jueves, 29 de marzo de 2012

Carta a Gabriel Ponzanelli

Querido Gabriel:
Me gustaría que recibieras esta misiva con el mismo cariño con el que siempre nos hemos hablado tú y yo. Te la estoy escribiendo, esta noche de primavera recién estrenada porque hace rato me tocó presenciar el "desembolse" de las figuras que decoran la nueva fuente ubicada en la Avenida Teopanzolco y Río Mayo. ¿Por qué no las dejaron como estaban, en bolsas?, pensé, cuando descubrí que les quitaban su carácter metafórico, su capacidad de simbolizar los tiempos que vivimos.
¿Son las de Miguel Ángel de Quevedo?, me pregunté en un primer momento, antes de recordar que su desnudez escandalizó a una ex primera dama y que por eso las mandaron a un parque ubicado en la Colonia Jardines de Coyoacán. ¿Por qué no otras si eres tan capaz, si de tus manos salieron tan hermosas figuras como los coyotes que nos reciben en Coyoacán, si provienes de una familia de artistas cuya estirpe se extiende hasta la época de Miguel Ángel, si hemos visto trabajos tuyos de una factura incuestionable? ¿Si conoces tan bien la historia del arte?
A pocos conozco tan devotos como tu del cuerpo femenino. ¿Por qué no diseñaste tu mismo la composición final? Estoy segura de que la pasarela no te gustó. ¿Se debe a una decisión política emergente, a un negocio? ¿Cuánto dinero nos costó a los contribuyentes una composición de este tipo, elaborada en bronces?
He de confesar que la obra me dejó estupefacta, no porque la originalidad sin sentido (extravagancia) debiera dictar la política cultural para el remozamiento de una ciudad, sino porque las nociones de voluntad y capacidad, de las que hablara Wilhelm Worringer me hicieron pensar que tu prestigio se ha basado precisamente en la capacidad técnica que has demostrado: no se me olvida lo que me has contado sobre tu enamoramiento del mármol.
Pienso además en que las ciudades memorables se deben en gran medida a la voluntad de sus dirigentes. Es su imaginación y capacidad de gestión la que debe apuntalar la noción de creatividad, propia de lo artístico. Ellos deben ser copartícipes de la imagen urbana.

Siendo estas piezas idénticas, las mismas, copias, sacadas del mismo molde, de otras tuyas ubicadas en la Ciudad de México me pregunto ¿por qué no nos toca ver a los transeúntes algo nuestro, algo morelense, algo propio? O ¿Será que no estoy viendo bien y lo que se quiere es que las damas de bronce que retozan en los escalones simbolicen el perfil acuático del estado, que hablen de los balnearios?
¿Más de lo mismo o lo mismo de más?
Querido Gabriel, perdóname si abordo el asunto de la escultura pública sin disimulos, pero es que me parece que a nuestra vapuleada ciudad de Cuernavaca le urge un comité ciudadano encargado de cuidar su imagen. Acuérdate de proyectos como “Barcelona ponte guapa”, un feliz intento de perfil urbano logrado en años de esfuerzo. Hasta la fecha, la ciudad española, uno de los emblemas del modernismo, es objeto de admiración de transeúntes y automovilistas, de turistas y lugareños porque cuidaron su imagen. Nuestra ciudad en cambio, se relaciona con un slogan, el de la “Eterna Primavera”, que es precioso, pero no deja de ser "temporal", climático, poco relacionado con lo humano y menos con lo artístico.
Amigo Gabriel, he estado leyendo a Baudrillard y me parece que tiene razón con eso de que la cultura en la que vivimos, nos ha llevado a querer estetizar o decorar todo en demasía. Coincido con el filósofo francés en que la repetición de las formas las vacía y pienso en el hecho de que la solución a muchos de nuestros problemas vendrá dada por la reflexión estética, esa que tú y yo hemos platicado es hermana de la ética.
No es que no me gusten tus esculturas. Es que no es su lugar y momento. ¶


Maria Helena Noval

miércoles, 28 de marzo de 2012

Pasos al amanecer: la memoria al servicio de la creación literaria

Cuando un escritor se sienta a construir frases se convierte en otro. Algo del orden de lo mágico le sucede: el impulso narrativo se apodera de su voluntad y si se da el caso de que no se ha alejado de su hogar, se convierte en alguien capaz de describir tierras ignotas.
En el mismo sentido, cuando este relator desconoce el temblor del amor apasionado, a base de puros deseos termina por convencernos de que sabe lo que es haber vivido una vida envidiable.
Con ello se quiere decir que quien tiene el don de la narración, es capaz de convertir un hecho nimio en un asunto trascendente.

