miércoles, 14 de diciembre de 2011

La cultura de la simulación: el político inculto como hazmerreír

VAS A VER
María Helena Noval
novalmariahelene.blogspot.com
helenanoval@yahoo.com.mx


La decepción que nos llevamos la semana pasada quienes escuchamos las pifias de los políticos entrevistados sobre libros leídos, no debe hablarnos sólo de incultura, sino del hecho de que si no saben salir de un aprieto tan sencillo como es una entrevista de televisión ¿cómo van a poder gobernar un país con tantos problemas como el nuestro? No se trata, como dijeron algunos comentaristas de que sus asesores no les prepararan las tarjetas adecuadas o les soplaran las respuestas por el “chícharo” a tiempo, se trata de que la cultura de la simulación está en su máximo apogeo en el mundo y se trata de que en México es todavía más chafa porque traduce el nivel educativo de todo un pueblo.
Los gobernantes no le ven el beneficio a la educación del ciudadano –y suya-- porque sus ganancias no se traducen en dinero rápido y líquido, porque sus frutos pertenecen al ámbito del espíritu, y el espíritu es menos importante que la materia. Ellos hacen negocios y punto. No obstante, como tienen que dar discursos y el material de los discursos son las palabras, las frases, las expresiones, en pocas palabras el lenguaje, tienen que verse obligados a la clase de retórica, aunque sea “express”, para oírse y VERSE bien. Y ahí es donde está el problema, en la imagen acartonada que terminan exhibiendo, porque se saben un solo papel, porque no saben improvisar, porque caen en lugares comunes y citas gastadas.
El político como parte de la hiperrealidad ficcional
Ver el entierro político de MMG en el programa televisivo de Denisse Maerker ha sido tan sorprendente como doloroso para los morelenses: ¿por qué dejamos una ciudad como esta, con tantas posibilidades de brillo en manos de quien se aprende con dificultad un solo discurso? El diccionario de quien aceptó la entrevista para sacarse la espinita y aprovechar el foro fue vergonzosamente simple: “transparencia… democracia… alternancia...ahí están las obras”, como de campaña para lograr el voto. Su lenguaje corporal previsible: mano izquierda, mano derecha, las dos manos hacia adelante, como moviendo el ambiente que lo incendiaba, como bateando las palabras-bala de la periodista. Su vestimenta codificada. Todo pre-diseñado al estilo pri-dinosaurio. Nunca contestó lo que ella, dueña de un pensamiento claro le preguntaba, él llevaba un discurso preparado, un número ya puesto y de ahí no se salió nunca. Se equivocó de acto. Salió en otra obra. Confundió un momento de elevada trascendencia en su carrera política, un momento que lo pudo haber ayudado si fuera de a deveras, con un acto de proselitismo. Las cejas se le fueron agachando, le costó mucho sostener la sonrisa hasta el final.
Cuentan que a Hitler le daba clases de oratoria un maestro de ópera; que impedido por naturaleza para moverse con libertad y frescura a la hora de hablar ante el público, decidió proveerse de movimientos teatrales preestablecidos. Con el mismo estilo actuaron los integrantes del Tercer Reich, las tablas gimnásticas, la coreografía y lo esquemático fueron su inspiración. Ahí se apuntaló fuertemente la cultura de la simulación política. Sólo que han pasado más de 50 años y eso que hoy se mira a la luz de la seducción de las imágenes hiperreales, viene a ser ridículo. Hoy los espectáculos piden del actor un mejor desempeño.
Como Moreira, convertido desde hace unos días en objeto de museo –se muestran hasta sus tarjetas personales como si fueran documentos históricos en el Museo del Palacio, en Satillo, Coahuila--, MMG, muestra que la ambición de parecer lo que no se es, viene a convertirse a la larga, en un lastre, en una tumba.
Decía el sociólogo francés Jean Baudrillard que vivimos en un mundo de simulacros, que nos dejamos seducir por signos sin referentes, por signos vacíos, sin sentido, absurdos, por una hiperrealidad ficcional. No obstante, hace hincapié en el hecho de que la realidad supera a la ficción y nos pide dejar de ser espectadores pasivos, consumidores de apariencias.
Para eso precisamente sirve la literatura: nos lleva a fijarnos en contenidos, en ideas, no sólo en manos que se mueven y distraen, no sólo en los efectos del photoshop, sino en el pensamiento manifiesto o la carencia del mismo. Por eso hay que leer. Ω



http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=100754&Itemid=68

viernes, 9 de diciembre de 2011

Vas a ver Ruta 2012: mapa y territorio morelense





Puestas las miras en las elecciones del 2012, quienes ejercen el poder --mucho o poco-- en nuestro estado, han dejado de ver el territorio morelense como un espacio beneficiado por la pródiga Naturaleza y lo han convertirlo en un campo de batalla mediático, en un mapa modificable a según sus intereses particulares.

Como sabemos, un mapa es una representación gráfica de una porción del territorio, una traducción dibujística o pictórica de un espacio, en el que señalamos por medio de signos lo que nos interesa que se sepa. Un mapa es una convención social, es una traslación de lo real a lo simbólico. Así las cosas, en un mapa cabe todo tipo de señales. Contamos con mapas carreteros y turísticos, con mapas orográficos, etnológicos, estadísticos y por supuesto con mapas en donde se anuncian establecimientos y objetos comerciales.

¿Por qué llego a tal lectura de la imagen urbana? Porque el libramiento México- Cuernavaca-Acapulco que nos toca recorrer a diario, está abarrotado de espectaculares, porque los políticos nos indican rutas a seguir en nuestro tránsito por la vida: porque como cartógrafos, se dividen el estado para anunciarnos sus productos.

Lo peor es que nos quieren convencer con simplismos o lugares comunes y en sus precampañas mediáticas abusan de la estrategia de la representación teatral. El guión lo escriben los más altos funcionarios, las campañas se arreglan como si de un casting se tratara: todavía no son oficiales las candidaturas, pero a estas alturas, ya se sabe quiénes van de extras y quienes van a formar parte del reparto principal.

Para anunciarse, ya se deshacen en risitas, ya los vemos por todas partes enseñando diente blanqueado, ya se cortaron el pelo, andan engominados y bien planchaditos. Eso sí, piden que la foto no se vea como de photoshop, aunque lo sea.

Ninguno de ellos llora por la situación actual, a nadie se le ocurre que son tiempos de pésame para algunas familias, de mesura en la promesa, de respeto al semejante que ya no se cree nada. El paisaje se ha convertido en un escaparate y por ello nuestros trayectos urbanos los vivimos como rutas groseramente discursivas.

El espectacular como reducto de retrato burgués

Nacido durante el Renacimiento, el retrato burgués de medio cuerpo, de tres cuartos con fondo neutro, nos invita a pensar en el posante o comitente (el retratado) como el que puede darse el lujo de posar para la posteridad porque es importante en su medio social y puede pagar por el servicio. Como se trata de un trabajo por encargo, el retrato incluye lo que el posante pide para satisfacer al ego (el suyo y el de los suyos). Si antiguamente el paisaje del fondo identificaba al terrateniente y ciertos objetos identificaban al cazador, al hombre de letras o al de ciencias, hoy en cambio, el posante pide se incluyan textos –las ideas que vende—y demanda nuestra mirada con la suya, tan complaciente como anhelante.

En fin, que nosotros, los habitantes de las ciudades ya sabemos lo que sigue. Ya lo hemos vivido. Sabemos que ahorita se trata de “jugar al mapa”. Más adelante jugarán al Turista Mundial o Monopoly, pero ese juego de mesa lo jugarán pocos. Unos comprarán hoteles, otros cafés, otros… gasolineras. Eso sí, poco a poco, todos dejarán de sonreír en los traseros de los camiones y los postes. Saldrán más serios en los retratos de fondo neutro. Llegarán a la meta, sus metas, más o menos felices. Irán abandonando el paisaje.

