jueves, 11 de abril de 2013

La cultura del espectáculo: ¿vinimos a este mundo sólo a divertirnos?



 Nacida en Inglaterra, la especialidad denominada "Estudios Culturales" migró a Estados Unidos y Canadá y se instaló en diversos ámbitos universitarios, buscando complementar los enfoques de antropólogos, sociólogos, lingüistas, etnólogos y artistas.

Hoy los especialistas en cultura coinciden en que somos mayoritariamente acríticos: fuera de lo político y lo económico no nos planteamos preguntas importantes. No nos cuestionamos conceptos como la belleza, el valor de las imágenes, la pertinencia del urbanismo que nos rodea, la calidad de la música que escuchamos cotidianamente, el lenguaje con que se nos habla desde los medios.

Sin embargo, la reflexión sobre la cultura es importante para los expertos y los no expertos y fuera del ámbito académico, lejos de los análisis de Gilles Lipovetsky sobre los hiperconsumos y las desregulaciones[i], del mundo global--, se publican regularmente análisis sobre el pensamiento del mundo que nos toca vivir cotidianamente.

Uno de los más recientes es el del escritor peruano Mario Vargas Llosa, titulado "La sociedad del espectáculo". Se trata de un sesudo análisis que mide los tiempos que vivimos en términos de los consumos culturales que hacemos y no se anda por las ramas a la hora de revelar a una sociedad urgida de fácil enajenación. Sus reflexiones espantan porque retratan los gritos y los aplausos de un mundo exacerbado por espectáculos banales. Pan y circo es lo que más nos gusta.

Por supuesto que las condiciones que nos han llevado a tal destino vienen dándose de tiempo atrás. Ya desde finales de los años cuarenta los filósofos Theodor Adorno y Max Horheimer hablaban de las industrias culturales -- la editorial, la cinematográfica, la del gran espectáculo, la artesanal industrializada y la de los discos, entre otras--, como productoras de contenidos ideados para satisfacer gustos masivos y procurar placer sin motivar cuestionamientos incómodos.
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Dado que en Morelos estamos viviendo una época más dada al entretenimiento que al cultivo de las artes, más enfocada en distraernos de la violencia que vivimos huyendo hacia la fiesta, el festival y la feria, traigo a esta columna una de las reflexiones del escritor peruano que más me gustó:

“¿Qué quiero decir con civilización del espectáculo? La de un mundo en el que el primer lugar en la tabla de valores vigente lo ocupa el entretenimiento, donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad...”[ii].

La idea del escritor es que se entienda que vivimos una revolución semántica, en la cual la incultura termina disfrazada de cultura popular, una cultura que ha minimizado el seguir los ideales humanistas, una cultura que acepta que la caca de elefante puesta en un museo es obra de arte.[iii]



Una cultura que piensa que hay que matar la subjetividad, neutralizarnos colectivamente frente al sufrimiento causado por la falta de trabajo, por el miedo a la inseguridad.

Para Vargas Llosa, el desplome de la alta cultura, la aceptación unánime del término “cultura” como toda producción humana material e inmaterial, ha contribuido a la confusión sobre lo que es el arte y lo que no lo es. Dice él que junto con la alta cultura --la que nos conviene para pensarnos con provecho--, se han desplomado valores éticos y estéticos que la vieja cultura había establecido. El compromiso con el prójimo, que es tan sensible como nosotros, está a la baja y es urgente recuperarlo.

María Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
twitter:@helenanoval

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