La mordida a una fruta, una travesura, una tarde de lluvia pueden resultar hechos inolvidables si se bordan con las palabras correctas.

Me parece interesante pensar este orden de ideas alrededor del libro de Laura Fernández MacGregor Maza, “Pasos al amanecer” (Porrúa), pues el trabajo de esta morelense por adopción, presentado hace poco como novela, habla no sólo del insight o viaje al interior necesario como motivo de inspiración, sino del proceso creativo, el oficio que hay detrás de un texto que comenzó como un mero ejercicio.

Memorias o novela
¿Qué sucede cuando el narrador cuenta su propia historia recreando diálogos, disponiendo en gran medida de su imaginación? ¿Se trata en ese caso de un libro de memorias, de una autobiografía o de una novela? Lalis, la protagonista de Pasos al amanecer, revela detalles de la historia familiar de Laura Fernández MacGregor: el General Zapata le agradece a su abuela el haber amamantado a su hijo; Lalis explica la relación de consanguinidad que había entre sus padres; la historia del pirata que da origen a su apellido de origen escocés se nos revela cuando lo cree necesario; se ocupa de la enfermedad paterna, la que la hace perder la inocencia con cautela y dolor, etc.

Con lujo de detalles y, cuando es necesario, haciendo aclaraciones a pie de página (aunque en el caso Zapata nombre Eulalio a Eufemio), la narradora -a veces niña, a veces una voz que narra en flash back-, cuenta la historia de su infancia y primera juventud desde la plenitud de su vida.

El don del narrador

No obstante, lo que nos hace “re-vivir” con ella su historia no es la información que podría ser la de cualquier descendiente de aquellas familias perjudicadas por la Revolución Mexicana, aquellos a quienes ella bautiza como los hijos de las familias “Deltuvo” (tuvo esta hacienda, tuvo este apellido, tuvo este prestigio), sino la manera de contarnos cómo su amiguita del colegio pierde un dedo, cómo la aterra el pasar frente al ataúd de la madre de la condiscípula, cómo sortea las dudas sobre la fe católica y cómo descubre su sexualidad. Sobre todo esto. Orgullosamente recordado, re-vivido.
 
La información queda por momentos apocada por el brillo de las introspecciones que hace Lalis, la protagonista, a quien imaginamos perfectamente sin que ella nos dé demasiadas pistas sobre su aspecto físico. La conocemos por como habla y piensa. Así le damos existencia al personaje. Y esto es precisamente lo que más vale la pena del libro de Fernández MacGregor: la voz conducente de la niña que está a punto de convertirse en adolescente. Poca literatura narrada por voces infantiles tenemos, que no sean libros para niños.

Placer femenino inédito
Otro de los aciertos de la narradora reside en el hecho de atreverse a abordar el placer del cuerpo desde el punto de vista femenino. La poesía erótica de Laura ha merecido varias publicaciones y no sólo en nuestro país ha recibido reconocimientos. De ahí que podamos afirmar que el erotismo femenino es lógicamente uno de sus temas mejor trabajados por la autora. Esa vertiente del lenguaje, el lenguaje-cuerpo es lo que la presenta mejor.

¿Por qué? Porque no se trata de la voz de un hombre traducida por una mujer, no repite lo que le ha dicho el poseedor sobre su cuerpo, se trata de la voz de una mujer que se sabe carne y que goza siéndolo, sin vergüenzas y sin ambages. Se trata de ella con ella y sobre ella misma. Son las vivencias de alguien a quien le ha costado quitarse costras y culpas. Y eso se agradece.

Helena Noval

miércoles, 21 de marzo de 2012

Espectaculares: espectáculo

Vivimos en la era de la imagen y por lo mismo, la mirada es el sentido más convocado del cuerpo cuando se reflexiona lo social.  La mirada nos revela. Comienza por evidenciar nuestros deseos y termina por informarnos sobre los del semejante.

