, la creatividad y la belleza.
El local abrió con una muestra
inspirada en el teatro de sombras, las piezas de Pablo Rasgado no fueron
fáciles de mostrar y la exhibición no logró eco, pero el esfuerzo valió la
pena. Lo malo es que no dieron suficiente tiempo a que la voz se corriera y todos
pudiéramos ver lo expuesto.
El local del que les hablo está
en la planta baja de una bonita construcción en la que también se encuentra un
restaurante que vale la pena conocer, por favor no dejemos de visitarlo. Se
llama LÁrrosoir dÁrthur. Su decoración y comida originales le dan a Cuernavaca
un aire de contemporaneidad cosmopolita que recuerda que en la suma de
voluntades de la gente está la solución al estado de cosas que vivimos.Ω
María Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
twitter:@helenanoval
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