1. Según
el periodista Carlos Loret de Mola, en su columna titulada “Aunque Peña no
hable de muertos”, publicada en estas páginas el 17 de enero pasado, las
ejecuciones en el país van a la alza pero se publican menos. Según su nota, la
realidad cotidiana contrasta acremente con la política de comunicación del
Presidente de la República, misma que busca esquivar el amarillismo y minimizar
el peso mediático de los temas de violencia. La sangre, las balaceras, los
cadáveres y la zozobra que aqueja a las sociedades de muchos lugares del país
–dice–, siguen afectando el ánimo y las vidas de todos, pero como parte de su
estrategia de combate a la delincuencia, el priista busca no sólo diferenciarse
de su antecesor, sino que su gobierno luzca centrado en otros asuntos.
¿Qué se pretende con esta decisión que atañe a las miradas, a la percepción de la realidad por parte de los ciudadanos del mundo? De un lado se podría pensar que es buena idea no convertir en protagonistas a los criminales: muchas veces se ha dicho que el deseo de figurar de estos truhanes es lo que los impulsa a actuar vilmente; y hay algo de realidad en ello, toda vez que los mismos medios nos han inculcado la idea de que cualquier cosa vale los 5 minutos de fama de los que hablaba el artista pop Andy Warhol.
De la mano de esta consideración está el hecho de que la publicación en
primeros planos, de las fotografías de las víctimas del crimen, se convierte en
una especie de catálogo de ejemplos a seguir, en una especie de recetas para la
tortura: hoy, por ejemplo, los descuartizados están de moda. Tal consideración
se desgrana asimismo en otras versiones, la más aceptada es aquella que indica
que si consumimos violencia, producimos violencia. Pero ¿cómo explicar entonces
que en Estados Unidos, en donde se consume mucho más violencia a través de los
medios –cine, novelas de horror, especial gusto por la literatura policíaca— no
se produzcan tantos descabezados como aquí?
La respuesta a estas y otras preguntas de orden estético, relacionadas con la política de representación del crimen en los medios, involucra aspectos éticos que vale la pena tomar en cuenta; uno de ellos se resume en la pregunta ¿ojos que no ven, corazón que no siente? Por el mero hecho de no enterarnos, ¿dejaremos de sentirnos preocupados por la violencia?
2 Las imágenes mediatizadas de la crueldad nacen durante el Barroco, cuando los pintores comenzaron a acostumbrarnos a las representaciones realistas de los cuerpos torturados de los mártires cristianos. Antes de eso, en la época medieval, a los cuerpos de los mártires se les representaba “gozando” el sacrificio, pues eso los acercaba a la santidad, que no era otra cosa más que buscar el parecido con la imagen cristiana.
Tertuliano, entre los siglo II y III d. C., aconsejaba a los hombres de fe
soportar el sufrimiento. Pero las cosas de la antigüedad han dado paso a una
posmodernidad en la que la fe no juega un papel. Hoy el sufrimiento no se
considera redituable y las personas no estamos dispuestas a soportar la
violencia de la que somos víctimas. La veamos o no. El Complejo del Semejante
del que hablaba Freud nos hace sufrir en carne propia todo aquello de lo cual
nos enteramos, aunque no lo veamos en vivo y a todo color, mediante las
imágenes televisadas o impresas.
El hecho de que disminuya su presencia cotidiana como resultado de una disposición gubernamental tal vez nos tranquilice un poco y por un momento lleguemos a pensar que estamos viviendo en una sociedad que avanza moralmente.
Pero como todo se sabe tarde o temprano –y el hecho de que no se vean las cosas no implica que no existan–, llegará un momento en el que esta medida se califique como censura, como acotamiento de la libertad de expresión de los medios.
A quienes oculten la realidad tarde o temprano se les puede voltear el chirrión por el palito: corren el riesgo de perder credibilidad. La disyuntiva no reside entonces en si se presenta la violencia, sino en cómo se presenta.
María
Helena Noval
twitter:@helenanoval
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