La mirada es tan importante, que según Peter Sloterdjik, uno de los pensadores más brillantes de la actualidad: "El espacio cuatro-ojos tiene que estar abierto antes de que pueda derivarse de él la esfera dos corazones, radicalmente intima." El envenenamiento erótico, la atadura visceral, dice el alemán, tiene que comenzar con un intercambio de miradas por fuera. De la vista nace el amor.

Dicho en otras palabras y recordando al Dr. Juan David Nasio: Existo porque me ves, existes porque te veo. "Si no me ves, me diluyo y haré cualquier cosa por atraer tu mirada", podría ser la frase que resuma la historia de los seres vivos, hombres y animales.


A propósito de esto, mi amiga Elisa Cano ha bautizado  "la mirada del político" como aquella mirada que nos atraviesa como si fuéramos transparentes, como si no existiéramos. Claro está que esta mirada se le da al político electo, no al que anda en campaña, ese todavía nos ve. De hecho, busca cual perrito ansioso, nuestro rostro complaciente.



Miradas que matan
La mirada que nos desaparece del mapa, esa que nos pesa porque viene de arriba, de una tarimota (a veces solo se trata de subirse a un ladrillo muy decorado) suele vivirse como un puñal helado. Al ser un desprecio intencionado, viene cargada de puro sentimiento mala onda. De dulzor del alma, de amor, no hay nada en esta mirada.

En cambio, se considera que quien mira de frente mucho tiempo, quien sostiene la mirada, está abriéndonos la ventana de su interior.  Siendo así, pensamos, debe de tratarse de alguien que no tiene nada que ocultar. Si los ojos son el espejo del alma, entonces, quien nos permite  asomarnos a través de ellos  debe ser bueno.

¿Pero qué sucede si este mirar de frente, esta actitud tradicionalmente entendida como un gesto de franqueza, se transforma en una simulación? ¿Si no podemos leer al semejante como leemos a los niños pequeños?

Llama la atención el hecho de que No existe en todo el estado, un sólo espectacular o cartel propagandístico en el que los candidatos no ofrezcan el rostro de cerca y de frente. Se cree que en los rostros reside su responsabilidad,  y que por ello voltean a la cámara a la hora del flashazo. Dicho atrevimiento, por ende, se recibe con buen ánimo.

Pero la experiencia indica otra cosa. Nos han engañado ya mucho. Entonces ¿debemos creerles o desconfiar?

Cada período de gobierno, cada campaña electoral abre la puerta de la esperanza. Queremos creer y por eso aceptamos la máscara de buena fe. Pero ¿hasta cuando?

Tal  vez sea hora de pedir auxilio como los niños que le temen a los payasos porque saben a un impostor, a un ser escondido debajo de otro. Ellos denuncian el gesto.  Desenmascarar de vez en cuando el espectáculo en el que se han convertido los espectaculares, nos hará recobrar algo de la paz perdida. O por lo menos la congruencia.¥


El chambeador
Si la imagen del hombre vestido formalmente sobre un fondo decorado con slogans la sentimos muy gastada, si sus sonrisas  nos saben a representación,   una versión más de este tipo de propaganda personificada resulta por lo mismo igual de vana.

Me refiero a la del hombre que aparece trabajando, con la camisa arremangada, como para evidenciar la "labor de campo", "el pan ganado con el sudor de la frente". Rodeado de gente común y corriente, dándole la mano a un niño o echando a andar algún proyecto o máquina, el aspirante a la lanita del erario público está dispuesto a hacer su mejor papel para ganarse la confianza del Votante.

Lo malo es que esto de hacer un buen papel se queda en la mera representación de una actitud y no pasa a transformarse en actitud de vida.  La culpa, dicen algunos como Jean Baudrillard, es de la cultura transestética que vivimos, una cultura fascinada con las imágenes, con la estetizacion fractal de todo. Pero acaso lo más preocupante es que  en el fondo ya no distinguimos realidad de ficción: la mentira nos fascina, la pose nos seduce.

miércoles, 14 de marzo de 2012

De mujeres, lugares comunes y zombis

Hace unos días se inauguró en el Jardín Borda de esta ciudad, una muestra colectiva planteada En torno a los sobadísimos asuntos de género. No vale la pena abundar en el hecho de que los discursos del 8 de marzo abusaron --en todas partes y aquí no podía ser la excepción--, del lugar común: “unidas somos fuertes”, “no somos objetos”, “hemos salido avante de la opresión, pero todavía nos falta”, etc.