Ojalá 2012 pase rápido y nos devuelvan el verdor morelense. Ω


Publicado en Diario de Morelos Miércoles 7 de diciembre de 2011 http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=100775&Itemid=68

jueves, 1 de diciembre de 2011

Vas a ver... El MUVA de Chinameca: Zapata re-loaded



Inaugurado hace un par de días, el Museo del Agrarismo (MUVA), en la Ex-Hacienda de Chinameca, pretende dar a conocer la historia de la tierra trabajada y peleada por el hombre. No se trata pues, de un museo dedicado a la historia de los aperos de labranza o las hortalizas, ni se trata de cómo las culturas prehispánicas se beneficiaban de los frutos de la tierra, aunque se mencionen tales asuntos de pasada. Se trata de mostrar, mediante presentaciones electrónicas, la manera en la que el hombre ha tenido que regular su tenencia, de sus leyes y sus luchas. Un museo de la guerra, se puede decir.
La idea no es original, en Matamoros, Tamaulipas, ya existe un museo dedicado a lo mismo. La diferencia estriba en que el acervo morelense es virtual, lo cual nos lleva a pensar en un público gustoso de los botones y las pantallas. EL MUVA fue construido a lo largo de un año. Dispone de 9 salas digitales y cuenta con 53 cédulas interactivas, 8 cédulas informativas, 8 cédulas sonorizadas y 4 videos. El MIDE --Museo de Economía, también virtual--, ubicado en la Ciudad de México está vacío siempre, esperamos que en este caso no suceda lo mismo. ¿Por qué?
Porque el sitio viene a cerrar el circuito que comienza con el Museo Sitio casa de Zapata en Anenecuilco, mismo que incluye el cuartel de Zapata, en Tlaltizapán, y los tres aprovechan la figura icónica de Emiliano Zapata, una figura que por carismática puede atraer al turismo cultural pero también al no especializado. Y en los tiempos que vivimos, eso es precisamente lo que nos hace falta: gente que se lleve una buena impresión de nuestro estado.

Tales museos, como muchos otros, funcionan a partir de la estrategia de la representación, pretenden re-presentar al héroe ante los ojos del espectador. Pero ¿cómo revivir, hacer eternamente presente a quien desapareció físicamente hace años? ¿Por qué necesitamos ver, re-ver, mirar y admirar a los personajes de la historia? ¿Por qué a los personajes ejemplares no basta recordarlos mediante la palabra escrita? ¿Por qué necesitamos casi tocar sus objetos como si fueran reliquias? Por estos amores al objeto, anda la cama zapatista presentándose desde hace casi dos años en los museos. Por la misma razón, la ropa del caudillo y una de sus sillas de montar se exhiben en vitrinas, como si fueran obras de arte.
Decía yo aquí mismo, la semana pasada, que nuestra cultura actual es visual, que existe un gusto característico de nuestra época por la imagen hiperreal, que como Santo Tomás, nosotros “hasta no ver, no creer”, esa es la respuesta más fácil y rápida a la pregunta de por qué necesitamos tantas imágenes del héroe; no obstante, la imagen de Zapata ha venido a convertirse en una especia de “marca registrada” morelense y de esto vale la pena hablar un poco más. La idea es que podamos incorporar al hombre para entender más al héroe de las mil caras.
Por un lado, está el hecho de que Zapata pertenece a una genealogía de héroes modernos en el sentido de que es tan idealizado como humano. Es tan inmortal como Superman y tan pecador como cualquiera que haya ordenado la muerte de otro; basta consultar los diarios de la época para comprobar la existencia de su leyenda negra y caricaturesca junto a la mitología que lo hizo volar por los aires o morir en Arabia…
Zapata frente a la cámara
Las miles de imágenes que se han pintado, esculpido o fotografiado mediante diversas técnicas desde su muerte, nos hablan de un Zapata carismático, un personaje de mirada profunda y melancólica que se presenta mirando de frente, como un luchador social digno, consciente de su papel en la historia, un militar no de carrera, pero sí por derecho propio.
En el MUVA se incluye el retrato que se le adjudica al fotógrafo alemán Hugo Brehme, una imagen de cuerpo completo tomada en el Hotel Moctezuma, en el centro de Cuernavaca que ha recorrido el mundo porque fue copiada por José Guadalupe Posada, Diego Rivera y Arnold Belkin, entre otros. De la autoría de éste último pintor, se presenta la reproducción de una pintura que no se pidió a tiempo y que en cambio podrá verse próximamente en el Museo de la Revolución.
Concluyo con una pregunta picante: Ahora que comienzan las pre-campañas ¿quién de los aspirantes a gobernador le dará mayor uso político a la imagen de Zapata? Ω

domingo, 27 de noviembre de 2011

Nosotros los buenos, los que sólo vemos


¿Se puede hablar de la sociedad como un cuerpo enfermo a partir de la noción de mirada? ¿Cómo evitamos el sufrimiento que provocan “los malos”?

Según el Dr. Juan-David Nasio, experto en psicoanálisis, no es lo mismo ver que mirar; dice él que la mirada se da en el contexto de la visión, que vemos lo que nos conviene de acuerdo al significado que producen las imágenes en nosotros, que ellas nos atraerán siempre y cuando nuestros deseos sean compatibles con ellas.

De tal asunto me acordé mientras veía las páginas de algunos diarios especializados en notas rojas hace unos días. En mi descargo he de decir que no las veía en vivo y en directo, sino en la pantalla que se utilizaba para ilustrar las ponencias de los expertos en un congreso sobre arte y violencia al que con gusto asistí, no sólo porque es el tema de moda en los museos, sino porque intento demostrar que la mirada no es tan inocente como parece.

El coloquio[i], dedicado al análisis de los tiempos oscuros que vivimos, abordó la manera en la que algunos artistas retratan la violencia cotidiana, el pesar callejero ocasionado por las bandas de malosos divididos entre narcos, rateros y locos, pero también se habló de la manera en la que como cómplices, devoramos las imágenes del OTRO destrozado, ese otro que representa al malo o a la desafortunada víctima, ese otro que viene a representar la salvación propia…la de nosotros los buenos, los que sólo vemos.

Pero ¿qué es lo que estamos viendo cuando le damos gusto al morbo? Vemos desde luego lo que nos ofrecen detalladamente los medios, apreciamos el tamaño, el color, la textura y la apariencia inanimada de los órganos que nos constituyen; los intestinos a flor de piel, los miembros cercenados…las lágrimas de sangre. Le damos un cuerpo a la psique, pero para ello tal parece que necesitamos una especie de diccionario de imágenes 3D, un catálogo que nos represente una realidad muy tangible, no sólo la imaginaria.

De allí que no cualquier imagen satisfaga a cabalidad. Hay un gusto muy característico del que mira desde los paradigmas actuales, y este gusto tiene que ver con la imagen hiperreal, con la veracidad de la figura, con la fiel reproducción de la realidad, con el aspecto detallado.

Una de las cosas que más me llamó la atención fue el hecho de que se comentara que la tradición de los exvotos populares decayó considerablemente, que la imagen pintada con la que se agradecía al santo en la capilla de la iglesia por los favores recibidos haya cedido su lugar al objeto real en el altar: hoy se agradece al santo llevando el yeso con el que sanó la fractura, los implementos que se usaron para la milagrosa curación, el arma que salvó a la víctima. Es como si hoy se pensara de acuerdo a la máxima tomista: “hasta no ver, no creer”. Hemos llegado a tal grado de incredulidad en la realidad imaginada, que necesitamos que la mirada nos compruebe el hecho del que se nos habla.

Los medios nos han acostumbrado a la información visual de una manera despiadada. Paradójicamente, son los mismos medios los que nos hacen dudar al echar mano del photoshop, la edición de imágenes y el fotomontaje cuando de llamar la atención se trata.

Llama la atención que los hechos ocurridos hace unos días nos hayan ofrecido recatadas imágenes de un helicóptero destrozado, imágenes aéreas, desde luego, ningún resto humano se vio. Los cuerpos de los altos funcionarios se respetaron obedeciendo a una moralidad que no opera para la víctima común y corriente. Así como hay una fascinación obsesiva con la sexualidad hiperreal --dicen Baudrillard y Bataille--, la hay con la muerte del otro, sólo que en ocasiones este esteticismo vitalista es sublimado y nuestra vulnerabilidad sólo es mencionada de ladito, en voz baja: a la población no se nos puede mostrar demasiado a veces porque corremos el peligro de asustarnos de a deveras.

