jueves, 8 de agosto de 2013

Vas a ver: Dos mujeres inolvidables

      El universo cultural morelense se vistió de un luto muy especial la semana pasada: la sensible desaparición física de dos mujeres que elevaron la responsabilidad que les fue encomendada, a altísimos niveles de desempeño, provocó que se comenzara a hacer un recuento en redes sociales -virtuales y no virtuales-  de lo que se vivió con ellas como funcionarias públicas. Martha Ketchum (1960-2013) y Luciana Cabarga (1929-2013) forman parte inolvidable de la historia del arte del estado por haberse aventurado en sus difíciles chambas -promover cultura sin dinero-, antes que nada por puritito amor al arte.
La cultura en México siempre ha sido un tema ambivalente, pocos políticos, en realidad pocos ciudadanos, creen en la capacidad formativa de las bellas artes, en su  potencialidad modeladora de valores éticos, estéticos y materiales. A la cultura se le recorta el presupuesto fácilmente, se considera que es el sector productivo menos relevante, salvo cuando va a servir de capital político o pretexto turístico. Por eso, a quienes les toca administrar recursos destinados a hacer películas, montar exposiciones, espectáculos teatrales, promover el arte y las artesanías de una entidad, les toca asimismo convertirse en elaboradores de proyectos para las cámaras de diputados y otras instituciones públicas y privadas, se convierten en tocadores de puertas, en publirrelacionistas. Entiéndase así: si el presupuesto gubernamental alcanza escasamente para la nómina, entonces el trabajo hay que hacerlo con recursos procedentes de otros lados.
El caso de Martha Ketchum incluye gestiones que hoy son anécdotas memorables entre la gente que trabajó con ella: “Me tocó verla conseguir el dinero para remodelar la Sala M. Ponce en un pasillo, en cinco minutos”, “Altos funcionarios le contestaban el teléfono porque había sido la esposa de un político eminente”, “Su estilo entusiasta para tratar los asuntos culturales se contagiaba”, “Fue convenciendo a los altos jerarcas de que la cultura los hacía quedar bien y al final terminaron por respetarla y darle su lugar “.
Lo cierto es que Martha aprendió mucho a lo largo del tiempo que dirigió desde el Jardín Borda la política cultural morelense; su gran apuesta fue creer en los artistas y artesanos locales, vio las bondades del entorno como puntales de desarrollo. Además fomentó que el público se relacionara con el arte de varias maneras, incluyendo la convivencia posterior a cada evento. Aprovechó las relaciones humanas que se generan cuando la emoción estética se comparte. A su memoria dedico estas palabras porque llegué a quererla y admirarla después de verla trabajar muchas, muchas horas en pro de nuestro estado.
                                   Martha Ketchum MejIa
2.
Por su parte, Luciana Cabarga no sólo deja el recuerdo de haber sido pionera en materia de proyección internacional del entorno morelense, sino un montón de recuerdos amables entre las amistades que la vieron trabajar honestamente durante años. El cineasta Francesco Taboada actualmente trabajaba un guión basado en la vida de esta mujer, una vida que, dicho sea de paso, fue “de película”.
                     
A Lucy se le consideraba la autoridad en materia de cine en el estado; cuando algún funcionario público tenía la brillante idea de “revivir la gloria del cine mexicano” ella escuchaba atentamente cómo es que iba a realizarse tal proeza. Siempre discreta y elegante, solía pensar detenidamente antes de dar sus muy sabias opiniones, siempre basadas en la experiencia.
Hoy que platico con Adalberto R. Szalay sobre ella, me recuerda que ambos pensaron siempre que un banco de imágenes del estado sería un capital valiosísimo con el tiempo por su capacidad de nutrir la memoria colectiva.  Me recuerda que Jorge Morales Barud la reincorporó a lo del cine siendo gobernador interino, porque se había quedado sin trabajo. Para esas fechas ella ya tenía prestigio en el extranjero, en Hollywood y en Europa.
“Siendo niña Lucy se había quedado sola en una villa romana, sus padres andaban de viaje cuando Mussolini decretó que no podían regresar a su país por ser judíos. Ella le escribió al mandatario para pedirle permiso de salir, y esta puntada le pareció simpática, por lo que la mandaron en tren a Suiza, en donde se encontró con su familia. Ya en Cuba el tropicalismo la marcó para siempre. Más tarde hizo de Cuernavaca su hogar definitivo. La apreciaban John Houston, B. Bardott, Alain Delon, etc. Su don de gentes y su dominio de los idiomas los puso al servicio del estado. Logró que el Cine Morelos fuera subsede la Cineteca Nacional para programaciones de orden internacional. Muchas personas la quisieron mucho y eso no es fácil”, concluye Ríos Szalay. FIN                            
María Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
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