jueves, 14 de marzo de 2013

La producción del miedo



La política de la representación de la violencia ha originado en nuestro país una polémica que lo divide en dos: de un lado están los que dicen no querer saber más del asunto y pretenden que con no enterarse de lo que sucede al lado de sus casas, no existe. Tapan el sol con un dedo. Esconden la cabeza, como los avestruces. Y de todas maneras, de vez en cuando “consumen” imágenes violentas porque no pueden no hacerlo.

Del otro lado están quienes prefieren ver, en carne viva, el sufrimiento de los demás, bien reproducido y a todo color, no sé si por el placer insano propio del morbo, o por el simple hecho gozoso de que ver que lo que le sucedió al otro no les está sucediendo a ellos. La sangre y la tortura ajenas, piensan, evidencia que estamos salvados. De momento. Pulsión de vida torpemente manifiesta.

En todo caso y por referirse a una realidad incuestionable –nuestro país es afectado como nunca por el crimen organizado-, es muy difícil tomar una postura radical al respecto. Lo que hay que comprender es que en la historia que nos toca vivir no hay víctimas ni victimarios absolutos, sino una participación colectiva de todos en la creación de un ambiente de sobresalto continuo. El altísimo consumo de contenidos relacionados con la representación del crimen es parte de la reproducción continua del mal gusto entre la población.


André Breton decía que en nuestra época “la belleza será convulsa o no será”, mientras que Baudelaire hablaba de “lo bello extravagante” como un producto de la “sensibilidad nerviosa” de la modernidad. Para los expertos en esto de la estética, el gusto posmoderno no se basa en lo natural, como en épocas pasadas, sino en la captación de lo último, lo que va a la vanguardia. Lo que está de moda es lo artificioso, al grado de que nos satisface más la descripción de un paisaje caricaturesco, informe o aterrador que una puesta de sol. Nos gusta lo feo y lo tortuoso.

Vistas así las cosas, se puede decir que nadamos entre un sinfín de imágenes de la cultura del miedo porque nos gusta: desde los descuartizados, la música de las narcobandas; desde el imaginario del cuerpo despiadadamente torturado hasta el orden de lo simbólico, todo lo que vemos nos produce recelo, aprensión, desconfianza, turbación o pavor, pero no dejamos de verlo porque todo esto es además parte de la civilización del espectáculo.


Para Mario Vargas Llosa, a quien le debemos el término “civilización del espectáculo” vivimos una revolución semántica, en la cual la incultura termina disfrazada de cultura popular, una cultura que acepta que la caca de elefante puesta en un museo es obra de arte. Para él, convertir esa natural propensión light, propia de nuestra época, a pasarlo bien tiene consecuencias a veces inesperadas y nefastas como es la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y la aceptación del miedo como natural.

Lo que recibimos a diario digerido y re-presentado rimbombantemente, las muertes de los malos, de los que fueron ejecutados por sus iguales nos seguirán gustando no sólo porque intuimos que se hizo una especie de justicia divina, sino porque ya nos explicamos en mundo muy fácilmente: nosotros, los buenos morimos bonito, nosotros los buenos morimos de muerte natural, como se ve en las telenovelas. Los malos mueren feo y a las víctimas del crimen preferimos no voltear a verlas porque no nos las podemos explicar.

María Helena Noval
twitter:@helenanoval

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