El afecto por la imagen del semejante lastimado no es nuevo, hace poco más de cien años, el gran Guadalupe Posada ya acostumbraba a ilustrar los crímenes del momento en hojas volantes que daban la noticia de manera gráfica y escrita, lo imaginario y lo simbólico se daban la mano para enterar al vivo de que seguía vivo; sin embargo, la mirada del artista ha cambiado y parece que la de todos nosotros también, hoy se hacen visibles los deseos oscuritos que nos habitan de manera atroz, el interés en la entraña propia y la del semejante es inédita. Pero ¿acaso mirar el cuerpo ajeno destrozado es tan malo?

En la historia que nos toca vivir, se dijo repetidamente en tal coloquio, no hay víctimas ni victimarios, sino una participación colectiva de todos en la creación de un panorama violento. Así las cosas, quedémonos con la idea de que cuando vemos no sólo vemos, también estamos produciendo realidad. Al malo le gusta que mostrarnos lo que hace; si no lo complaciéramos con la mirada, otro gallo nos cantaría ¿no creen? Ω


[i] (Tiempos oscuros: violencia, arte y cultura. 4 Encuentro de investigación y documentación de artes visuales. 19 al 22 de octubre, Sala Adamo Boari, palacio de Bellas Artes, México, D.F. )

viernes, 7 de octubre de 2011

Mariposa





No todas las historias de horror incluyen fantasmas. ¿Cuánto tiempo vivirá
una mariposa atrapada en mi recámara? Escucho los aleteos y sus atroces
choques contra los muros.La oscuridad nos impide a mí verla y a ella escapar.
Los ojos de sus alas son mera decoración, mirada infecunda.

El deseo es lo que le da sentido a nuestras vidas. Eso lo descubrió Freud y
Lacan se encargó de explicarnos como seres deseantes de satisfacer al Otro.
Pero, y ¿si el Otro es una mariposa? ¿Si es incapaz de escucharme? ¿Si la
invitación a escapar por la ventana es inútil?

Moriré un poco esta noche. Comienzo a sentir el polvo de sus alas, le pongo
voz a un grito imposible y de pronto hace sentido lo escrito por Edgar Allan
Poe: los entierros en vida son más comunes de lo que creemos.

viernes, 30 de septiembre de 2011

La estética del buen comer




Quien sabe del buen comer, no cita restaurantes ni chefs. Habla de ingredientes y métodos de preparación, el sabor y la textura de los alimentos, dice la autora del texto, quien observa la preparación de alimentos como a una obra de arte.
Los sentidos se alebrestan ante la fritanga rellena de queso en proceso de esponjarse en el sartén. No es sólo la mirada la que anticipa el festín, las papilas salivan y el sentido del oído también se confabula: “le hincaré el diente, aunque me suba el colesterol”, pensamos. La razón deja de gobernarnos.
La imagen de un bollo elevándose en el horno es magia pura, las burbujas ocasionadas por el desprendimiento de oxígeno gracias a la acción de la levadura que fermenta, se transforman en hoyitos de paredes endurecidas durante la cocción. ¡Mmmmmm! Para ese momento el olor es insoportablemente apetitoso. Le untaremos mantequilla en cuanto salga.

Estamos frente a dos escenas tan cotidianas como aparentemente frívolas. Pero, ¿son estos instantes, en los que estamos concentrados en nuestros sentires, menos importantes que la reflexión sobre el paisaje o una obra de arte?
El gusto es el sentido que tiene por órganos las papilas de la lengua y distingue sin equívoco lo amargo, lo dulce, lo salado y lo ácido. Para efectos de la cultura, llama la atención que con sólo
cuatro saborcitos, se hayan logrado tantas cocinas y que exista tanto discurso dedicado al arte de… darle gusto al gusto.
Por su parte, dicen los estetas (Charles Taylor), que la noción de gusto nace de la intención de juzgar o comparar las cosas de acuerdo con las nociones de bello y bueno, que son dos de los más elevados valores de la humanidad.
Y tienen razón: el juicio de valor que hacemos sobre lo que nos agrada o desagrada en la mesa cobra importancia cuando la noción de “efímero” deja de estorbarnos. El goce corporal nace en el humano con la necesidad biológica del contacto, pasa por la devoción a los dioses de la comida en diversas culturas y termina relacionándose con los placeres de la sensualidad corporal, como bien lo han demostrado algunos autores golosos.



La humanidad no comió con tanta sofisticación en la Antigüedad y no escribió sobre estos temas, hasta que se dio cuenta de que su vida cotidiana no era asunto menor, hasta que una nueva concepción del sujeto le dio permiso para hacerlo. Esto sucedió en épocas muy modernas.
Esta nueva manera de entender las relaciones entre el mundo y el individuo, no según un orden establecido, sino dándole cabida a lo sensible, la intuición y la imaginación personal vino a hacerse presente hace apenas unos 200 años entre las páginas de los libros. Pero las preferencias individuales a la hora de escoger, cocinar, degustar y almacenar lo que hemos denominado comida –que no son sólo las plantitas y los animalitos que terminan en nuestros platos, sino sus implicaciones emotivas, o sea lo que los lingüistas y los psicoanalistas llaman significantes–, son como texto, más modernas que los diarios de viaje, por ejemplo.

Como soy golosa, me gusta buscar en tiendas especializadas en recetarios o librerías extranjeras memorias gourmet. No es que en nuestro país no haya, es que el sibarita, hedonista o gourmand
no puede satisfacerse a pasto pues tal género literario no es abundante. Lo escrito por personajes tan insignes como la Marquesa Calderón de la Barca, Alfonso Reyes o Salvador Novo es apenas un bocado. El Confieso que he comido, de José N. Iturriaga, comentado en Día Siete hace poco,
viene a ser pionero en la materia.

El año pasado leí Eating (Random House), del editor Jason Epstein, quien habla de sus encuentros comilones con Norman Mailer, Gore Vidal o chefs tan renombrados como Wolfgang Puck. Me gustó que confiese que dialoga con los ingredientes que compra con la pasión de un ávido coleccionista hasta transformarlos en delicias y comparta recetas. También leí Rapsodia Gourmet, de la francesa Muriel Barbery, quien escribe sobre un crítico gastronómico que a punto de morir lucha por recordar un sabor que tiene “en la punta de la lengua”. La búsqueda de tal recuerdo lo lleva a compartirnos sus experiencias y disquisiciones sobre lo crudo en la cocina oriental, sobre lo mágico que puede resultar una “esfera anaranjada, de flancos casi grumosos licuándose en el plato” (léase helado de naranja) y lo brillante que puede ser el recuerdo
de unos pescados asados en la playa por obra y magia de las manos de un querido abuelo.



Los que saben comer no suelen hablar de restaurantes y chefs, antes que nada lo hacen sobre ingredientes y métodos de preparación; el sabor, la apariencia y la textura de un alimento pueden llegar a ser tan importantes, que la tortura del batido frente al fogón puede transformarse en un placer cercano a la conquista. Y es que el hombre es una creación del deseo, no de la mera necesidad. “No sólo de pan vive el hombre”, dicen unos y es cierto: la materia excita los sentidos y cuando se trata de papilas gustativas, el discurso del goloso puede
derivar en un arte mayor. Es curiosa, esta oralidad –del discurso– que habla de lo otro oral –el alimento–, una modalidad de la disertación sensual, que viene a ser una especie de homenaje metalingüístico por el bien recibido en la zona que agradece.

Amores golosos

En esta época de desórdenes alimenticios, la comida es un termómetro social. En la mesa se articulan el hambre y el amor de una manera única. Íntimamente relacionada con el código familiar, la hora de la comida viene a ser un espacio de reflexión de significantes tan importantes como la complacencia, la convivencia y la lealtad. Por algo comer sigue siendo el placer más socorrido frente a la pérdida de otros.