No es que esas verdades tan contundentes hayan decrecido en importancia, es que el lenguaje que se usa para comunicarlas se gastó. Tenemos que encontrar la manera de hablar de nuestros deseos y esencia profiriendo nuevas estructuras, frases que se escuchen y que no se echen al basurero en el que sistemáticamente botamos los comerciales televisivos, los aturdidores slogans, la martirizante nota roja.

Es en este sentido en el que debemos entender el valor de la exposición propuesta por el Instituto de Cultura de Morelos, a través del coordinador de Museos y Exposiciones Edgar Assad. Se trata de destacar el valor funcional, comunicativo del arte.

Discurso Social y Arte
Interpretado desde tiempos inmemoriales como el retrato de la sociedad, el arte se ha venido explicando como un instrumento empleado en rituales para la subsistencia de las hordas de cazadores primitivos; como medio de propaganda de dioses y reyes; y más recientemente, dice Arnold Hauser: “en épocas de una relativa seguridad o de neutralización del artista, el arte se retira del mundo y se nos presenta como si existiera sólo por sí mismo y por razón de la belleza, independientemente de toda clase de fines prácticos” 
 
Esto no quiere decir que la función mimética del arte hoy en día esté ligada únicamente con el placer estético; alejado en tiempo de la época de Hauser, el arte contemporáneo ha sumado a esta posibilidad discursiva (la del placer estético) el discurso social como eje temático. 
 
Hoy en día una poética afortunada puede lograrse bordando con gusto, trabajando con paciencia en términos de contenido y de forma problemas como el embarazo de las adolescentes, los tan terribles feminicidios, o la violencia intrafamiliar, por poner tres ejemplos. La percepción del espectador puede transformarse en mirada atenta si el discurso se traduce al lenguaje artístico.

Teterismos

Interesada en un tema previamente abordado desde el arte, me refiero al pecho femenino, la ceramista María del Carmen Castrejón, exhibe en la primera sala del Borda teteras y platos chorreados de engobes azulados. Acompañando a las piezas de barro, las fotografías que retratan el cuerpo como soporte de palabras terminan de darle a la muestra una lectura funcional.  

Casi todas sus piezas incluyen mamas, la creadora aborda el pecho femenino como una metonimia: este órgano representa al cuerpo completo de la mujer. Las ideas que basan su trabajo tienen que ver con el cáncer de mama y con su preocupación por el hecho de que se ve comúnmente a la mujer como el objeto de deseo del varón

Concluyo mi postura sobre sus piezas diciendo que cuando habla con las manos, Castrejón logra piezas memorables. Los platos por ejemplo, por su factura libre y el dibujo a línea continua que los habita. En cambio, cuando quiere traducir literalmente palabras, nos hace sentir que su trabajo es superficial. El ejemplo más claro es la balanza en la que pesa más el corazón sobre plumas que el cúmulo de pechitos. 

Por otro lado, una instalación como esta recuerda la práctica académica que le pide al artista en ciernes abordar con varias técnicas un asunto dado. Eso habla de compromiso con la búsqueda de un lenguaje y un discurso dado

Los zombis de Paola Esquivel

La sala Juárez, la que da al exuberante jardín exhibe El baile final, una pieza de la artista Paola Esquivel que vale la pena observar con el detenimiento con el que miramos las escenas de las películas de horror: su instalación incluye monstruos, se trata de un espectacular montaje de zombis ideados desde una poética que reposa en el barroquismo de una orgía y en el manejo artístico del detalle trabajado a consciencia y con placer.  

Por otro lado, siendo zombis, los personajes de Esquivel invitan a pensar en la noción de “tipo”.
Dijo el poeta Guillermo Apollinaire, en un texto dedicado a sus amigos los cubistas, que ha sido facultad del arte, su función social, crear TIPOS” a lo largo de la historia. Ponía él como ejemplo el arte egipcio: las momias se parecen a sus representaciones. En el caso de la pintura de Rubens y de Manet, pedía comparar las obras con las fotografías de la época para dar cuenta del acuerdo que existe entre la gente y sus representaciones. Las ilusiones o apariencias ideadas por los artistas terminan siendo los tipos de la época. 
 
