los hijos de Morelos,
amemos nuestro estado
con todo el corazón.
Hagamos que sea grande
y siempre respetada,
la parte más hermosa
de nuestra gran Nación.
Borremos de nuestra alma
la lucha fratricida,
que en tiempos no lejanos
tu suelo ensangrentó.
Ejemplo de grandeza,
de paz y de Progreso,
dejemos como herencia
viviendo con honor.
Apenas unas estrofas bastan a muchos morelenses para actuar en concordancia con la idea de nacionalismo y la fraternidad que deben imperar durante el día a día en comunidad, claro que esta concordancia sólo se da durante el canto del célebre himno que escribiera el músico don Manuel León, para inflamar el corazón de los hijos de Morelos. Fuera de los actos cívicos, en la práctica habitual, lo que menos se da son la cordialidad y el respeto; al índice de criminalidad propia de las sociedades posindustriales en las que priva el desempleo, se han sumado el consabido problema del narcotráfico y la corrupción. México está pero que nunca y a los morelenses en esta historia nos ha ido pero que a otros estados por cuanto respecta a mala fama y sufrimiento dolorosísimo, en carne propia, de una violencia desatada por múltiples razones.
Lo cierto es que con lo que sucede en este estado podríamos escribir la antimarcha morelense, cada párrafo, cada estrofa editada para darle una connotación negativa sirve como retrato, como crónica, como denuncia.
La marcha de ayer domingo, originó desde el mismo momento en que se comenzaba a juntar la gente, una serie de opiniones encontradas que causaron desilusión porque el anhelo y el principio de realidad no concordaron.
Claro quedó el mensaje de la inconformidad social y muy preocupante sería que los agentes del mal entendieran la tibia movilización social como sinónimo de pasividad, o que los que se sintieron acompañados y acogidos vieran en la participación multitudinaria el alivio o la solución a sus dolores.
He hablado con mucha gente el día de hoy y llegué a la conclusión de que las dos cosas se dieron según las ópticas y la subjetividad de cada quien: para muchos fue una experiencia que dejó mucho que desear porque su brillo ético no alcanzó el fulgor esperado dada la imprudente irrupción de Antorcha Campesina, el movimiento se desinfló. Para otros la marcha por La Paz fue una manifestación que obedece a la libertad de expresión ganada a base de sangre derramada por miles de inocentes. Una marcha sanadora en la medida en que nos permitió llorar a nuestros muertos. Mostrarnos amor. El amor siendo, al final del día la respuesta necesaria a todo mal.
María Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
twitter: @helenanoval
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