Me gustaría que recibieras esta misiva con el mismo cariño con el que siempre nos hemos hablado tú y yo. Te la estoy escribiendo, esta noche de primavera recién estrenada porque hace rato me tocó presenciar el "desembolse" de las figuras que decoran la nueva fuente ubicada en la Avenida Teopanzolco y Río Mayo. ¿Por qué no las dejaron como estaban, en bolsas?, pensé, cuando descubrí que les quitaban su carácter metafórico, su capacidad de simbolizar los tiempos que vivimos.
¿Son las de Miguel Ángel de Quevedo?, me pregunté en un primer momento, antes de recordar que su desnudez escandalizó a una ex primera dama y que por eso las mandaron a un parque ubicado en la Colonia Jardines de Coyoacán. ¿Por qué no otras si eres tan capaz, si de tus manos salieron tan hermosas figuras como los coyotes que nos reciben en Coyoacán, si provienes de una familia de artistas cuya estirpe se extiende hasta la época de Miguel Ángel, si hemos visto trabajos tuyos de una factura incuestionable? ¿Si conoces tan bien la historia del arte?
A pocos conozco tan devotos como tu del cuerpo femenino. ¿Por qué no diseñaste tu mismo la composición final? Estoy segura de que la pasarela no te gustó. ¿Se debe a una decisión política emergente, a un negocio? ¿Cuánto dinero nos costó a los contribuyentes una composición de este tipo, elaborada en bronces?
He de confesar que la obra me dejó estupefacta, no porque la originalidad sin sentido (extravagancia) debiera dictar la política cultural para el remozamiento de una ciudad, sino porque las nociones de voluntad y capacidad, de las que hablara Wilhelm Worringer me hicieron pensar que tu prestigio se ha basado precisamente en la capacidad técnica que has demostrado: no se me olvida lo que me has contado sobre tu enamoramiento del mármol.
Pienso además en que las ciudades memorables se deben en gran medida a la voluntad de sus dirigentes. Es su imaginación y capacidad de gestión la que debe apuntalar la noción de creatividad, propia de lo artístico. Ellos deben ser copartícipes de la imagen urbana.
Siendo estas piezas idénticas, las mismas, copias, sacadas del mismo molde, de otras tuyas ubicadas en la Ciudad de México me pregunto ¿por qué no nos toca ver a los transeúntes algo nuestro, algo morelense, algo propio? O ¿Será que no estoy viendo bien y lo que se quiere es que las damas de bronce que retozan en los escalones simbolicen el perfil acuático del estado, que hablen de los balnearios?
¿Más de lo mismo o lo mismo de más?
Querido Gabriel, perdóname si abordo el asunto de la escultura pública sin disimulos, pero es que me parece que a nuestra vapuleada ciudad de Cuernavaca le urge un comité ciudadano encargado de cuidar su imagen. Acuérdate de proyectos como “Barcelona ponte guapa”, un feliz intento de perfil urbano logrado en años de esfuerzo. Hasta la fecha, la ciudad española, uno de los emblemas del modernismo, es objeto de admiración de transeúntes y automovilistas, de turistas y lugareños porque cuidaron su imagen. Nuestra ciudad en cambio, se relaciona con un slogan, el de la “Eterna Primavera”, que es precioso, pero no deja de ser "temporal", climático, poco relacionado con lo humano y menos con lo artístico.
Amigo Gabriel, he estado leyendo a Baudrillard y me parece que tiene razón con eso de que la cultura en la que vivimos, nos ha llevado a querer estetizar o decorar todo en demasía. Coincido con el filósofo francés en que la repetición de las formas las vacía y pienso en el hecho de que la solución a muchos de nuestros problemas vendrá dada por la reflexión estética, esa que tú y yo hemos platicado es hermana de la ética.
No es que no me gusten tus esculturas. Es que no es su lugar y momento. ¶
Maria Helena Noval