Si recordar lealtades y amores no suele ser asunto fácil, hacerlo a partir de la reflexión gustativa facilita la tarea y la torna en un acto doblemente gozoso: el comelón o comilón (las dos cosas estás bien dichas) terminará relamiéndose los bigotes por el resabio de lo gustado, pero también sanará el alma. Dejar de sentirnos delincuentes alimenticios por faltarle al respeto a la autoridad médica que indica rechazar lo que nos gusta, no nos matará.






Publicado Revista Día siete, septiembre de 2011



viernes, 9 de septiembre de 2011

¿Sublime… o terrible?


En tiempos electorales, la imagen que proyectan quienes buscan legitimarse como gobernantes o mantenerse en el poder es bastante simple, se privilegia el mensaje elocuente y eficaz y frecuentemente se monta en registros gastados (léase asimilados por la población); no obstante, la noción de matiz sigue siendo importante a la hora de calificar el buen o mal gusto de los publicistas expertos en propaganda. Y guácala, a veces se les pasa la mano de cursis. Pretenden sublimarnos o conmovernos, pero terminan por hacernos reír…o llorar. Sí, señores, la imaginación es clave en el pensamiento estético contemporáneo, pero mídanse a la hora de cocinar lo que comeremos.

Se califica como “sublime” aquél espectáculo u objeto que se equipara con “lo absoluto” y mueve a la pasión. Es sublime aquello que además de ser grande, nos mueve a la admiración y facilita reflexiones profundas. En términos de contemplar la naturaleza, esto se aclara si pensamos en la pintura de un Albert Bierdstadt o de un William Turner, pero en términos de creaciones humanas, la cosa se complica: en este caso entra en juego la noción de finalidad, por lo que Estética y Ética se anudan para iluminarnos a la hora de prestarle un minuto de atención, a lo que se nos presenta a los consumidores de imágenes mediatizadas. A quienes miramos por esa ventana al mundo, que se llama TV.

El común denominador hoy en día pendula entre la presentación de un político cercano al pueblo (el que se acerca al marginado y se echa un taco con él) y el discurso heroico (estamos en guerra y nada nos impedirá ganarla). En medio de eso casi no hay nada: el miedo a la invisibilidad ha sepultado la imagen de un gobernante humano, cercano al común de la gente, como lo fue Olof Palme en Suecia.

Un dirigente estatal que se presenta en un escenario creado al más puro estilo telenovelesco, con la mirada perdida en el horizonte dirigida hacia un futuro ideal, casi flotando, se acerca a la noción romántica de los héroes de las historietas. Ya se dijo en algunos foros, el informe de Peña Nieto dejó mucho que desear en términos de semiología de la imagen. Un presidente que se dirige a la nación desde un lugar súper vinculado con la alta cultura en el país (Museo de Antropología) busca re-presentarse como gobernante, ante el pueblo lastimado por una guerra que no entiende. Y aquí el término re-presentarse viene dado en sus dos acepciones: la que lo hace re-nacer como nuevo ante la mirada del espectador y la que lo presenta como un histrión, como un profesional de los escenarios.

En contraste y ya más cerca de nosotros, un político que se atreve a duplicarse, como en las novelas de Pessoa o Saramago, además de mostrar perversidad por las intenciones que lo motivan, apela, por el lado de la estética, a la idea del plagio y la falsificación. Y como se sabe, tanto el plagio como la falsificación son dos de las creaciones humanas más desprestigiadas de la historia de la humanidad. Desde luego que en este caso no preocupa la falta de originalidad de la obra, sino la burla que se hace de la inteligencia y la capacidad visual del ciudadano de a pié.

Dicen los estetas que el ser humano permanecería indiferente sino fuera estimulado por las sensaciones, que su cuerpo –que no es retazo con hueso sino cuerpo movido por el deseo—no echaría a andar la imaginación si no fuera porque cuenta con la información que le proveen los sentidos y la memoria. El problema con la estética privilegiada por quienes detentan el poder actualmente es que gustan de lo sublime aterrizado en lo terrible. La intensidad es lo de hoy. Pobres de nosotros. Qué indigestión. Ω

Publicado en la Jornada Morelos 9 de septiembre de 2011
http://www.jornadamorelos.com/2011/9/9/

viernes, 26 de agosto de 2011

Presentación del libro de Pepe Iturriaga / Jardín Borda, Agosto 2011



Tan a gusto me sentí leyendo el libro de Pepe Iturriaga, que comencé a pensar: “¡qué gusto da, cuando uno se siente… tan a gusto leyendo cosas dedicadas… al sentido del gusto!… ¡Este gustoso comilón sí que sabe gustar de la vida y vivir a gusto!”… En tantos gustos pensé durante la lectura de “Confieso que he comido” y tantas cosas aprendí sobre sus gustos, los gustos de la humanidad y los gustos de los mexicanos, que de pronto me vi pensando que no es lo mismo el sentido del gusto, que la noción de gusto y que ésta última no es antigua, que la humanidad no comió con consciencia sobre sus gustos y con tanta sofisticación…en la Antigüedad… y sobre todo, no escribió sobre estos temas, hasta que se dio cuenta de que su vida cotidiana no era asunto menor, hasta que una nueva concepción del sujeto le dio permiso para hacerlo.

Esto sucedió cuando las relaciones entre el mundo y el individuo le permitieron darle cabida a lo sensible, la intuición y la imaginación personal. Poco a poco, las preferencias individuales a la hora de escoger, cocinar, degustar, almacenar y comerciar con lo que hemos denominado comida --que no son sólo las plantitas y los animalitos que terminan en nuestros platos, sino sus implicaciones emotivas, o sea lo que los semiólogos, los lingüistas y los psicoanalistas llaman significantes--, abandonaron los diarios de viaje y fueron generando las primeras memorias gourmet.

Dicen los estetas que la noción de gusto, nace de la intención de hacer un comparativo; que es el resultado de juzgar o sopesar las cosas de acuerdo con las nociones de bello y bueno, que son dos de los más elevados valores de la humanidad. Y el caso que analizamos, --las memorias de un gourmand, sibarita o hedonista, o sea el que come de todo sin ponerse pesado--, no es la excepción. Página tras página, Iturriaga logra aclarar jerarquías entre establecimientos, platillos, preparaciones e ingredientes, dando por resultado que lo comido en fondas, banquetas y zaguanes adquiera una dignidad inédita en nuestra cultura, muy dedicada hoy a comentar sólo lo que se come en establecimientos de lujo.

Hoy, que están de moda la nouvelle cuisine, la alta gastronomía mexicana, la cocina fusión, las esferificaciones y espumas del Bulli, no es raro que abunden los libros de cocina dedicados a las preocupaciones de las clases pudientes…. ” La sociedad está compuesta por dos grupos --decía (Sebastián Nicolás) Chamfort en vísperas de la Revolución Francesa--, los que tienen más apetito que comida y los que tienen más comida que apetito; así las cosas, comenzaremos por destacar que este libro tiene la virtud de dedicarse al amplio espectro del antojito, gustado tanto por ricos como pobres: “la más alta cocina mexicana no tiene que ver con inversiones”, explica Pepe, sino con dedicación e ingredientes… y termina por convencernos de que si no los cuidamos, a ciertos antojitos mexicanos se los va a llevar la trompada.

Por lo que respecta a la imagen de nuestro país, puedo asegurarles que el libro que presentamos deviene tentador: cuando el autor habla de san Pedro de los Baños, poblado cercano a Atlacomulco, o de algunas poblaciones veracruzanas o chiapanecas casi perdidas en los mapas turísticos, inmediatamente nos dan ganas de irnos de viaje … Y es que el oficio forma… sus descripciones puntuales del México que se nos fue o de los vestigios arqueológicos, nacen del afán del historiador por aclarar las cosas; lo mismo sucede cuando habla de costumbres alimentarias del pasado o de aquel centro de la capital, en el que su tía Mary alimentaba a los pensionados asistentes a su fonda.

