Nacida en Inglaterra, la
especialidad denominada "Estudios Culturales" migró a Estados Unidos
y Canadá y se instaló en diversos ámbitos universitarios, buscando complementar
los enfoques de antropólogos, sociólogos, lingüistas, etnólogos y artistas.
Hoy los especialistas en cultura
coinciden en que somos mayoritariamente acríticos: fuera de lo político y lo
económico no nos planteamos preguntas importantes. No nos cuestionamos
conceptos como la belleza, el valor de las imágenes, la pertinencia del urbanismo
que nos rodea, la calidad de la música que escuchamos cotidianamente, el
lenguaje con que se nos habla desde los medios.
Sin embargo, la reflexión sobre
la cultura es importante para los expertos y los no expertos y fuera del ámbito
académico, lejos de los análisis de Gilles Lipovetsky sobre los hiperconsumos y
las desregulaciones[i], del mundo global--, se publican regularmente análisis
sobre el pensamiento del mundo que nos toca vivir cotidianamente.
Uno de los más recientes es el
del escritor peruano Mario Vargas Llosa, titulado "La sociedad del
espectáculo". Se trata de un sesudo análisis que mide los tiempos que
vivimos en términos de los consumos culturales que hacemos y no se anda por las
ramas a la hora de revelar a una sociedad urgida de fácil enajenación. Sus
reflexiones espantan porque retratan los gritos y los aplausos de un mundo
exacerbado por espectáculos banales. Pan y circo es lo que más nos gusta.
Por supuesto que las condiciones
que nos han llevado a tal destino vienen dándose de tiempo atrás. Ya desde
finales de los años cuarenta los filósofos Theodor Adorno y Max Horheimer
hablaban de las industrias culturales -- la editorial, la cinematográfica, la
del gran espectáculo, la artesanal industrializada y la de los discos, entre
otras--, como productoras de contenidos ideados para satisfacer gustos masivos
y procurar placer sin motivar cuestionamientos incómodos.
...
Dado que en Morelos estamos
viviendo una época más dada al entretenimiento que al cultivo de las artes, más
enfocada en distraernos de la violencia que vivimos huyendo hacia la fiesta, el
festival y la feria, traigo a esta columna una de las reflexiones del escritor
peruano que más me gustó:
“¿Qué quiero decir con
civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar en la
tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar
del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente
legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros
de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas
vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces
embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un
valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la
banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad...”[ii].
La idea del escritor es que se
entienda que vivimos una revolución semántica, en la cual la incultura termina
disfrazada de cultura popular, una cultura que ha minimizado el seguir los
ideales humanistas, una cultura que acepta que la caca de elefante puesta en un
museo es obra de arte.[iii]
Una cultura que piensa que hay
que matar la subjetividad, neutralizarnos colectivamente frente al sufrimiento
causado por la falta de trabajo, por el miedo a la inseguridad.
Para Vargas Llosa, el desplome de
la alta cultura, la aceptación unánime del término “cultura” como toda producción
humana material e inmaterial, ha contribuido a la confusión sobre lo que es el
arte y lo que no lo es. Dice él que junto con la alta cultura --la que nos
conviene para pensarnos con provecho--, se han desplomado valores éticos y
estéticos que la vieja cultura había establecido. El compromiso con el prójimo,
que es tan sensible como nosotros, está a la baja y es urgente recuperarlo.
María Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
twitter:@helenanoval
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