viernes, 24 de enero de 2014

Manuel González y Olga Costa en el Jardín Borda: regalo navideño

Significativa resulta la inauguración el próximo sábado, a las 12 del día, de dos muestras pictóricas en el Jardín Borda, toda vez que en éste simbólico e importantísimo espacio no se presentaron exposiciones artísticas durante el año que va del presente gobierno perredista.  Una de ellas dedicada a la obra de la señora Olga Kostakowsky (por supuesto hija del violinista Jacob Kostakowsky), más conocida como Olga Costa entre los mexicanos, por haberse casado con José Chávez Morado, también pintor y haberle dedicado su vida a los paisajes y las frutas de su entorno, dejando de lado un discurso nacionalista que para mediados de siglo ya estaba gastado por haberse convertido “lo mexicano” en un catálogo de lugares comunes.
Tuve la oportunidad de ver la selección de obra realizada por el crítico de arte Juan Coronel Rivera hace unos meses en el Palacio de Bellas Artes y quedé maravillada por la manera de presentar un trabajo tan serio como es el dedicado a investigar formas y colores, recordando un poco a los constructivistas rusos, antecesores culturales de la Costa. Esto significa que ella componía planos pictóricos con pedazos de colores, simplificaba formas, no pintaba de manera académica.
Olga Costa y Chávez Morado fueron dos de las figuras que han logrado para México los altos vuelos que no sólo deben de gozar Diego y Frida, a quienes por cierto se les rinde homenaje internacional en París por estos días. Ellos y varios artistas más conforman lo que se llama “Escuela Mexicana de Pintura”, un concepto que abarca el tratamiento monumental de las formas y el énfasis en los temas y símbolos mexicanos, pero que también es un simplismo que impide ver con claridad lo que estaba ocurriendo en el país en las décadas de los años cuarenta y cincuenta, cuando corrientes como el surrealismo y otros freudismos como la Pintura Metafísica dejaban sentir sus influencias con respecto a la importancia de lo simbólico, los sueños, el inconsciente y el deseo en la vida cotidiana del ser humano.
A esta otra corriente pertenecen artistas que no sometieron su agenda a los temas impuestos por Rivera, Orozco y Siqueiros, sino que siguieron sus propias rutas, buscando expresar mundos íntimos e inquietantes, como es el caso de Manuel González Serrano, artista a quien he dedicado gran parte de mi vida como historiadora del arte, como he dicho antes en las páginas de este diario.
Manuel González
Serrano: un erotómano fuera de serie
De Manuel González Serrano se han dicho muchas cosas, existen más de 250 artículos dedicados a su vida y obra publicados en diversos medios desde la década de los cuarenta. Tanto la factura de su obra plagada de líneas nerviosas y ambientes enigmáticos, como el abordaje de los asuntos que a él le interesaban han motivado que se le conozca como el Surrealista de América, El Hechicero, El Artista Maldito, etc. ¿De qué asuntos estamos hablando?
Se trata, y eso es lo que se verá en el Jardín Borda durante tres meses, de elementos de la naturaleza --frutos, flores, árboles y palomas--, que para él adquirieron una segunda lectura basada en su carga simbólica, directamente relacionada con un erotismo que le causaba un conflicto enorme por la educación religiosa que recibió y porque en la época la moral acostumbrada no veía con buenos ojos estos abordajes (a pesar de que el erotismo ha existido en la historia del arte desde tiempos inmemoriales).
Lo curioso es que si bien se había manifestado este interés del pintor en el erotismo, es a partir del conjunto que se presenta en esta ocasión, que se desentrañan ciertas estrategias discursivas únicas en el arte mexicano. Tal es el caso de la vida que consigue darle a los objetos por medio del gesto que les imprime, de la actitud que adoptan.  También es importante para él la noción de similitud entre ciertas formas, como los caracoles y las rosas, los tallos de las plantas y las venas, o los esqueletos y las ramas, por poner algunos ejemplos.
Otra de sus propuestas para el arte moderno es el haber contrastado los primeros planos con los segundos, presentando frutos y flores erotizados y antropomorfizados que terminan siendo “negados” o “cuestionados” por paisajes que se perciben desolados, desérticos, infértiles. Estas paradojas visuales las percibe el espectador cargadas de un dramatismo tal, que merecen una reflexión sobre la conmoción que puede provocar el arte.
El artista nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, en 1917, también habla de la relación de pareja en sus obras y toca temas tan trascendentes para el arte, como el autorretrato y la religión católica a través de la figura de Cristo, con quien se identificaba en su aspecto de mártir.
Por favor, no se pierdan la muestra, habrá visitas guiadas periódicamente. La idea es difundir la gran propuesta que hiciera este artista de tormentosa vida breve –muere a los 43 años de edad- a la historia del arte mexicano.

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