Los criterios son subjetivos, al hablar de comida, a veces se reduce el hablante a dar opiniones muy personales que tienen que ver con el propio cuerpo y sus disposiciones naturales a lo salado o lo agrio y sin embargo, llega un momento en que las sintaxis del que habla de comida se van transformando en fulguraciones poéticas y éstas se convierten en el arte del verbo culinario y eso es precisamente una de las cosas más apetitosas del libro de Iturriaga: uno no puede evitar devorarse entre salivaciones del orden de lo real y lo intelectual los breves capítulos que conforman esta publicación. Sus evocaciones resultan a veces tan eficaces, que logran que el paladar nos sepa a saladito, chilito y fritanga. Lo que quiero decir, es que logra cocinar tan bien las frases y resaltar el sabor de las viandas, que termina por demostrar que se puede escribir sobre las ostras o los nacatamales, humitas, hallacas, tayuyos, mapires, juanes, pamonhas, pasteles o bollos, todos ellos tamales, con altura.
El libro no deja de lado los importantísimos estímulos visuales, la apariencia a veces extravagante de la comida es de primerísimo orden para el que se apresta o no a hincarle el diente a un platillo, y Pepe no abusa de su imaginación (aunque hay que tenerla cuando se es cocinero) y tampoco omite detalles importantes, como cuando habla de las diferentes panzas que ocupan un buen plato de pancita, a la que se le agrega pata de res…por supuesto, o cuando se confiesa comedor de víboras, ratas y alacranes.
Con tanta frescura y espontaneidad está escrito, que va uno poco a poco, saboreando junto con el autor los sabores que tan generosamente nos comparte. En este sentido, asombra no sólo su retentiva, sino la cantidad de amistades que tiene; se trata de lo social nutrido con la labor artesana de la cocina y el motor de cada reunión es el afecto. Además –y esto ya es maña del autor--, el sentido del humor no falta…por ejemplo cuando habla de las dietas de Silvia o arma el prólogo con base en una serie de dichos populares sobre la comida y la cocina mexicana.

Además, está el hecho de que sabe él reconocer la importancia entre lo recolectado y lo cosechado y estandarizado por los supermercados, la cultura de masas y las modas. Menos del 1 % que conforma la flora mundial ha sido domesticada, no obstante, la cultura de lo vegetal se ha estandarizado y lo domesticado le ha ganado la partida a lo hallado, sólo que a Iturriaga no se le pasa hacer notar la importancia de las yerbas como el chipilín o la hoja santa cuando habla de comida. Me acuerdo que recientemente le llamé para preguntarle sobre la pipitza, yerba que sigo sin conocer porque no la he encontrado en el mercado, pero él me dijo, es una especia de pápalo, ponle de ese.

En fin que “Confieso que he comido” es el libro de un excelente conversador de paladar educado que demuestra que la condición masculina no es demérito en estos asuntos de la cuchara y el perol.
Iturriaga sabe vivir y es generoso. Autor prolífico como es, construyó no un recetario aunque su libro abunde en recetas, no un libro turístico aunque invite a viajar y no las memorias de un hombre culto, aunque termine por convencernos de que la reflexión sobre lo que comemos y la historia de los sentidos valen la pena.

Publicado en La Jornada Morelos 26 de agosto de 2011 http://www.jornadamorelos.com/2011/8/26/cultura_nota_02.php

miércoles, 29 de junio de 2011

Gerardo Camargo: Exposición Galería-Café SIMÖN



Hace tiempo que quiero ver lo nuevo de Gerardo Camargo, un talentoso y comprometido artista plástico, a quien le tengo mucha fe porque es bien hecho, está comprometidísimo con el cumplimiento de su vocación --en una época muy difícil para quien decide vivir del arte-- y es, sobre todo, AUTÉNTICO.

¿En qué consiste lo auténtico y porqué, en vez de emplear una categoría estética relacionada con lo visual, uso un calificativo del orden de lo moral? --me pregunto, previniéndome de no caer en una defensa del arte a partir de postulados románticos--, pero de inmediato insisto en la noción del respeto a la voz propia, porque es ésta la que guía una y otra vez mis preguntas, durante la entrevista que le hago.



Lo orgánico como tema: una apuesta arriesgada que se torna decorativa

Gerardo Camargo (Ciudad de México, 3 de octubre de 1974) se ha dado a conocer en nuestro estado por ser el creador de un universo protagonizado por líneas que no tiene que ver con el mundo figurativo tal cual se ha venido representando en la historia del arte, sino con la idea de lo compulsivo. Tal propuesta cuenta con antecedentes en el mundo y en nuestro país --ahora mismo, en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México hay una muestra que deja ver esta tendencia renovadora del dibujo[1]--, y a grandes rasgos podemos decir que busca explorar las posibilidades expresivas de la línea que se repite formando patrones seriales.

Sin embargo, habría que decir que Gerardo Camargo le imprime una frescura que surge de la participación activa de su cuerpo completo durante el proceso creativo; la experiencia de lo orgánico o lo vital se aclara no sólo cuando sus dibujos recuerdan intestinos y venas, sino cuando declara que: “al principio aparece un gesto, que se convierte en regla y esto mismo va estructurando la composición. Por ejemplo, ve esta pieza “10.5” (esmalte sobre lona plástica, 2011. 1.80 x 1.30 cms.), que nace de una mancha que tenía en la mano. Esta mancha medía 10.5 cms. de largo y me dio la pauta para repetir sus dimensiones una y otra vez, con la ayuda de una regla, en lona plastificada, con un plumón de esmalte. Así, de manera obsesiva, se fueron configurando las diversas áreas que recuerdan pliegues y recuadros”.

Conforme vamos platicando sobre el interés que lo habita, sobre la noción del cuerpo trabajando a su favor, me platica que hasta la respiración forma parte del cúmulo de ideas que lo inspiran: “A veces, se me olvida respirar –me dice—tuve problemas alérgicos de niño y como a los once años tuve que aprender a respirar bien. Hoy cuando dibujo, estoy consciente de que a veces mi respiración se detiene por unos instantes”.

De esta observación orgánica hay indicios en la historia de los procesos creativos; el caso de Jackson Pollock, entrando en trance a partir del gesto corporal cuando pintaba es uno de los casos más conocidos, pero también están los escritos de Siqueiros y de Joseph Beuys al respecto.

Por otra parte, el reflejo de su cuerpo en la pieza titulada “36” (esmalte sobre lona color plata, 1.80 x 1.30 CMS) me lleva a pensar no sólo en la importancia de lo vital porque 36 son los años que cuenta de vida, sino en el famoso estadio del espejo del que hablara Jacques Lacan, en esa estupenda disertación sobre el descubrimiento del yo que lleva a cabo el infante la primera vez que se observa frente al objeto reflejante. Esta es, dicen los expertos, la manera en la que se va construyendo la noción de “yo” y se vive el propio cuerpo, lo cual inevitablemente lleva a pensar en la noción de autorretrato y la insistencia de lo biográfico en la historia del arte.


Galería virtual: la importancia de lo vivido como objeto del arte

“Cola de Rata” se llama la página web en la que cuelga su obra a manera de galería virtual; la misma, nombrada a partir de la evocación de una turbadora huella mnémica (el estudio en el que trabajaba antes se infestó de ratas y tal impacto lo marcó para siempre) se abre como un universo para el espectador que busca entender qué está pasando en el arte contemporáneo y cuál es la oferta visual con la que cuenta para “decorar” los espacios que le toca habitar. Entrecomillo decorar porque estoy de acuerdo con el teórico Fernando Castro Flórez en que el arte debe recuperar el gozo visual perdido en medio de tanto “azote” declarado por los artistas en los últimos 100 años; éste grito del “yo torturado” debe dar paso ya a la pulsión de gozo animada por la masiva y complaciente cultura visual que nos toca vivir. ¿En dónde han quedado las nociones de belleza, armonía, composición¿

En la galería café “Simón”, un espacio recientemente abierto para el arte joven en la Boulevard Juárez me entero de que Gerardo invitó a la gente a dibujar en uno de los cristales del local con la idea de animar su exposición. Dicho trabajo no se terminó y como quedan tres espacios pictóricos listos para el que se anime, le prometo regresar la próxima semana y dejar mi propia impronta en este su espacio temporal.


