Celebro la aparición de un libro tan esperado y tan necesario como este, publicado por la Fundación Miguel Alemán y el autor, no sólo porque registra buena parte de la obra de un pintor internacionalmente conocido --aunque a veces no identificado como mexicano--, sino porque se trata de un texto confesional. En sus páginas, Octavio Ocampo habla del pintor en el que se convirtió después de haber transitado por las vías de la escenografía, el diseño de vestuario y la actuación profesional; su voz narra con un estilo fresco y desenfadado, por el placer de recordar, su nacimiento entre las cenizas del volcán Paricutín y lo vivido entre bastidores, al lado de sus amigos Julio Castillo, Julissa, Ofelia Medina, Fernando Allende, Mary Douglas, Jane Fonda, Cher y otros. De ella, de su voz, penden las anécdotas sobre el cine nacional realizado en los Estudios América (fue el director del departamento de escenografía de esa empresa), con todo y los dolores que implica la vida artística: a veces sí hay chamba, a veces no la hay…. El texto corre fácil porque está escrito desde el YO, y porque poco a poco, venimos a enterarnos de cómo ha dado Octavio, con el estilo que lo distingue. Aunque hay que aclarar que si bien la vocación lo bendijo desde niño y siempre pintó, fue hasta los 33 años, simbólica edad, cuando desilusionado del mundo del espectáculo se dio cuenta de que aún no tenía una carrera consolidada. “Ya no me gustaban las condiciones para hacer escenografía, y aunque me apasionaba la actuación, había compañeros más talentosos y guapos que yo”, dice iniciando el capítulo XII. … Así, que quemó las naves, se fue a vivir a Tepoztlán y sobrevivió con sus ahorros, hasta que comenzó a vender sus obras, pues un día recordó lo que su amigo Armando Villagrán le había dicho: “Mi viejo, tú te puedes dar el lujo de perder el tiempo en otros oficios, porque sabes que traes un as bajo la manga: sabes pintar retratos.” . Qué gran tema…
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El retrato:
El gran tema de Octavio ha sido el retrato. Los ha pintado desde niño con la característica, inalcanzable para muchos buenos dibujantes y pintores, de que sus personajes se identifican como tales… los reconocemos…con todo y que son de sabor…fantástico.
El arte del retrato no es fácil, porque no sólo se trata de copiar rasgos, se trata de algo más… Les cuento una anécdota para que se entienda lo que digo: existe una fotografía tomada por Nadar de Liszt y también un retrato pintado por Franz Lenbach. Pues resulta que dicen que Liszt es más Liszt en la pintura que en la foto, por la actitud teatral, lo cual demuestra que un buen retrato es el resultado de varias operaciones.
¿Saben cómo identificamos los rostros de cada individuo? Lo hacemos porque somos capaces de distinguir variables, pero también constantes. Ninguna computadora puede lograr esto todavía.
Y ¿cómo se hace un buen retrato? Nos preguntamos. Desde el siglo XIX se sabe que cualquier configuración que podamos interpretar como un rostro nos llevará a la idea de individualidad. (Ley Töpffer). Brunswick, por su parte, probó con sus dibujos de caritas con rayas ligeramente variadas, que entendemos enojo, tristeza, asombro a partir de líneas sencillas en rostros esquemáticos. Como sucede con los emoticons…Y sin embargo, esto no basta.
Para entender el arte del retrato, podemos imaginarnos un ring en el que de un lado están los defensores de la mímesis o copia extrema de la realidad ellos, dicen que el éxito se basa en entender la estructura de las cabezas y poner atención al dibujo…. Ponían de ejemplo a Filipino Lippi, quien era capaz de "pintar un retrato más parecido al modelo que el propio modelo". Pero esta postura aristotélica no resuelve todo, porque por experiencia sabemos que a veces esto culmina en la creación de máscaras y en alguna época culminó en las teorías de los fisonomistas o su colmo: los frenólogos…
Por otro lado, tenemos a los defensores de la Idea (neoplatonismo) que hace del pintor un genio que ve más allá de detalles insignificantes y apariencias. Estamos hablando de que se supone que hay que captar esencias, expresiones típicas… En los buenos retratos se busca la expresión que englobe a todas, se busca la postura típica del personaje. La sonrisa, por ejemplo, que desde la Grecia antigua se explota porque da vida y humaniza. Esto es trabajo intuitivo, pero esto tampoco nos resuelve porqué un retrato es bueno…
En medio de esas posturas existe la “artística·, ejemplificada por Miguel Ángel, quien aseveró que no importaba que los retratos de los Medicis, en la Sagrestia Nuova no se parecieran a las personas reales, que lo que interesaba era que con el tiempo, sus obras serían obras de arte, mientras que de los mortales nadie se iba a acordar. Esta postura defiende la invención en la obra de arte.
O sea, en la factura de un retrato como los que logra Octavio Ocampo entran en juego estas funciones (fusión y reconocimiento), resultado de la impresión global, la captación del espíritu y la invención. Él tiene que captar los rasgos típicos, los que las personas buscan destacar de ellos mismos al confeccionar sus cuerpos con ciertos peinados, ropa, accesorios, posturas, específicas. En el libro nos cuenta por ejemplo, como fue el propio López Portillo quien le dijo qué lo definía, cuáles eran los atributos que lo identificarían, lo mismo que la cantante Cher.
