viernes, 22 de abril de 2016

Juan Soriano y el centro cultural que llevará su nombre en Cuernavaca


1.
Con declaraciones como la de que a “Juan no le gustaban las consciencias morales de Jalisco y por eso es mejor que el museo que llevará su nombre esté en Cuernavaca” se abrió este sábado el diálogo entre la escritora Elena Poniatowska, autora del libro “Juan Soriano: Niño de Mil Años” --uno de los textos más completos que existen sobre la vida del pintor-- y Marek Keller coleccionista mayoritario de su obra. La charla organizada en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, previa a la inauguración de la exhibición del acervo del Centro Cultural Juan Soriano, previsto para fines de este año en Morelos, logró que quienes asistimos conociéramos no sólo los antecedentes del sitio, sino parte de los intríngulis de la vida bohemia del México de mediados de siglo. La plática, he de decirlo, fue una verdadera delicia porque nos presentó a un Soriano mordaz y ocurrente que no se deja ver siempre frente a la obra. A un Soriano que entre otras cosas se admiraba porque cuando regresaba al país (el autor vivió años en Europa) se encontraba con que los antes amigos, sus colegas, se convertían de pronto en férreos enemigos.
La escritora con su característica gracia y sentido del humor comenzó por preguntarle a Keller por qué le dedicaba su vida a un muerto y él le contestó que a diez años del fallecimiento de quien fuera su pareja, éste seguía tan presente en su vida como antes, que todo el tiempo dialogaba con él, que las respuestas siempre llegaban… lo cual se traduce en una declaración de amor conmovedora. También dijo que al pintor no le gustaban los museos de autor, que ante la idea del conjunto dedicado a una sola mano siempre decía “que la gente haga lo que quiera con sus cuadros” pero que él, terco, había comenzado a juntar el patrimonio que conforma la fundación que hoy lleva el nombre de ambos con el dinero que ganaban con la venta de la obra del pintor, por lo que éste le decía “¡en vez de vender sorianos compras sorianos!”.
Hoy parte de este acervo (archivos, tapices) ya están en nuestro estado y si todo sale según lo planeado, pronto podremos visitar el museo que incluirá jardín escultórico y teatro, un lugar, hay que decirlo, que también ha causado inconformidad y recelos en el medio artístico del estado porque se siente que con esta decisión se privilegia a un autor no local en detrimento del apoyo que necesitan los creadores morelenses. 

2.
La muestra abre con la producción retratística de tono clásico del artista nacido en Jalisco y cierra con la vertiente vanguardista, la de sabor cosmopolita que más se conoce. Emociona ver en conjunto al Juan Soriano que se atrevió a ser moderno en un momento en el que la Escuela Mexicana de Pintura y la influencia del Surrealismo dictaban la tónica a seguir, causa una especie de patada en el bajo vientre ir descubriendo como asimiló a Tamayo, a Miró y a algunos abstractos del momento.
Soriano acudió al retrato y al autorretrato en tantas ocasiones, que podemos decir que la figura humana es su interés primordial. Frente a los retratos de Xavier Villaurrutia (1940), Rafael Solana (1938), Diego de Mesa (1941), Pita Amor (1943) y Elena Garro (1948) –todos óleos sobre tela-, sentimos el diálogo con el modelo que tenía enfrente, al cual trataba de representar más por su aspecto psicológico que por su simple apariencia física; no obstante, frente a uno de los muchos retratos que le hizo a Lupe Marín –el más reciente personaje de la Poniatowska en su estupendo libro “Dos veces única”- sentimos a un Soriano que despega hacia una modernidad propuesta a partir de la valoración del color encendido que vibra por obra y gracia del alto contraste, la utilización de texturas (olvidándose de la pintura tallada) y la desarticulación de la figura humana.

3.
Juan Soriano forma parte de esos artistas del México moderno que coadyuvaron a derribar las imposturas del academicismo; según el escritor Alberto Ruy Sánchez, la melancolía de Soriano es inteligente e irónica a la vez, hasta en los cuadros dedicados a “la muerte niña” y según la crítica de arte Teresa del Conde, Soriano logra una pintura siempre legible al mismo tiempo que extrañamente problemática porque no deja de acercarnos a un erotismo cercano a la muerte, o por lo menos al pesimismo.
Vaya pues con Juan Soriano y su fantástica obra coincidente en algunos momentos con la de María Izquierdo, Manuel González Serrano, Agustín Lazo, Julio Castellanos y Federico Cantú. Hay que ir a verla a México antes de que llegue a Cuernavaca, vale la pena. Ω
María Helena Noval
 

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