Técnicas alternativas

Fascinado con la tecnología, Camargo decidió mandar grabar con láser una serie de dibujos abstractos de pequeño formato y el resultado es espectacular. Colgados allí mismo, los cuadritos enmarcados en blanco son muestra viviente de elegancia y creatividad y en su contundencia responden a la pregunta final que me hago sobre la posible presencia del llamado “accidente controlado” en su trabajo. Tal accidente no puede existir --me digo--, a pesar de la libertad manifiesta en la elección del tema que ha elegido como asunto principal: Gerardo le dio al clavo una vez más con esta serie de dibujos pensados para el disfrute del objeto sobre la pared. Son una delicia y por ello pondré uno o dos sobre mi escritorio de inmediato. Ω

Publicado Diario de Morelos 29 de junio de 2011
http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=90580&Itemid=68

Abrazo



No dejo de pensar en el abrazo que se dieran ayer Calderón y Sicilia como si se tratara de la reformulación mediática y posmoderna de aquella pintura de Jorge González Camarena titulada precisamente “El Abrazo”. En dicho óleo (que es versión de caballete del mural que pintara para el Castillo de Chapultepec en 1960), aparecen un Caballero Águila y un hombre dentro de una armadura enfrentándose fatalmente. Resulta que el acercamiento de los cuerpos deja de ser el gesto amoroso que caracteriza el saludo entre los humanos porque las lanzas que ambos portan atraviesan sus cuerpos. La muerte es inminente en esta obra maestra del arte mexicano.

Tanto en la pintura como en la fotografía que apareció en las primeras planas de los diarios de este viernes, la metáfora visual es sumamente elocuente: el choque de ambas cosmovisiones es frontal; conquistado y conquistador o poeta y mandatario apuestan hasta el corazón en la lucha por hacer prevalecer sus discursos. Son dos pasiones diferentísimas las que los mueven a actuar; los actores van al des-encuentro en un escenario iluminado por fuego. La centrada composición se acentúa porque el desastre enmarca estrambóticamente las siluetas.

Quisiera pensar que las cosas van a cambiar estando el poeta en la palestra. Tenemos puesta la fe en el que sabe pensar y hablar como si se tratara de un padre; confiamos en el que pudiera hacer que LA PALABRA coincidiera con la realidad. Durante años he querido pensar que la figura del artista idealizado, del poeta romántico sirve para algo en el México banalizado que nos toca sufrir. No obstante, lo que escucho hoy es que mientras uno habla de silencios y hace referencias culturales, el otro hace gala de batallas frontales contra el crimen organizado y pide perdón por las miles de víctimas que han pasado a formar parte de una lista interminable de muertes inútiles.

En el maremágnum de imágenes en el que nos movemos, son pocas las oportunidades que tenemos de presenciar con tanta elocuencia visual lo que nos está sucediendo. La fotografía presenta a un Calderón que mira para abajo, mientras Sicilia lo abraza como queriendo protegerlo. El que viste de traje se evade; el otro, vestido de intelectual alza el micrófono para hacerse escuchar en un idioma hablado en voz baja. La palabra y la cosa no coinciden. Nunca han coincidido. La frustración del ser humano viene de que lejos de acercarnos a nuestros ideales colectivos, nos alejamos por darle gusto al instinto. Como en la pintura del jalisciense, la pulsión de muerte nos invade. Ω

Publicado en La Jornada Morelos 26 de junio de 2011
www.jornadamorelos.com/2011/06/26/cultura.php

jueves, 16 de junio de 2011

Notitas para pensar a Artemisia Gentileschi en el mundo actual


Según estudios publicados por Linda Nochlin, Griselda Pollock, Whitney Chadwick y Frances Borzello (feministas destacadas de los años setenta), las pintoras no sólo fueron olvidadas por la historia del arte hasta el siglo XIX, sino que hubo momentos en los que se les presentaba como fenómenos, como le sucedió a Sofonisba Anguisola (Cremona, hacia 1532 - Palermo, 1625).
Se cree que el estudio de la H. A. es neutro, no amañado y que se da de la siguiente manera: los maestros les enseñan a los --y las discípulas-- y así éstos adquieren, poco a poco, la maestría para recibir el merecido reconocimiento y el encargo, sólo que no se menciona que las mujeres no pasaban casi nunca de discípulas y que aparecen como anónimas modelos en miles de cuadros porque eran un objeto más del mundo representable. Además, cuando lograban llegar al estudio del maestro para aprender, no se les dejaba hacerlo con modelo en vivo, no se les dejaba mirar el cuerpo del hombre desnudo.
Como se pudo ver en la película dedicada a Artemisia Gentileschi (dirigida por Agnés Merlet y protagonizada por Valentina Cervi) hace unos días, a la mujer le costó sangre destacarse como una profesional del arte. En su caso, y después de los tristes acontecimientos ocurridos a su persona por la falta de tacto de su padre, el pintor Orazio Gentileschi, y la vileza de Agostino Tassi, su maestro de perspectiva, ella tuvo que luchar desmedidamente para hacerse un lugar entre sus colegas y lo hizo tan bien, que terminó pintando para la corte en la Inglaterra del siglo XVII. Muchas de sus obras fueron atribuidas en su tiempo a su padre y hoy se encuentran exhibidas en varios de los museos más prestigiados del mundo. Su estilo caravaggiesco, manierista-barroco es motivo de admiraciones y su Judith decapitando a Holofernes es inolvidable por la dureza de la escena.

Lo cierto es que siendo la calidad de los trabajos la misma que la de los maestros, la historia nos ha dado sólo un puñado de nombres de mujeres a recordar. Además, notemos otra cosa: la identidad no se nota en las obras de arte: si el ser salida de manos de mujer significara que el asunto “se nota femenino”, tal vez implicaría menos calidad por ser cosa de minorías, pero no es así. No sabemos frente a una obra exhibida si ha salido de manos de mujer o de varón, salvo en los casos en los que el contenido es evidentemente feminista, y esto sólo se dio en el siglo XX.
...
La pintura de Frida Kahlo titulada “Unos cuantos piquetitos”, dice Raquel Tibol, es metáfora de la violencia sufrida contra la mujer a través de la historia. El caso de Artemisia Gentileschi (Roma, 8 de julio de 1593 - Nápoles, hacia 1654) y el mismo hecho de que actualmente en el mercado del arte se vendan las obras de mujeres más baratas que las de los varones, prueban lo dicho.
Pero tal vez sea lo dicho por Leonel López Nussa, pintor y escritor cubano la muestra más repelente de la estupidez machista. Lo cito para que usted termine de leer, con cara de asombro, este artículo: “Si hay algo opuesto a la naturaleza femenina es el dibujo. Las niñas dibujan, pero las niñas no son mujeres. Las mujeres son objeto del dibujo, no sujeto. Cuando la mujer dibuja, se masculiniza. El dibujo es macho, demasiado incorpóreo para interesar a la hembra”. (El Dibujo, Ediciones Revolución, Cuba, 1963) ¿Cómo la ve? Ω

Publicado en El Diario de Morelos 15 de junio de 2011

http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=90077&Itemid=68

jueves, 9 de junio de 2011

El artista, ese desconocido: De cómo le conferimos nuestra voz desgarrada al artista en el México actual



Para pensar al artista contemporáneo, hace falta ubicarlo en un lugar más o menos intermedio de un esquema planteado por la historia social del arte. Dicho esquema recoge, por un lado, la postura del creador egresado de las escuelas de arte como un profesionista –no es lo mismo que un profesional—, que busca la ganancia económica, irremediablemente relacionada con el prestigio del que habla Z. Bauman en su estupendo estudio sobre la era líquida que vivimos.
Tal artista persigue ubicarse en el llamado mainstream, para exhibir sus facilidades manuales, y, en el camino, se convierte en un decorador que vende y se vende. En el otro extremo, se ubica el modus operandi del artista que crea por pura necesidad expresiva del ahogo que lo aqueja. Se trata, en este caso, del artista romántico que se entrega a su obra a pesar de sí mismo y no se interesa en la remuneración inmediata de lo que crea, sino en la autenticidad de su oficio y lenguaje.


