1.
Orly Cortés publicó en Facebook este sábado un texto titulado “La herida que sí ves”, que dice así:
“Hoy, por lo menos volteaste a ver, aunque fuera una pared pintada. Espero que una parte de ti haya notado la furia de las que luchan por vivir con miedo. Por vivir. // El cuerpo de la ciudad queda marcado como una extensión de los miles de cuerpos violentados de las mujeres, para que ahora sí los veas, para que no voltees al otro lado. Esas cosas quemadas, pintarrajeadas, rotas, son una extensión de nuestros cuerpos. Es la humanidad destrozada de la que te niegas a hablar con tal de ´no incomodar´. Es la cicatriz expuesta una y otra vez, que a ti no te inmuta.”
Añade que la culpa de la violencia contra las mujeres la tenemos todos, todas, cuando nos referimos a las feministas como “feminazis”, cuando repetimos chistes misóginos; cuando culpamos a las víctimas de violación por enseñar piel en la calle.
“Esas paredes pintadas se vuelven aliadas en la lucha porque al menos de ellas sí hablas. Al menos esa herida sí la volteas a ver”, puntualiza.
2.
Resulta, querido lector, que el fin de semana que acabamos de dejar atrás le mostró al mundo una empatía de la gente con los vidrios, las puertas, los coches, las persianas, pero no las personas -como twitteó Antonio Ortuño-, dañadas por quienes protestaron en contra de la violencia de género en el Ángel de la Independencia. Una empatía que desconcierta, que entristece, que indigna. porque se comprueba que tenemos la mirada puesta en la materia, no en la carne; en el patrimonio, no en el cuerpo. En lo de afuera y no en lo de adentro.
Jamás fue el monumento de Rivas Mercado, símbolo de la libertad conquistada, más adecuado para una manifestación pública, que este viernes, en el que estalló la indignación por la crueldad perpetrada por algunos machos en contra de personas de carne y hueso, heridas y muertas de diferentes maneras, por una sola razón: creerse ellos superiores a quienes llaman el “sexo débil”. A quienes ven con desprecio siendo hijos, hermanos y padres de mujer.
3.
Cissi Montilla compartió también en Facebook, de autoría no identificada: “La brillantina es poco para la niña de 6 años atrozmente violada y asesinada en CUERNAVACA, la mujer de 70 años violada en su propia casa, la de 17 años violada por 4 policías, la paciente terminal violada en el IMSS y amenazada de no recibir tratamiento si hablaba, las 9 mujeres asesinadas todos los días”.
Se refería la diamantina violeta lanzada a algunos varones para mostrar enojo y hartazgo colectivo. Al polvo volante como signo, que repetido acaso llegue a simbolizar un nuevo “Peace and Love”. Así de fuerte, así de necesario. Un gesto que replicado pueda hermanar a las personas urgidas de reparaciones. Una imagen rosa encendido que refuerza palabras: #NosViolanNosMatanNoNosCuidan.
4.
Es muy atrevido de mi parte y sé qué tal vez me van a criticar mis amables lectores por comparar este gesto y los disturbios de la semana pasada con los accionismos feministas de los años setenta. Pero no puedo evitar mencionar en este editorial a artistas como Ana Mendieta, quien visibilizaba el dolor del abuso usando su propio cuerpo como soporte. Es decir, usando la carne herida como muestra de la carne herida.
No puedo dejar de pensar en la artista y crítica de arte Mónica Mayer por sus insistentes y elocuentes llamadas de atención sobre el tema y en Lorena Wolffer, quien se puso a dibujar heridas de cuerpos de mujeres brutalmente asesinadas sobre su piel.
Sentaron precedentes. Pero como esos accionismos no han logrado la consciencia humana que debieran y tal parece que las heridas tienen que ser urbanas, violentas, duras, soeces, pétreas, pedestres y antipoéticas para que se vea que estamos enojadas, entonces, que grite la piedra su dolor. FIN.
María helena gonzález
helenagonzalezcultura@gmail.com
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