Pero ¿se trata en el caso de la obra de Paola Esquivel de personajes tipo? De acuerdo a su texto de sala y lo platicado con ella, sus zombis son como nosotros, actúan como nosotros: se comen entre ellos, abusan de sí mismos y de otros. La pieza es contundente.  

Platicaba con Edgar Assad durante la inauguración, que el éxito (o la controversia) que pudiera originar esta obra reside en la manera de decir las cosas. Una idea tan sencilla: “somos como zombis: muertos en vida, seres desalmados, medio animales, es llevada a un grado de reflexión inolvidable por la transgresión del orden social que eligió Paola para su instalación hecha de barro de Oaxaca quemado a baja temperatura.

“Las piezas cuando son íntimas se vuelven perturbadoras. Si las redimensionara a escala humana, perderían ese encanto personal, íntimo. Se volverían grotescas. Su barro tiene el color de la carne, son trocitos de carne. El erotismo no se distrae ni siquiera por los pliegues que trabaja con maestría. Sus rictus son de muerte, pero al mismo tiempo son lúbricas y muy eróticas. La dimensión de las piezas consigue un efecto doblemente erótico, concluye Edgar Assad, con quien sostengo esta tarde del lunes una deliciosa plática, de esas que tanto me complacen. Ω

[1] Arnold Hauser, Introducción a la historia del arte, Guadarrama, Madrid, 1961. Pp. 79-83

Maria Helena Noval

miércoles, 7 de marzo de 2012

Manuel González Serrano y Lagos de Moreno

Me cuenta Lya Gutiérrez que acaba de estar en Lagos de Moreno y la sola mención del lugar basta para ponerme emotiva: “¿Fuiste a la Casa de Cultura? Tienen una sala de exposiciones dedicada a Manuel González Serrano, pintor excelso del que quiero platicarles en el seminario un día”, le digo. Y sé de qué se va a tratar mi columna del miércoles, concluyo.

Así es la identidad.  Tiene que ver con el espejo y el apellido, tiene que ver con la imagen y con la actividad que uno escoge, pero antes que nada, tiene que ver con lo que a uno le han contado sobre la familia. Y la mía, paterna, proviene de Lagos, la tierra de los mejores dulces de leche, el lugar donde nació la nana Tata –preparo sus “metateados” (pacholas) en mi casa muy seguido—.  El lugar retratado frenéticamente por Manuel merece una y mil visitas. Y por supuesto un artículo morelense. Algo hay en el rojo de su tierra, en el señorío de sus casas, que invita a llorar de gusto. ¿Es esto la añoranza?
 
 
Con sabor a dulce de leche
 
 
Hoy en día Lagos de Moreno es una de las principales entidades del Estado de Jalisco, localizada en Los Altos, ha sido visitada por los Reyes de España y declarada monumento colonial. Su parroquia bellísima y monumental, lo mismo que muchas de sus construcciones habla de una población que ha tenido señorío e importancia. Durante la época prerrevolucionaria era una localidad en la que vivían grandes terratenientes cuyas propiedades abarcaban hasta el estado contiguo de Guanajuato y con menos de 15 000 habitantes ya se jactaba de prosperidad, movi­miento y de dar nacimiento a hechos importantes ya que allí se fraguó parte importante de la historia de nuestro país, pero con la Revolución y el movi­miento agrario cedió su lugar de importancia a otras ciudades, ya no de terratenientes y aristócratas sino de gentes revolucionarias pertenecientes a la nueva burguesía, con el nuevo poder económico y político en las manos.  El libro "El Alcalde de Lagos y otras Consejas" de Alfonso de Alba, habla ya de la importancia de la gente que ha vivido allí, pero también habla de la rivalidad que existía entre ésta y la ciudad contigua de San Juan de los Lagos, que con el tiempo pasó a ser el lugar de peregrinaciones religiosas por excelencia de esa zona del país, ganándole la figura religiosa de San Juan a San Hermión, el Santo cuyas reliquias de cuerpo completo Roma regaló a la entidad; sin embargo Lagos de Moreno es y ha sido tierra de hombres ilustres, se habla por ejemplo en el mismo libro de las tradiciones que han hecho famosa a esta región, de las buenas costumbres de su gente, y de la buena cuna que poseen; una de las familias mencionadas es la iniciada por Don Primitivo Serrano, de quien desciende en línea directa el pintor, siendo él uno de los grandes artistas que Lagos de Moreno ha dado a México.
 
