martes, 6 de julio de 2010

Es regnet, llueve sobre mojado en Cuernavaca (A los Vlady, in memoriam)


Recientemente se fue Isabel Díaz Fabela, la viuda Vlady, el ruso que tanto pintó, grabó y dibujó los frutos de su terrible imaginación y se me ocurre que podemos traerla a este suplemento para rendirle un breve homenaje y de paso honrar a la mujer del artista, la que junto con él, abre brecha, organiza las tertulias y se aguanta el hambre cuando hay que hacerlo.

Creo que muchos morelenses asistimos a las muestras de Vlady en Jardín Borda y conocemos la publicación facsimilar de uno de sus cientos cuadernos de dibujo, pero lo que no sabe mucha gente es que Isabel jugó un papel importante en la vida del México culto de los años cincuenta. Isabel fue la mujer del Vlady de Cuernavaca, pero también fue la esposa del Vlady del París de Breton y la nuera de Víctor Serge, el padre nombrado desde la más absoluta reverencia. Ella hablaba de lo leído y andado por él como si fuera lo propio y tal consciencia histórica debe diferenciarla de cualquier otra historia privada. No en balde, la crítica de arte Berta Taracena ha dicho que “Isabel era la tierra de Vlady”.

A la pobre Isabel ya nadie del mundo culto la llamaba, murió agotada y pidiendo la dejaran en paz, pero ha de saberse que hubo una época en la que ella decidía quien publicaba la obra de Vlady y quien pertenecía a eso que se ha dado en llamar generación de la Ruptura –que ni fue generación ni rompió nada--. Isabel fue una especie de Olga Tamayo, de Meche Felguérez, de Bertha Cuevas o de Lupe Marín y por lo mismo, mucha gente la respetaba y la consultaba. Aun habiendo pasado los últimos 20 años casi ciega.

Casualmente estaba visitando el breve epistolario de Vlady que guardo, cuando Carlos Díaz, el sobrino de Isabel, me llamó para informarme que a los 95 años, acababa de dejar este mundo, que iba por fin a encontrarse con su güero, fallecido hace 5 años.

Amores: sólo los torturados y no otros

Es curioso, pero también se me ocurre que la muerte de Isabel representa la muerte inconclusa de Vladimir Kibalchich Russakov ¿Por qué lo digo? Porque ella adquirió parte de su personalidad al bautizarse “Isabel Vlady” (ninguno de los dos usaba los apellidos de nacimiento de él) y porque se dieron a conocer como una de las parejas artísticas del México moderno, basándose en la premisa de que en equipo se trabaja mejor que en solitario. Y aunque la idea de la empresa no la llevaron hasta sus últimas consecuencias como otras parejas de artistas, sí sentaron precedentes en la materia, pues ella llegó a convertirse en la agente de ventas de Alberto Gironella, Josep Bartolí, Enrique Echeverría y Héctor Xavier, después de haber fundado, en 1952, la Galería Prisse en el número 163 de la calle de Londres, en la Zona Rosa[i].

No sé si lo sepas, pero cuentan que cuando se conocieron, alguien los emborrachó y los invitó a pasar a un closet, del que salieron….para casarse. Cuentan también que el compromiso amoroso no sucumbió ni cuando él se dejó encandilar por “otra” en Acapulco, una tal Guadalupe, quien por cierto lo dejó por allá en calzoncillos. Ya en Cuernavaca, él pidió perdón a su Isabel amada.

Muerto Vlady, ella no volvió a nombrarlo en casa y si acaso se le salía su nombre, pedía perdón. Creía que al no citarlo, conjuraría el dolor del abandono; no obstante, durante el sueño las imágenes se le ensoberbecían y despertaba gritando “Güero, Güero, ven”. Imagínate tú lo fuerte que pudo haber sido la embriaguez de esta pasión, que ella renunció a la maternidad en más de diez ocasiones mediante el recurso del aborto –el haber sido enfermera de un hospital en la colonia Roma, facilitó las cosas--. No sé si fue la locura de la madre de él, internada en París hasta su muerte, o el haber padecido escorbuto, malaria y epilepsia, lo que los llevó a tal grado de intolerancia ante a la vida, lo que sí sé, es que ambos soportaron el “dolor de hijo” y eso en una pareja une tanto o más que el sexo.

Termino esta nota recordando que el de ojos verdes, el Vlady de las poses duras y el discurso airado, nunca dejó de vestir colorinas camisas rusas por no perder el atractivo propio del exotismo. Tal anhelo, sin embargo, no rindió frutos rimbombantes y a lo más que llegó fue a comentarle al discreto sobrino: “Carlos, conocí a una mujer bellísima y me pidió que la pintara”. ¿Y tú qué hiciste tío? ¿Pagó en especie? –preguntaba el hoy agotado heredero de la obra vladiana--, a lo que el pintor respondía: “No la pinté” y “El día que yo me muera, no me moriré del todo. Quedarán Isabel y mi obra”. Ω

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[i] La Prisse fue piedra de toque para el desarrollo de las galerías privadas y públicas en México. Gironella contaba que cuando estaban montando la obra para la primera exposición, entró a la casa un visitante sueco que les compró un cuadro a cada uno. Casualmente pasaba por ahí un gato, y el extranjero se le acercó y le llamó cariñosamente "Prisse, prisse", por lo que como signo de buen augurio, bautizaron la galería con ese nombre. Este espacio, que se convirtió en centro de reunión de pintores y poetas duró alrededor de un año, pero la siguieron la Juan Martín, la Proteo y la de Antonio Souza con la idea de promover la joven pintura. Cfr. Germaine Gómez Haro. “La Ruptura en el Museo Cuevas”, en la Jornada Semanal, número 387. Domingo 4 de agosto de 2002.

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