Me cuenta Lya Gutiérrez que acaba de estar en Lagos de
Moreno y la sola mención del lugar basta para ponerme emotiva: “¿Fuiste a la
Casa de Cultura? Tienen una sala de exposiciones dedicada a Manuel González
Serrano, pintor excelso del que quiero platicarles en el seminario un día”, le
digo. Y sé de qué se va a tratar mi columna del miércoles, concluyo.
Así es la identidad.
Tiene que ver con el espejo y el apellido, tiene que ver con la imagen y
con la actividad que uno escoge, pero antes que nada, tiene que ver con lo que
a uno le han contado sobre la familia. Y la mía, paterna, proviene de Lagos, la
tierra de los mejores dulces de leche, el lugar donde nació la nana Tata
–preparo sus “metateados” (pacholas) en mi casa muy seguido—. El lugar retratado frenéticamente por Manuel
merece una y mil visitas. Y por supuesto un artículo morelense. Algo hay en el
rojo de su tierra, en el señorío de sus casas, que invita a llorar de gusto.
¿Es esto la añoranza?
Con sabor a
dulce de leche
Hoy en día Lagos de Moreno es una de las principales
entidades del Estado de Jalisco, localizada en Los Altos, ha sido visitada por
los Reyes de España y declarada monumento colonial. Su parroquia bellísima y
monumental, lo mismo que muchas de sus construcciones habla de una población
que ha tenido señorío e importancia. Durante la época prerrevolucionaria era
una localidad en la que vivían grandes terratenientes cuyas propiedades
abarcaban hasta el estado contiguo de Guanajuato y con menos de 15 000
habitantes ya se jactaba de prosperidad, movimiento y de dar nacimiento a
hechos importantes ya que allí se fraguó parte importante de la historia de
nuestro país, pero con la Revolución y el movimiento agrario cedió su lugar de
importancia a otras ciudades, ya no de terratenientes y aristócratas sino de
gentes revolucionarias pertenecientes a la nueva burguesía, con el nuevo poder
económico y político en las manos. El
libro "El Alcalde de Lagos y otras
Consejas" de Alfonso de Alba, habla ya de la importancia de la gente
que ha vivido allí, pero también habla de la rivalidad que existía entre ésta y
la ciudad contigua de San Juan de los Lagos, que con el tiempo pasó a ser el
lugar de peregrinaciones religiosas por excelencia de esa zona del país,
ganándole la figura religiosa de San Juan a San Hermión, el Santo cuyas
reliquias de cuerpo completo Roma regaló a la entidad; sin embargo Lagos de
Moreno es y ha sido tierra de hombres ilustres, se habla por ejemplo en el
mismo libro de las tradiciones que han hecho famosa a esta región, de las
buenas costumbres de su gente, y de la buena cuna que poseen; una de las
familias mencionadas es la iniciada por Don Primitivo Serrano, de quien
desciende en línea directa el pintor, siendo él uno de los grandes artistas que
Lagos de Moreno ha dado a México.
Manuel González
Serrano: el monólogo apasionado
“Su obra se nutre
de una deformación de la realidad que aflora para crear toda una simbología.
Pintor sólo conocido y sumamente apreciado por especialistas” Teresa del
Conde
“La obra de Manuel
González Serano es fuerte, profunda, pero no violenta, como sí parece haberlo
sido él personalmente” Raquel Tibol.
“La locura...una
manera heroica de ejercer la libertad” Mario Vargas Llosa
Las opiniones de dos especialistas sobre la pintura de Manuel
González Serrano (1917-1960), hablan sobre su genio y su asombrosa y
atormentada pintura. Quienes hemos sido cautivados por su espíritu, nos vemos
fascinados cada vez que se presenta de nuevo al público. Sirva el presente
texto para adelantar que el próximo año se comenzará a preparar una muestra muy
completa de su obra.
