jueves, 21 de marzo de 2013

La cereza del pastel


Confieso que desde niña he sido preguntona, que la curiosidad me impulsa a hablar con media humanidad y que la gula intelectual es una de mis debilidades más persistentes: me encanta saber cosas. ¿Es esto lo que me convirtió en periodista?

Confieso que encontrarme con imágenes inéditas me produce un enorme placer y que las palabras bien puestas sobre el papel me conmueven mucho. ¿Es esto lo que me convirtió en periodista?

Confieso que frecuentemente me da algo parecido al Síndrome de Stendhal, caracterizado por la vivencia de una emoción extrema frente a la obra de arte. ¿Ese estado orgánico lo que me convirtió en periodista?

Confieso que lo novedoso me seduce y que me encanta darle de vueltas al fenómeno de lo visual, tratando de deslindar qué es arte y qué no lo es. ¿Es esto lo que me convirtió en periodista?

Confieso que el teclado me toma de las manos y no me suelta hasta que ambos sentimos que hemos declarado algo que le hacía falta al mundo escrito. ¿Es esto lo que me convirtió en periodista?

A casi 20 años de mi primer artículo publicado en Excélsior, no acabo de responder qué es lo que me ha llevado, semana tras semana, a cumplir con las entregas en tiempo y forma, a las diversas redacciones que han tenido fe en mí. El hecho de satisfacer, en alguna medida, la demanda de una “historia del arte escrita” del Estado de Morelos me compromete de una manera especial, porque en esta entidad no acaba uno de enfrentarse con un artista valioso, cuando la sorpresa de otra obra viene a despertar las ganas de la siguiente reflexión, las ansias de contagiar el asombro.

Escribir sobre arte, una labor que incluye la solicitud del creador, la lectura del boletín de prensa, la elaboración de la entrevista, la asistencia a la inauguración de la muestra y la premura del cierre de edición no es fácil; y no lo es no sólo por las presiones propias del oficio, sino porque en términos de lectoría, esta nota especializada pierde frente al comentario deportivo, el editorial político, la nota sobre espectáculos. Su provecho no se reconoce a las claras y esto duele. No hablemos ya de lo económico, porque hoy no se trata de llorar, sino de pensar el oficio que hoy se torna labor de altura mediante su elevación al grado de profesión, arte liberal venida de antaño.


Si bien es cierto que no es la crítica lo que hace vivir al arte, sí es cierto que ante la abrumadora oferta de obras existentes, este tipo de textos ofrece la posibilidad de ayudar en la selección de lo que vale la pena ver.  Considerado género híbrido, entre lo académico, lo literario y lo periodístico, este editorial especializado brinda luz a la vida cultural. Al enlistar valores éticos, estéticos, simbólicos, formales y materiales de la obra de arte y otros fenómenos culturales, el lector entiende más fácilmente el espíritu de su época.   

Pero como he venido confesando, este trabajo es en primera instancia íntimo: ¿Qué mueve, qué toca, en dónde me identifico con el creador?- es la primera cuestión que uno de hace frente al objeto en turno. Se trata, antes que nada, de acallar la conmoción que invade el sistema. Quienes creen que se trata de pura racionalidad y teoría lo que inspira al periodista cultural, se equivocan. Con esto se decora, no se construye un discurso amoroso. 

Escribir sobre arte es una manera de sanar frente al asombro –a veces casi doloroso- de  la inagotable creatividad humana, del descubrimiento del alma, del lenguaje revisitado, de la poética de las cosas del mundo.

A dos días de titularme como licenciada en periodismo, junto con otros colegas --varios de ellos de esta casa--, tecleo este texto confesional que quiere ser modesto, para explicar el contento que me provoca la labor periódica reconocida: de golpe me encuentro entre colegas, me sé parte de un mundo en el que era solo una invitada, me veo periodista y eso me hace feliz.  Gracias APECOMOR, FAPERMEX y SEP.  Ω


María Helena Noval


Twitter: @helenanoval

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