Ese es el par de pulsiones que mueven al artista contemporáneo en su quehacer cotidiano; éste nada en un mar de deseos insatisfechos hasta que poco a poco va llegando a una isla cercana a cualquiera de los dos extremos que lo mantiene a flote.


Pero nosotros, los miembros de la sociedad, asombrados por la moral de guerra que vivimos, estamos tendiendo cada vez más a buscar el ideal romántico. Acaso el que más conocemos a partir del cine sea el retrato del “artista maldito” que vive al extremo y lo da todo por expresar los frutos de su (nuestra) hipersensibilidad torturada.


En este sentido, no deja de asombrarme la respuesta de la sociedad al infortunado caso sufrido por Juan Francisco Sicilia, porque el ánimo y la solidaridad que despertó en la gente tienen mucho que ver con los valores que vemos representados en su padre, el poeta y ahora activista, Javier Sicilia.


Resulta que su voz se ha convertido en la nuestra; sus dolidas palabras de padre martirizado son, asimismo, nuestros gritos de dolor. Sucede que el movimiento que hoy encabeza representa un anhelo común simple y atávico: es el deseo de la tranquilidad psíquica, la paz espiritual, acaso el principio de constancia del que hablaba Freud.
Recuerdo que otros casos similares, entre ellos el de Alejandro Martí, no despertaron la consciencia colectiva del mismo modo, y no dejo de pensar que esto no sólo se debe al hartazgo de la población, sino al papel que juega en nuestro imaginario la figura del poeta idealizado, el que siente con el corazón más puro, el que habla con las palabras más escogidas. No se trata, en el caso de Javier Sicilia, de una víctima más: se trata de un bardo, hermanado estrechamente al mago, al chamán en las sociedades antiguas.


No es mi intención hablar aquí del caso Agustín Bejarano, lo que quiero enfatizar es que la figura del artista ocupa hoy un lugar privilegiado y necesario en el imaginario colectivo. Del artista –no el de la farándula “estrellada”, por supuesto. Hemos venido a agarrarnos con el alma y los dientes, con el corazón y la razón, porque nuestras voces han enmudecido. Es al artista romántico al que estamos rescatando. Un dibujo publicado hace un par de días en Internet de la familia Bejarano es lo bastante elocuente al respecto, porque proyecta el anhelo de toda familia: poder sentarse en paz a la mesa, tomados de la mano.


Cuando pensamos en este sujeto que decide producir objetos de sabor personal que aparentemente nadie necesita, pensamos inmediatamente en términos de destino, de vocación y de talento; no obstante, en la época actual, el genio divino que para Alberti poseía al artista durante el acto creativo (el artista era comparado con Dios), ha vuelto a encumbrarlo. Fin.

Publicado Diario de Morelos 8 de junio de 2011
http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=89950&Itemid=68

miércoles, 1 de junio de 2011

Leonora, mi Leonora


Me entero de que falleció Leonora Carrington y una nube gris invade mi alma. “Se murió la que pintó torbellinos-pasión, la de las nubes bajo el techo, la del Minotauro a la mesa-- me digo--, se ha ido físicamente la amiga de Remedios Varo, ya no podrás soñar con entrevistarla. Se murió la última intérprete del surrealismo bretoniano, se lleva con ella la magia del Freud poeta. Ya no estará para contarnos cómo simbolizó sus ensoñaciones y como no se dejó ensombrecer por ni Frida, ni por nadie del círculo culto del México de mediados del siglo XX. Me consuela, sin embargo, el hecho de que el personaje creado por Elena Poniatowska, en su más reciente novela, no morirá nunca, esa Leonora vive en mí desde hace unas semanas y no exagero al decir que el decurso de su vida no-velada ha cambiado la mía para siempre”.
A ese brillante personaje creado por la escritora es al que me voy a referir en este espacio, porque desde que la leí (los seres humanos nos leemos como textos unos a otros), no he dejado de pensar en la importancia de conocer la vida del autor detrás de su obra. Resulta que la pintura es otra cuando se saborean las intensidades del amor-desamor, la pasión que implica la vocación artística y por supuesto la importancia de una vida vivida por diseño: la vida artística. Eso es dominio de la narración y la narración son palabras. La importancia de la palabra es hoy más evidente que nunca.
Creo que una de las cosas que más me gustó de esta novela biográfica es el respeto de la escritora por la locura (proceso creativo) al que se somete el artista, esa aflicción que reporta Rimbaud y que habla de un largo, inmenso y razonado desarreglo de nuestros sentidos: “Hay que buscar todas las formas del amor, del sufrimiento, de la locura, y agotar todos sus venenos para conservar sus quintaesencias; lograrlo es una tortura que él llama inefable y para la que se necesita una fuerza sobrehumana.” (Cfr. p. 68-69). Para hablar del aparato psíquico del loco hacen falta las metáforas porque lo que se siente es indescriptible; y tales estados del alma como también son poesía, sólo se intuyen.
Leonora, la mujer lunar, proyecta el ideal del pintor romántico, retrata una mística de trabajo que se ha perdido hoy en medio de tanta banalización. Ella personifica el polo opuesto del modus operandi del artista que hoy se profesionaliza buscando el acomodo en el mercado del arte, aquel que apuesta su integridad moral y termina siendo decorador.
En la novela de la Poniatowska, Leonora lo da todo por vivir intensamente. Se enamora de Max Ernst hasta enloquecer ambos en el sur de Francia: “Recargaban su cuerpo en el piso de piedra, en la cama de piedra, en los muros de piedra, el sol incendia sus vientres….Max es humildemente feliz y… Leonora se exalta, cree en sí misma, en la belleza de su cuerpo, es una yegua libre dentro de su pelaje…puede levitar”. A Max y a ella no les falta nada, soportan las miradas de los otros y no les interesa nada más que la vida de los sentidos vertida en dos: sus cuerpos y la pintura embarrada en la tela. Poco después aparecerán Peggy Guggenheim y Renato Leduc en las vidas de ambos y por azares del destino ella llegará a la calle de Artes, en la Colonia San Rafael, en México un país que sabe virgen. Aquí se hará amiga de Remedios Varo, Benjamín Peret, Katy Horna, Víctor Serge, Laurette Séjourné, Alice Rahon, Wolfgang Paalen, Gunther Gerzo y juntos abrirán un capítulo nuevo, místico, mágico, brujeril en la historia del arte mexicano.
Leonora Carrington nació en Inglaterra en el seno de una familia adinerada, se consideraba a sí misma una irreverente, una yegua desbocada. Su padre fue el motor que la definió como una opositora del stablishment, mientras que su madre, quien solapó sus locuras por estar desplazando las propias y su nana le imbuyeron el amor por la vida doméstica que la salvó de la locura permanente: “Mamá, entre más libre me siento, mejor pinto, hago progresos continuos gracias a esa inmensa fuerza que tengo dentro”.
Las memorias del tiempo que pasó encerrada en un hospital para insanos mentales en Santander, reportan no sólo el dolor del encierro y los tratamientos médicos criminales a los que se somete al que se le niega la escucha atenta y respetuosa; dichas memorias trasladan a las páginas de En Bas la triste realidad de quienes se convierten en meros pedazos de cerebro vistos al microscopio, en retazo con hueso, como lo pintara Manuel González Serrano, otro gran artista mexicano que sufrió como un San Sebastián en La Castañeda.

Hace unas semanas, me armé de valor y le hablé a la Señora Poniatowska para preguntarle más cosas sobre su libro, sobre la época que retrata, sobre sus lecturas sobre el tema. Le marqué con el libro todo subrayado en la mano para releerle varias de sus propias frases y felicitarla por el tamaño de su alma reportera. Ella, asustada ante tanta admiración sólo atinó a decirme gracias, gracias y gracias. La pregunta lógica que cerraba la conversación era ¿qué dice Leonora del libro?, y se la hice. La respuesta fue contundente y clara: “No lo sé. Ya está muy viejita. No sé si ya lo leyó o se lo leyeron.”
Me dio la impresión de que hacía tiempo que no se veían y eso me entristeció, sobre todo porque acababa de ver en internet una fotografía en la que aparecen juntas, del brazo de mi querido amigo Manuel Felguérez.
Corroboró con esta respuesta el hecho de que uno es el artista y otro el personaje en el que se convierte ante los ojos de los demás. De este desdoblamiento fantasmal habló muy bien Borges un día. Aparece en internet. Ω

Publicado Diario de Morelos 1 de junio de 2011
http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=88426&Itemid=68

viernes, 27 de mayo de 2011

Primer Salón de la Plástica Morelense: ¿una iniciativa con peso específico?