Entre sus pinturas se cuentan sus cristos-autorretrato,
esos hombres avejentados y adoloridos que sin embargo se muestran pasivos,
inmersos en su dolor; los paisajes desolados influidos por la pintura
chiriquiana que conoció a través de sus lecturas y sus pocas amistades del
medio artístico; los antropomorfismos de origen manierista tan gustados por él
y algunos otros; el retrato de Andrea Hanckock, la mujer con la que se casó en
1945, aquella que aparece con los pies metidos en las aguas del inconsciente,
tumbada sobre la tierra seca y erosionada, repetida al fondo por su imagen
vista de espaldas; el retrato del periodista y escritor Rubén Salazar Mallén
acompañado de un papel arrugado, posado en sangre del color de la tinta; los
caracoles marinos y terrestres que nos hacen pensar en la sexualidad, la
permanencia del ser y la muerte y el soberbio sofá herido por un paraguas, un
mueble fuera de contexto que nos recuerda la estética daliniana aún sin querer
hacer asociaciones fáciles. Están por
todos lados sus azules, tan profundos como un sentimiento enterrado, tan sordos
como el dolor del abandonado.
El periodista Javier Aranda Luna bautizó al pintor como “El
Hechicero” en un texto escrito con motivo de la exposición retrospectiva del
pintor en Guadalajara (1998) y en el Palacio de Bellas Artes (1999). A Aranda
Luna hube de corregirle sin embargo, que la historia clínica de González
Serrano no ha sido debidamente rastreada y que hablar de tratamientos sin
acreditarlos correctamente, conlleva a quitarle seriedad a su estupendo y
emotivo texto.
Digo todo esto y me inflamo de pasión cuando se trata de
González Serrano, porque crecí oyendo hablar a mi familia sobre Manuel, el tío
pintor amado profundamente por todos. A mi padre, Alfonso González Serrano le
pedí que me narrara anécdotas sobre su excéntrico hermano y mil veces repasé
con la mirada cada una de las pinturas que colgaban de las paredes de su
oficina y de nuestras casas. La Tata, la
nana que nos cuidó a todos de chicos nos hizo notar siempre que “su hijo”
consentido fue el Nene, Manuel, con quien vivió años y de quien se hizo cargo,
junto con mi padre, en repetidas ocasiones a lo largo de su vida. Visité a
varios de sus coleccionistas desde niña, y afortunadamente poseo algunas sus
pinturas más importantes.
La historia de mi relación familiar con él la he narrado
muy pocas veces, no la conté en mi tesis de licenciatura en historia del arte,
misma que les regalé hace años a los
investigadores Teresa del Conde, Raquel Tibol, Enrique Franco Calvo y Ricardo
Pérez Escamilla, curador y especialista en su obra. Tampoco la he expuesto en
los artículos que en diversos medios he publicado con este tema o en el librito
que escribí para CONACULTA (Círculo de Arte). En lugar de eso, me he remitido a
tratar asuntos propios de su formidable pintura, tratando siempre con respeto
su vida personal.
Hoy cuento esto porque el oír hablar de Lagos me abrió el
corazón. Volteé a ver el último autorretrato del pintor y pensé “hace tiempo
que no hablo de los muros descascarados de las haciendas laguenses y de la
tristeza de tus ojos. Me dejé llevar por la nostalgia. Iré pronto, estoy
segura.
Maria Helena Noval
¡Qué buen artículo!
ResponderEliminarEs muy emotivo el artìculo y es un tema que también a mí me apasiona. Soy de Lagos de Moreno y escucho con placer lo que señalas de mi ciudad. En relación a Manuel González Serrano, efectivamente hay una sala dedicada él, pero regularmente vacía; además, su obra es desconocida en Lagos, lo que me parece injusto.
ResponderEliminarEspero seguir visitando tu blog.
Dante Alejandro Velázquez
Un artículo muy bello. Muchas gracias por compartirlo. Sólo una observación: la tierra roja alteña inicia más cerca de Guadalajara que del Bajío, no en Lagos.
ResponderEliminarAhora en Lagos hay una escuela de artes que lleva su nombre.
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