1 . Emmanuel Espín, conocido también como Emmanuel Espintla, es un joven creador de configuraciones de espíritu fantástico que ya cuenta con suficiente volumen de obra, como para posicionarse en el mercado nacional de arte.
Del ambiente onírico y popular propio de la Escuela Oaxaqueña de Pintura, con la cual se vincula a golpe de ojo en un primer momento su obra, podemos decir mucho. Antes que nada, que forma parte del misticismo folclórico, la estética simbólicamente alterna, las tradiciones exaltadas, lo mágico mítico y lo bucólico de lo pueblerino, como diría el estudioso del arte oaxaqueño Alonso Aguilar Orihuela (979 Arte Actual Oaxaca), quien ve en el desgaste de esta propuesta originalmente conceptualizada por Andrés Henestrosa: “una imaginería redituable” o “un fundamentalismo fantástico”, que ha terminado por academizar las propuestas de Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Rodolfo Nieto y Rodolfo Morales.
No obstante, esta “oaxaquilandia” a Emmanuel Espín le queda corta, porque de tiempo atrás él ha venido generando su propio camino, ha cometido parricidios, siendo la noción de influencia -que no copia, que no paráfrasis- la que se ve de fondo. Se trata más bien de un resabio que da paso a segundas y terceras fructíferas asimilaciones. Una de ellas la que encuentra el trabajo de los maestros Felipe Morales y Jorge Cázares detrás. Uno por sus personales alargados, otro por el abigarramiento del espacio pictórico y las montañas representadas, que según él son las que dividen Morelos de Guerrero. Volviendo a lo oaxaqueño, dice Espín que Rodolfo Morales seguro tenía en mente a las mujeres de Cuentepec cuando pintaba, vestidas de faldas tableadas, pues expuso hace muchos años en la Casa de las Campanas, esa que manejara Doña Manola Saavedra, en la década de los 80 en Cuernavaca, frente a la Catedral.
2. Cosa aparte son los rompimientos de escala de sus composiciones y los personajes que flotan o vuelan a la Chagall, las iglesias y los collages que recuerdan algo a los del morelense Cisco Jiménez. Eso ya es cosa de estilo; un estilo que incluye también los colores que el michoacano Rodrigo Pimentel le enseñó a usar.
3. ¿Qué nos dicen sus autorretratos?
De entrada, que admira a Frida Kahlo y a Nahum B. Zenil, dos expositores del Yo a lo Naif: “En Tehuixta no sabían de pintura y el referente natural era Frida Kahlo cuando veían mi pintura” -aclara-. Pero entendemos que es en la manera de vestirse de novio, con el corazón al aire, rodeado de cardos, en la obra titulada “Él no vio” o, vestido de novia con bigote en “Desaliento” -que significa sin respiración, sin ánima, sin vida- en los momentos en los que por voluntad de desnudarse, lo estamos conociendo por dentro.
Lejos está Emmanuel Espín de mostrarse simple, a pesar de que decore sus intuiciones con la gracia del dibujo infantil y elabore algunos rostros a la manera de José Luis Cuevas o Juan Soriano.
4. Abusando de su tiempo, querido lector, le comento que me tomé la libertad de preguntarle al de Tehuixtla qué pinta en estos momentos y me dijo que exvotos, que elabora gustoso una reinterpretación de ese capítulo del arte que ya conocemos.
Pero no, yo al final del día volteo a ver de nuevo las dos piezas que componen el díptico “El Beso”, porque me recuerdan a los jaliscienses María Izquierdo y Manuel González Serrano.
Será que uno anda siempre buscando sus eternos amores a la vuelta de la esquina. FIN
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