 
Manuel González Serrano: el monólogo apasionado
 
 
Su obra se nutre de una deformación de la realidad que aflora para crear toda una simbología. Pintor sólo conocido y sumamente apreciado por especialistas” Teresa del Conde
La obra de Manuel González Serano es fuerte, profunda, pero no violenta, como sí parece haberlo sido él personalmente” Raquel Tibol.
La locura...una manera heroica de ejercer la libertad” Mario Vargas Llosa
Las opiniones de dos especialistas sobre la pintura de Manuel González Serrano (1917-1960), hablan sobre su genio y su asombrosa y atormentada pintura. Quienes hemos sido cautivados por su espíritu, nos vemos fascinados cada vez que se presenta de nuevo al público. Sirva el presente texto para adelantar que el próximo año se comenzará a preparar una muestra muy completa de su obra.

Entre sus pinturas se cuentan sus cristos-autorretrato, esos hombres avejentados y adoloridos que sin embargo se muestran pasivos, inmersos en su dolor; los paisajes desolados influidos por la pintura chiriquiana que conoció a través de sus lecturas y sus pocas amistades del medio artístico; los antropomorfismos de origen manierista tan gustados por él y algunos otros; el retrato de Andrea Hanckock, la mujer con la que se casó en 1945, aquella que aparece con los pies metidos en las aguas del inconsciente, tumbada sobre la tierra seca y erosionada, repetida al fondo por su imagen vista de espaldas; el retrato del periodista y escritor Rubén Salazar Mallén acompañado de un papel arrugado, posado en sangre del color de la tinta; los caracoles marinos y terrestres que nos hacen pensar en la sexualidad, la permanencia del ser y la muerte y el soberbio sofá herido por un paraguas, un mueble fuera de contexto que nos recuerda la estética daliniana aún sin querer hacer asociaciones fáciles.  Están por todos lados sus azules, tan profundos como un sentimiento enterrado, tan sordos como el dolor del abandonado.
 
 
 
El periodista Javier Aranda Luna bautizó al pintor como “El Hechicero” en un texto escrito con motivo de la exposición retrospectiva del pintor en Guadalajara (1998) y en el Palacio de Bellas Artes (1999). A Aranda Luna hube de corregirle sin embargo, que la historia clínica de González Serrano no ha sido debidamente rastreada y que hablar de tratamientos sin acreditarlos correctamente, conlleva a quitarle seriedad a su estupendo y emotivo texto.
 
 
 
Digo todo esto y me inflamo de pasión cuando se trata de González Serrano, porque crecí oyendo hablar a mi familia sobre Manuel, el tío pintor amado profundamente por todos. A mi padre, Alfonso González Serrano le pedí que me narrara anécdotas sobre su excéntrico hermano y mil veces repasé con la mirada cada una de las pinturas que colgaban de las paredes de su oficina y de nuestras casas.  La Tata, la nana que nos cuidó a todos de chicos nos hizo notar siempre que “su hijo” consentido fue el Nene, Manuel, con quien vivió años y de quien se hizo cargo, junto con mi padre, en repetidas ocasiones a lo largo de su vida. Visité a varios de sus coleccionistas desde niña, y afortunadamente poseo algunas sus pinturas más importantes.



La historia de mi relación familiar con él la he narrado muy pocas veces, no la conté en mi tesis de licenciatura en historia del arte, misma que les regalé hace  años a los investigadores Teresa del Conde, Raquel Tibol, Enrique Franco Calvo y Ricardo Pérez Escamilla, curador y especialista en su obra. Tampoco la he expuesto en los artículos que en diversos medios he publicado con este tema o en el librito que escribí para CONACULTA (Círculo de Arte). En lugar de eso, me he remitido a tratar asuntos propios de su formidable pintura, tratando siempre con respeto su vida personal.
 
 
 
Hoy cuento esto porque el oír hablar de Lagos me abrió el corazón. Volteé a ver el último autorretrato del pintor y pensé “hace tiempo que no hablo de los muros descascarados de las haciendas laguenses y de la tristeza de tus ojos. Me dejé llevar por la nostalgia. Iré pronto, estoy segura.

