martes, 14 de agosto de 2012

Economía cultural morelense: ¿de emprendedores culturales a un estado turístico de primer nivel?

Es lógico suponer que las empresas culturales tendrán un papel destacado, en el esquema en el que se está pensando la cultura hoy en día en este maravilloso estado; me refiero a que los museos, las galerías, los festivales, las publicaciones, las ferias del libro y la venta de artesanías, por poner unos ejemplos, deberán generar recursos no sólo para subsistir, como ha venido sucediendo hasta la fecha, sino que con un aumento considerable del presupuesto para estos rubros, estaremos contribuyendo a la generación de empleos a través del impulso a la creación de nuevas empresas y la consolidación de las llamadas PYMES culturales existentes.



¿Soñamos demasiado cuando pensamos que en los periódicos análisis macroeconómicos a los que está obligado el Estado habrán de integrarse cifras antes no cuantificadas? Desde luego que no. Se vale soñar en grande, si como en Oaxaca se contabiliza al sector cultural como factor real de desarrollo social y económico. Un plan sectorial de cultura urge para nuestro estado. Y se vale soñar todavía más en grande si como en Bilbao, el crecimiento económico se sustenta asimismo en la generación de un estado turístico de fama internacional. Tenemos con qué. Hace doce años la firma Guggenheim vino a hacer tratos con el gobierno en turno para establecer uno de sus museos de marca y no se concretaron las acciones por falta de voluntad política. ¿Por qué un museo? Porque la identidad nacional se desprende de la memoria visual que guardan estos centros culturales. Sin el reconocimiento y las resonancias que una institución de prestigio internacional pueda acarrear, el arte mexicano no quedará historiado a la altura del siglo que vivimos.
 
 
Si como se viene prometiendo, se logra una fuerte suma de dinero para asuntos concernientes al desarrollo social a partir de la cultura, si se piensa en el fortalecimiento de nuestra identidad, si se piensa que lo que somos vale la pena, si se piensa en que nuestro patrimonio cultural, nuestras tradiciones, nuestra historia y nuestra imagen son productos redituables, entonces nos habremos salvado no sólo de la pobreza intelectual, sino de la ignominia que ya nos ahoga. Si lo pensamos en chiquito es mejor que se nos conozca en el mundo por la belleza del barro de Tlayacapan que por los colgados en los puentes. Si lo pensamos en grande, es mejor que el turismo cultural llegue en bandadas a que la gente se siga yendo de aquí por miedo.
 
 
Desde luego que las circunstancias no serán fáciles para el gobierno entrante y convencer a algunos de que la cultura ayuda lo será menos. Nos hemos acostumbrado a la mediocridad, los desarreglos y la violencia. No obstante, como especie tendemos a lo bueno y lo bello y por eso no todo está perdido. Lo bello le concierne a las artes a las que se les dará más difusión, ¿y quién se resiste a la belleza? Lo bueno, entendido como calidad, le concierne al factor presupuesto ampliado y el ánimo de aceptar el cambio, la vuelta a la vida, nos concierne a todos. De voluntad se trata esto. Pero ¿cómo empezar?
 
 
De entrada entendiendo que cultura y economía no son antípodas del pensamiento sino esferas que se pueden combinar de manera cada vez más perfectible para el bien de nuestra comunidad. Entendiendo que la economía crece sabiendo aprovechar las ventajas comparativas. La resistencia al cambio se irá eliminando en la medida en la que se piense en términos de inversión y no de gasto cuando se habla de cultura. Invertir en el cuidado y la promoción de las rutas turísticas, por ejemplo, no es gastar, es ganar.
 
 
Extraño resulta hablar de estos conceptos en tales términos dado que sabemos de la existencia del mercado del arte de toda la vida y de las culturas del entretenimiento como uno de los negocios más redituables de la vida contemporánea. Sin embargo y en contraposición a estas nociones, tenemos el hecho de que la mayoría de nuestros artistas no pueden subsistir a partir de lo que producen aquí en Morelos. A estos emprendedores culturales y a quienes viven del turismo hay que voltear a verlos, hay que pensar en su trabajo como un producto necesario.
 
 
Lo mismo deberá suceder en las empresas culturales que viven en gran medida de la buena voluntad de sus promotores. Basta darse una vuelta al Callejón del Libro para entender cómo la organización de los libreros es el único pegamento con el que cuentan, porque nadie los apoya económicamente.
Tradicionalmente se ha pensado que la cultura vive del aire y que se genera por una necesidad (necedad) expresiva en la que no cuenta el factor económico. ¡Qué friega nos puso el Romanticismo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario