En la primera se narra de manera indirecta la historia del cineasta Georges Méliès, autor de cine mudo. En el segundo se representa la transición entre el cine mudo y el cine hablado.
Además, en ambas se entretejen historias secundarias que van haciendo de las cintas obras entretenidas, sin llegar a la complejidad absurda de las tramas de las series televisivas norteamericanas. Buscan halagar la inteligencia del espectador, sobre todo “El artista” y no sólo embotar los sentidos.
Ésta última está nominada para
obtener un montón de “óscares”, cosa sorprendente tratándose de una película
casi totalmente muda: ¿cómo es posible –nos preguntamos-- que un film desestime
uno de los recursos técnicos y expresivos más redituables en términos
económicos (el sensurround) de la actualidad? Y aún más: ¿cómo lograron explorar
lo mejor de la condición humana sin caer en la típica historia de amor besucón?
Lecturas metafóricas: el cine que invita a la reflexión
Lecturas metafóricas: el cine que invita a la reflexión
Si entendemos, como dice mi amiga
Hedwig, experta en lectura de humanos, que la película comienza presentándonos
la muerte de un sujeto para darle paso al nacimiento de un personaje que luego
muere para que nazca un sujeto, entenderemos el mensaje manifiesto del guión: en
Holywood las personas dejan de serlo,
se convierten en actores forzados a representarse a sí mismos y esto los lleva
a su ruina si no saben manejar la fama y el engreimiento.
La lectura es sintomática de los
momentos que vivimos. A finales de los
años veinte nace el cine hablado, no obstante, el protagonista, George Valentin
se niega a entrarle a la nueva industria, no quiere dejar de ser el galán de
gestos sobreactuados de las películas mudas, se niega a dejar de ser el
personaje en el que se ha convertido y decide no aventurarse junto con el
naciente motion pictures al momento
que le toca vivir. Esto lo lleva la
ruina, hasta que en un momento de lucidez se da cuenta de la importancia del
lenguaje hablado y se deja guiar por su amiga Peppy Miller, quien le da la
oportunidad de volver a nacer, entendiendo que existen lenguajes alternativos
en la comunicación humana, uno de ellos el baile.
Cuando el cine nos pone bienEl hecho de que una historia tan simple como la de “El artista” pueda hacernos pasar un excelente rato habla bien de nosotros. Se nota que quienes producen creen en un humano capaz de leer imágenes, sin necesidad de echar mano de pomposos efectos especiales: eso indica que el arte todavía es capaz de tocar corazones y esto resulta felizmente alentador.
En el caso de Hugo Cabret, la
historia paralela que se teje, tiene que ver con lo que los psicoanalistas
definen como “castración”: el niño que quiere terminar la obra inconclusa del
padre. Este tema es universal en el arte. En este caso se trata de un autómata
de cuerda que puede dibujar, una figura preciosa, presentada de diversos
tamaños según las tomas de la cámara, un rompimiento de escalas hecho a
propósito.
¿Cómo será el hombre del año
2112, el que pueble la Tierra en cien años? Seguramente vivirá más tecnificado
y habrá resuelto problemas ecológicos y económicos graves. O tal vez no. Pero lo
que sí es seguro, es que seguirá siendo el mismo niño necesitado de la mirada
del semejante. Me gusta que el cine diga eso de vez en cuando.
Teatro sobre el cine
Acabo de ver “Nadando con
tiburones”, una obra de teatro que aborda las relaciones laborales al interior
de la industria cinematográfica hollywoodense. Y no me gustó. No obstante los
esfuerzos interpretativos de los actores, la obra me pareció fría, muy lejana a
lo entrañable. Será tal vez porque la misma aborda pasiones y no buenos
sentimientos, envidias y traiciones. En el guión no existen diálogos que hablen
de ganas de agradar. Por eso, entre esta obra teatral que aborda la historia del cine y las otras dos, me quedo con los metalenguajes, con las cintas que comento. Ambas me hicieron confiar en la inteligencia y la sensibilidad humana la tarde y la noche de este domingo. Ω
Helena Noval
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