Con
suma pertinencia, el Seminario sobre Cultura y Desarrollo Social promovido por
el Instituto de Cultura de Morelos este lunes y martes, abrió una serie de
reflexiones que me parece importantísimo traer a las páginas de DDM porque se
da el caso de que coinciden con la vocación de desarrollo social de los 2
gobiernos electos, el municipal y el estatal. Estamos hablando aquí de un ideal
mayor, no de micropolítica, no de intereses partidistas, sino de la
recuperación de la paz, del tránsito de la era del vacío al retorno de los
ideales colectivos, del anhelo de hacer de esta ciudad y de este estado un
sitio memorable, diferente a partir de la dignificación social y la ganancia de
los espacios públicos para el bienestar de todos. Se trata del tránsito a la macroesperanza,
a partir de una coincidencia que pudiera leerse en estos momentos de crisis
casi como un milagro.
Para quienes estamos interesados en la aplicación de intervenciones culturales, Medellín ha sido un referente importantísimo por haber pasado de ser la ciudad más violenta del mundo --en 1991 se contaban 120 muertes por cada 100 000 habitantes, era la época de Pablo Escobar Gaviria, las escuelas de sicarios, donde “probar finura” implicaba atreverse a matar a sangre fría aún a los conocidos— a ser una ciudad turística y exitosa y ni siquiera la más violenta de Colombia. Sus bibliotecas, centros culturales, museos comunitarios y programas sociales son caso de estudio en el mundo académico. El trabajo se ha replicado en ciudades como Sao Paulo, en Brasil. La pregunta ¿cómo le hicieron? Se torna en estos momentos en Morelos en: ¿de qué manera, aplicando algunos de los lineamientos de intervención probados exitosamente podríamos trabajar en nuestro estado a favor del desarrollo social?
He de decirles, que haber escuchado a Carlos Villaseñor Anaya, Jairo Castrillón Roldán y Luis Miguel Úsuga Zamudio hablar del caso Medellín desde la experiencia personal, desde el espíritu y no desde el saber, hizo la gran diferencia. Más de 50 promotores culturales permanecimos atentos a las gráficas, los testimonios grabados en video y las citas académicas que mostraron paulatinos cambios en aquella ciudad colombiana durante la década de los noventa, no obstante, fueron casos específicos como el del punkero que consumía drogas y dejó de hacerlo al convertirse en actor (hoy es gerente de una empresa, está casado y tiene 4 hijos), o la prueba de que el trabajo voluntario y colectivo en las comunidades no necesitó de la inversión de grandes sumas de dinero, lo que hizo inolvidable a este seminario.¿Por qué la cultura?
La cultura no es erudición, no es arte y no es cortesía, es una noción que tiene que ver con las diversas maneras de estar en el mundo, tiene que ver con elementos de identidad y se relaciona con la economía, la política, lo ambiental y lo social. Hoy se trabaja el concepto de manera transversal en diversos ámbitos de avanzada en el mundo. Se busca que la persona que se acerca a un museo, una biblioteca, un centro cultural, haga propio el contenido de la experiencia cultural; se habla incluso de la importancia de la neuroplasticidad porque está probado que las emociones positivas generan actitudes y acciones positivas en la gente; la gente busca vivir de nuevo las experiencias que le han sido placenteras y esto nos lleva a pensar que de un festival de poesía, de una muestra pictórica, de un concierto, la gente va a salir mejor que como llegó.
Me da gusto saber que en nuestro estado se habla ya de la creación de políticas culturales de avanzada, de que se buscará que las acciones culturales sean significativas para todos. Una de las cosas que más me llamó la atención del seminario fue desde luego la insistencia en la semiología de la cultura, en el hecho de que debemos pensar en el significado de lo que hacemos. De “los abajo firmantes”, a la ley de cultura del estado.
En Morelos no somos ajenos a las cartas pidiendo firmas, a los foros, a las mesas redondas, a los desplegados y la mediación cultural existe desde prácticas que van del trabajo comunitario al la exposición de contenidos diversos en los museos, conciertos, conferencias, espectáculos teatrales, etc. No obstante, no contamos todavía con una ley general de cultura. En este sentido, creo que la ley de Cultura del Distrito Federal, apuntalada por Elena Cepeda como secretaria de cultura puede servirnos de base a los morelenses para generar la propia.
El tema es que en este esquema de trabajo útil y feliz se equiparan. Se trata de autorrepresentar a las personas como merecedoras de sus espacios culturales, la calle es un bien preciado y no debe pertenecerle a quienes nos hacen daño.
Se trata de que nosotros los morelenses nos veamos en otro espejo, de que nos reconozcamos en la mirada del semejante y de que nos guste como vivimos, nuestras fiestas, nuestro lenguaje, nuestras tradiciones, nuestros textos. Que recuperemos el espíritu. Es en base a estas construcciones simbólicas, a estas ideas que podemos pensar el desarrollo de nuestro estado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario