jueves, 9 de junio de 2011

El artista, ese desconocido: De cómo le conferimos nuestra voz desgarrada al artista en el México actual



Para pensar al artista contemporáneo, hace falta ubicarlo en un lugar más o menos intermedio de un esquema planteado por la historia social del arte. Dicho esquema recoge, por un lado, la postura del creador egresado de las escuelas de arte como un profesionista –no es lo mismo que un profesional—, que busca la ganancia económica, irremediablemente relacionada con el prestigio del que habla Z. Bauman en su estupendo estudio sobre la era líquida que vivimos.
Tal artista persigue ubicarse en el llamado mainstream, para exhibir sus facilidades manuales, y, en el camino, se convierte en un decorador que vende y se vende. En el otro extremo, se ubica el modus operandi del artista que crea por pura necesidad expresiva del ahogo que lo aqueja. Se trata, en este caso, del artista romántico que se entrega a su obra a pesar de sí mismo y no se interesa en la remuneración inmediata de lo que crea, sino en la autenticidad de su oficio y lenguaje.


Ese es el par de pulsiones que mueven al artista contemporáneo en su quehacer cotidiano; éste nada en un mar de deseos insatisfechos hasta que poco a poco va llegando a una isla cercana a cualquiera de los dos extremos que lo mantiene a flote.


Pero nosotros, los miembros de la sociedad, asombrados por la moral de guerra que vivimos, estamos tendiendo cada vez más a buscar el ideal romántico. Acaso el que más conocemos a partir del cine sea el retrato del “artista maldito” que vive al extremo y lo da todo por expresar los frutos de su (nuestra) hipersensibilidad torturada.


En este sentido, no deja de asombrarme la respuesta de la sociedad al infortunado caso sufrido por Juan Francisco Sicilia, porque el ánimo y la solidaridad que despertó en la gente tienen mucho que ver con los valores que vemos representados en su padre, el poeta y ahora activista, Javier Sicilia.


Resulta que su voz se ha convertido en la nuestra; sus dolidas palabras de padre martirizado son, asimismo, nuestros gritos de dolor. Sucede que el movimiento que hoy encabeza representa un anhelo común simple y atávico: es el deseo de la tranquilidad psíquica, la paz espiritual, acaso el principio de constancia del que hablaba Freud.
Recuerdo que otros casos similares, entre ellos el de Alejandro Martí, no despertaron la consciencia colectiva del mismo modo, y no dejo de pensar que esto no sólo se debe al hartazgo de la población, sino al papel que juega en nuestro imaginario la figura del poeta idealizado, el que siente con el corazón más puro, el que habla con las palabras más escogidas. No se trata, en el caso de Javier Sicilia, de una víctima más: se trata de un bardo, hermanado estrechamente al mago, al chamán en las sociedades antiguas.


No es mi intención hablar aquí del caso Agustín Bejarano, lo que quiero enfatizar es que la figura del artista ocupa hoy un lugar privilegiado y necesario en el imaginario colectivo. Del artista –no el de la farándula “estrellada”, por supuesto. Hemos venido a agarrarnos con el alma y los dientes, con el corazón y la razón, porque nuestras voces han enmudecido. Es al artista romántico al que estamos rescatando. Un dibujo publicado hace un par de días en Internet de la familia Bejarano es lo bastante elocuente al respecto, porque proyecta el anhelo de toda familia: poder sentarse en paz a la mesa, tomados de la mano.


Cuando pensamos en este sujeto que decide producir objetos de sabor personal que aparentemente nadie necesita, pensamos inmediatamente en términos de destino, de vocación y de talento; no obstante, en la época actual, el genio divino que para Alberti poseía al artista durante el acto creativo (el artista era comparado con Dios), ha vuelto a encumbrarlo. Fin.

Publicado Diario de Morelos 8 de junio de 2011
http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=89950&Itemid=68

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