Maria Helena Noval





jueves, 1 de marzo de 2012

El cine sobre el cine: a veces de nostalgias vive el hombre

Tanto “La invención de Hugo Cabret”, como “El artista” son lo que se llama un metalenguaje: son películas que hablan de cine. Se trata de homenajes de cineastas para el propio medio que le da sentido a sus vidas y como recurso artístico, el hecho de que el cine se refiera a su propio lenguaje, termina siendo una apuesta muy posmoderna.

En la primera se narra de manera indirecta la historia del cineasta Georges Méliès, autor de cine mudo.  En el segundo se representa la transición entre el cine mudo y el cine hablado.

Además, en ambas se entretejen historias secundarias que van haciendo de las cintas obras entretenidas, sin llegar a la complejidad absurda de las tramas de las series televisivas norteamericanas. Buscan halagar la inteligencia del espectador, sobre todo “El artista” y no sólo embotar los sentidos.

Ésta última está nominada para obtener un montón de “óscares”, cosa sorprendente tratándose de una película casi totalmente muda: ¿cómo es posible –nos preguntamos-- que un film desestime uno de los recursos técnicos y expresivos más redituables en términos económicos (el sensurround) de la actualidad? Y aún más: ¿cómo lograron explorar lo mejor de la condición humana sin caer en la típica historia de amor besucón?

Lecturas metafóricas: el cine que invita a la reflexión
Si entendemos, como dice mi amiga Hedwig, experta en lectura de humanos, que la película comienza presentándonos la muerte de un sujeto para darle paso al nacimiento de un personaje que luego muere para que nazca un sujeto, entenderemos el mensaje manifiesto del guión: en Holywood las personas dejan de serlo, se convierten en actores forzados a representarse a sí mismos y esto los lleva a su ruina si no saben manejar la fama y el engreimiento.

La lectura es sintomática de los momentos que vivimos.  A finales de los años veinte nace el cine hablado, no obstante, el protagonista, George Valentin se niega a entrarle a la nueva industria, no quiere dejar de ser el galán de gestos sobreactuados de las películas mudas, se niega a dejar de ser el personaje en el que se ha convertido y decide no aventurarse junto con el naciente motion pictures al momento que le toca vivir.  Esto lo lleva la ruina, hasta que en un momento de lucidez se da cuenta de la importancia del lenguaje hablado y se deja guiar por su amiga Peppy Miller, quien le da la oportunidad de volver a nacer, entendiendo que existen lenguajes alternativos en la comunicación humana, uno de ellos el baile.
Cuando el cine nos pone bien

El hecho de que una historia tan simple como la de “El artista” pueda hacernos pasar un excelente rato habla bien de nosotros. Se nota que quienes producen creen en un humano capaz de leer imágenes, sin necesidad de echar mano de pomposos efectos especiales: eso indica que el arte todavía es capaz de tocar corazones y esto resulta felizmente alentador.

En el caso de Hugo Cabret, la historia paralela que se teje, tiene que ver con lo que los psicoanalistas definen como “castración”: el niño que quiere terminar la obra inconclusa del padre. Este tema es universal en el arte. En este caso se trata de un autómata de cuerda que puede dibujar, una figura preciosa, presentada de diversos tamaños según las tomas de la cámara, un rompimiento de escalas hecho a propósito.
¿Cómo será el hombre del año 2112, el que pueble la Tierra en cien años? Seguramente vivirá más tecnificado y habrá resuelto problemas ecológicos y económicos graves. O tal vez no. Pero lo que sí es seguro, es que seguirá siendo el mismo niño necesitado de la mirada del semejante. Me gusta que el cine diga eso de vez en cuando.

Teatro sobre el cine
Acabo de ver “Nadando con tiburones”, una obra de teatro que aborda las relaciones laborales al interior de la industria cinematográfica hollywoodense. Y no me gustó. No obstante los esfuerzos interpretativos de los actores, la obra me pareció fría, muy lejana a lo entrañable. Será tal vez porque la misma aborda pasiones y no buenos sentimientos, envidias y traiciones. En el guión no existen diálogos que hablen de ganas de agradar.

Por eso, entre esta obra teatral que aborda la historia del cine y las otras dos, me quedo con los metalenguajes, con las cintas que comento. Ambas me hicieron confiar en la inteligencia y la sensibilidad humana la tarde y la noche de este domingo. Ω

Helena Noval