Si se pudiera mapear la mente de un coleccionista, el resultado daría una
representación ordenada, llena de rutas lógicas; sus hermosos tesoros, decorados
a gusto del hacedor del mapa, indicarían sus ideales, sus propósitos, sus fines,
sus empresas. Su lugar en el mapa señalaría las metas de una vida, el corazón
del coleccionista, su lugar de llegada.
La
mente del acumulador, nos daría en cambio, la impresión de una maraña.
Me
atrevo a hablar en términos gráficos de las ambiciones que caracterizan a
quienes dedican su vida a recolectar objetos, porque a veces resulta fácil
meterlos a todos en el mismo cajón y no debemos hacerlo: la búsqueda de obras
curiosas, artísticas o antiguas implica un manejo emocional muy diferente para
cada vocación.
Según
la especialista Ana Garduño, el coleccionista se caracteriza porque se va
profesionalizando, conoce sus objetos, tiene claro lo que busca, da un mensaje
al público a través de su colección y pretende hacerla pública. A diferencia de
este connaisseur, el acumulador sobre todo recolecta, amontona, rellena
su espacio vital de objetos diversos, sin preocuparse demasiado por adjudicar
categorías, ya que lo que le interesa prioritariamente es la suma de aquellos objetos que ama.
Este amante de los objetos no sigue una estrategia. Llena un
almacén.
Según
la Dra. Teresa del Conde --a quien le gusta coleccionar historias de
coleccionistas--, las pesquisas del coleccionista son individuales, disfruta
cada uno de sus hallazgos, es dueño de una biblioteca, gusta de mostrar sus
tesoros y espera sobrevivir a través del conjunto que ha reunido. Es un don Juan
de los objetos.
Vistas
así las cosas, cuando llega uno a casa de un verdadero devoto de los objetos,
hay que quitarse el sombrero: está uno frente a un profesional enamorado del
diseño, frente a alguien que suele terminar soportando intelectualmente su
vocación porque investiga, clasifica, exhibe, valora y cuida con el alma lo que
posee.
Hace
tiempo que he querido dedicarle al Sr. Roberto Calleja Garibay estas
reflexiones. No sólo porque el tema del coleccionismo en Morelos es un gran
asunto pendiente –no se han estimulado ni difundido en este estado el
coleccionismo privado o el público--, sino porque estando frente a los miles de
objetos que ha ido él coleccionando, queda uno con la boca abierta y los ojos
cuadrados: ¿de dónde ha sacado tanta energía, tanto amor, tanta paciencia, tanta
lealtad? ¿De dónde le nace este "espíritu de cacería”?
Escuchando
sus explicaciones me queda claro que los objetos que con él viven –porque él los
hace vivir al señalarnos sus particularidades, al accionarlos, al contarnos su
historia--, están listos para mostrarnos una época, un uso, una costumbre, las
diversas nociones de belleza y de funcionalidad que se han dado en la historia,
el poder del objeto como transmisor de significados.
Lo
que más me llama la atención después de la mágica visita a la que fui convidada,
es la especialización que puede llegar a alcanzar la mirada. Las nociones de
semejanza y distinción cobran un poder inusitado frente a cada exhibición: las
llaves son llaves, las planchas son planchas y los fonógrafos son fonógrafos,
pero he aquí, que no todos son iguales, cada uno requirió un diseño y un
material específico y fue resuelto de una manera siempre innovadora. Semejantes,
pero diferentes, todos piden una mirada diferente.
No
me despido sin recordar que la formación de públicos es uno de los grandes
asuntos a resolver hoy en día en el mundo cultural. El sueño de quienes se
dedican a promover políticas culturales pensadas en función de la identidad de
los pueblos pudiera hacerse realidad si se entiende que coleccionar objetos no
sólo habla de consumismo y apertura de mercados, sino de amor por el pasado y un
afán revisionista de nuestra historia.
Entonces:
¿por qué no dedicarle un museo de autor a éste generoso morelense por adopción,
quien se ha encargado de hacernos entender que la creatividad humana es un
asunto inspirador, emocionante, digno, museable y redituable?Ω
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