Pero ¿Y lo demás? ¿El estilo metamórfico?
La Vista como generador de sentido
El otro gran tema del libro compete precisamente a la mirada entendida como una facultad con la que se puede jugar.
¿Son rostros lo que vemos o se trata de un jardín poblado de mariposas y margaritas? ¿Se trata de un perfil femenino o son simples palomas volando? ¿Son automóviles o son ojos? El asombro es causal (no casual) frente a la obra que él ha denominado METAMÓRFICA. Y es causal porque es el resultado de un oficio comprometido con una rara especialidad: el ejercicio de la mirada consciente. Un ejercicio que en su caso comenzó desde niño, viendo nubes de formas raras, incitado por su madre, según nos cuenta.
La psicología experimental se ha encargado de explicar cómo y por qué vemos lo que vemos cuando "vemos mentiras". Las publicaciones al respecto no abundan, pero los trabajos de Gombrich, Arnheim o J.J. Gibson son sustanciosos al respecto. Los libros de ilusiones ópticas, por otro lado, terminan siendo compendios para entretener, colecciones de imágenes sorprendentes que no abundan en las llamadas teorías formalistas o de la mirada.
¿Ver o mirar?
Vemos globalmente, dijo Helmholtz, y el ojo no es inocente, le contestó J.J. Gibson ("On información available in pictures"). El ojo viaja por la pintura y se va deteniendo en los detalles, así se dan las lecturas de la imagen. En el ver no hay sorpresa, en el mirar atentamente sí la hay. Cuando completamos formas, cuando hacemos cerramientos, por ejemplo, estamos haciendo eso que los teóricos llaman “aporte del espectador”.
Pero sólo un manipulador experimentado predice y desencadena este tipo de experiencias visuales no verídicas.
En el retrato de Armando Villagrán, de 1978, Octavio logra hacernos ver un rostro en donde no lo hay, mediante una estrategia que parece muy simple. Sombrea citas zonas del alzado de una ciudad, de un montón de edificios. Este proceder diferente de otros que emplea, recuerda al famoso pintor estadounidense Chuck Close y precede, con mucho, a ciertos efectos que hoy son comunes en la TV.
Al preguntamos cómo es eso posible, nos damos cuenta de que la información que nos da la imagen es más compleja de lo que parece a simple vista. No sabemos, dice el historiador del arte Ernest Gombrich, en qué casos se trata de asuntos psicológicos y en qué otros se trata de estrategias cognitvas erróneas. (Cfr. R.L. Gregory, Eye And Brain), pero esto no importa, lo que importa es que en el campo de la vista, nada compite con este desafío previsto por él en bocetos-rompecabezas, simples o complejos, hasta que logra encajar imágenes en imágenes.
Para ser más específica, diré que Octavio Ocampo hace con nosotros lo que quiere; frente a su obra somos llamados a darle sentido a las imágenes pero la cosa no queda allí, algo mágico sucede cuando de repente nos damos cuenta de que este proceso incluye la consciencia de VERNOS VIENDO. Y esto fascina. Se trata de una escopofilia u oculophilia que nos hace amarnos de manera ESPECIAL. Hay algo de narcisismo en todo esto.
…
La historia de las ilusiones ópticas es amplia y no podemos repasarla aquí, pero sí hay que decir que su estilo se distingue de otros por varias razones:
1. Si el trompe l´oeil se distingue porque intenta deliberadamente engañar al espectador mediante un artificio que hasta cierto punto es anti pictórico, la obra de Ocampo se distingue porque no pretende hacernos ver una repisa o una tela en donde no la hay, sino por hacernos conscientes del poder ilusorio de las imágenes. El juego con las composiciones y el absurdo, propias de Arcimboldo, Escher y Magritte, por poner tres ejemplos muy conocidos, conforman, desde luego el capítulo en el que Octavio se inscribe.
2. Ocampo no sólo construye imágenes basándose en su súper dotada capacidad para la composición que busca la doble lectura. No sólo piensa en formas unitarias y globales, en fondo y forma (uno de los descubrimientos de los teóricos de la gestalt fue el hecho de que el aspecto de cualquier elemento visual depende de su lugar y función dentro de un esquema global), sino que cargadas de cultismos, sus pinturas también son narrativas, cuentan historias, aluden al un tema en específico. Esto me lleva a pensar que rompe una convención de este tipo de obras: rebasa la intención del juego. Ocampo nos invita a terminar de contar la historia de México, por ejemplo, a través de la identificación de ciertos personajes.
3. El otro acierto tiene que ver con lo intertextual o intra-artístico, y es que la información que nos proporciona su pintura es pictórica a la vez, nos refiere a otras pinturas u obras de arte.
Ya con estas anotaciones, podemos considerar la pintura de este maestro como una verdadera aportación al arte de nuestros días.
María Helena Noval
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