Me gustaría felicitar --antes que nada--, a la organizadora de esta colectiva, la escritora Graciela Salas por poner el ejemplo, por atreverse a romper una dinámica que ha afectado nuestra “culta” imagen ante el mundo, y muy en particular el ánimo de los agentes productores del arte, los llamados artistas. Me refiero, al hablar de esta falla, a la inexistencia de una política cultural que muestre fe en lo propio y se encargue de historiar lo que aquí se produce…parto de un breve análisis para preguntar ¿es esta muestra un parteaguas?
Como Miguel Salas Anzures, quien fuera director del Departamento de Artes Plásticas del INBA hace casi cincuenta años, su hija, la señora Salas decide preguntarse por la historia del arte local y poner el dedo en la llaga, incidir en esta falta de historia del arte local, no porque no exista, sino porque no se cuestiona y registra lo que se hace.
Es de este modo, como decide juntar a 18 artistas en un espacio vinculado con la cultura y la educación –el lugar es emblemático-- y a dicha muestra colectiva le da el nombre de “Primer Salón de la Plástica Morelense”, cosa que implica, no sólo la selección de los artistas que considera representativos de la plástica del estado porque cada uno ha logrado un currículum sólido, sino la selección de la obra que cree está representando, de alguna manera, la historia del arte de esta región, y eso, queridos amigos, es mucho decir.

Hacer cortes reflexivos, voltear a sopesar producciones de una manera seria, es una labor que se hace con frecuencia en los ámbitos académicos más prestigiados del mundo, no obstante, no es costumbre morelense cuestionarse cómo se piensa el arte aquí, por más que desde el CEMA y la facultad de artes de esta casa de estudios egresen cada año decenas de estudiantes formados como artistas profesionales. ¿Qué se le contesta a quien busca información sobre lo que aquí se ha producido en materia de arte en el siglo XX? ¿Acaso un salón como este puede convertirse en el primer capítulo de un texto serio sobre la el asunto?
Quiero pensar que sí, que esta voluntad de análisis y registro –porque esta muestra va a contar con un catálogo—, esta sumatoria de almas expresivas va a dar cuenta de intereses, sensibilidades, influencias, estilos y escuelas. Y creo, Graciela, que al instaurar tú la voluntad en quienes toman las decisiones sobre lo que se exhibe y promueve, al invitarlos a echarse el trompo a la uña con tal compromiso, has dado un paso crucial. Para nadie es novedad que las últimas muestras aquí colgadas dejaban mucho que desear en todos sentidos, empezando por el bajo presupuesto. Hoy, tú tomas en serio, como lo hiciera tu padre en su momento al fundar el Museo de Arte Moderno en México, el arte producido en un lugar en el que no sólo se retiran a vivir los artistas, sino en el que nacen día a día como tales.

En tu texto de sala hablas de palabras pintadas, de que la pintura habla y de que sin tal forma de discurso nos quedaríamos profundamente solos. Pues bien comienzo este breve análisis partiendo de tal paradigma para enfatizar la noción de unidad en la diversidad. ¿Qué los une? La terrible vocación expresiva, el gozo de la arte-factura. ¿Qué los separa? Todo.
Hay que entender, de entrada que una muestra como esta requiere respiros varios mientras se deambula por el reducido espacio en el que se montó. Debió ser muy difícil colgar tanto monólogo…, aquí hay gritos y calladas voces, poesía dicha al oído y textos atravesados por la pulsión del homenaje. Tantos estilos y propuestas conforman aquí un coloquio, que debe verse espaciadamente para que las voces no nos enloquezcan.

Yendo de lo figurativo a lo abstracto, los homenajes y las influencias del arte surgido de las vanguardias históricas se dejan sentir en las piezas de todos ellos. Si acaso un costumbrismo florido viene a darle un toque animoso al consenso general, que apuesta por el rompimiento con la tradición académica.
La muestra abre con el sintetismo de sabor brancussiano de Estela Ubando y cierra, en la sala negra, con una pieza de Xerxes Díaz que engalana el tiro visual del espacio alongado. Rojo sobre negro se convierten en este caso, en una propuesta acertadísima para la lectura de una modernísima sirena de lámina de fierro.
En el otro extremo, el lado izquierdo de la sala vista de frente, cuelgan dos fabulosos trabajos dedicados al hombre visto en su dimensión corporal; ambas recuerdan las composiciones monumentales de la escuela mexicana de pintura, en particular de algunos trabajos de Rodríguez Lozano por sus aspiraciones, una vocación que bien vista se desprende hasta los cuerpos que pintaba Miguel Ángel. El primero de estos cuerpos lo pintó Adriano Silva en tonos neutros y es una hermosa pieza compuesta en suavísimos y mil veces diversos blancos; el segundo, un hombre hincado, lo pintó Francisco Maza y lo adornó con ricos símbolos como acostumbra, ya que su obra es siempre el resultado de su extensa cultura. Ambas pinturas son ricas en texturas y gamas cromáticas.
A un lado de dichas piezas, las esculturas del maestro de maestros Antonio Castellanos, quien se destaca por su gran oficio, pero también por imprimirle sentido del humor al bronce. De Castellanos “El Gran Teatro de la Suprema Corta”, una pieza que habla del mundo socio-político que nos ha tocado vivir en el México pos-revolucionario, pero también una pieza que le rinde homenaje al cuento más breve escrito en lengua española, me refiero al de Monterroso sobre un dinosaurio que se distingue por su voluntad de permanencia, al mismo tiempo que homenajea a un colega mediante la cita de “El sueño”, escultura del colombiano-mexicano Rómulo Rozo que representa un indio que oculta el rostro entre las piernas flexionadas, como si reposara la borrachera.
Los drippings de Willy Ávila no sólo homenajean a Jackson Pollock, sino que de una manera muy inteligente hablan de la situación vivida en las fronteras del país. Por un lado el caos que vive el inmigrante (los colores chorreados), por el otro la estructura inamovible con la que se topan. Dos geometrías inconexas, dos situaciones de vida, que el autor logra esquematizar perfectamente.
Por su parte, Xolo Polo presenta un trabajo que merece ser visto y revisto porque le da al díptico de continuación un valor nuevo. De un lado, la figura pesa porque ocupa casi todo el espacio pictórico fondeado en verde ácido, del otro, la segunda tela recibe sólo al brazo estirado de la exasperada figura. Un mundo de nervios y músculos, que grita su existencia en esta pieza que logra dialogar, de algún modo con el expresionismo de Miriam Pérez.
Los trabajos de Fernando Silva, de sabor setentero por su propuesta vinculada con el geometrismo óptico, contrastan con el figurativismo de orden simbólico de Luis Miguel Valdés, artista de origen cubano avecindado en Cuernavaca, mientras que las representaciones dedicadas a la vida en la playa, del maestro Adolfo Mexiac --digno hijo de Gauguin—, vienen a recordar que en toda propuesta vanguardista hay algo de nostalgia.
Casi en el centro de la sala se destaca una oficiosa pieza del maestro del realismo Rafael Cauduro. En dicho trabajo que obedece a los afanes del realismo matérico, aparece el frente de una locomotora para recordarnos la historia del país, pero también la tragedia del ser humano atropellado por la vida.

Nada inocente, el título de esta colectiva queda pues, como un compromiso de los autores para con su propio quehacer porque están presentándose en un salón representativo del área cultural que los acoge, pero queda asimismo como un gran compromiso para los organizadores, quienes deberán convencer a esta comunidad tan vapuleada, de que un esfuerzo consistente y sostenido en materia de reflexión artística podría redundar en un espacio de encuentro y diálogo permanente. De que si todos --creadores-espectadores serios-- le echamos ganas, podríamos hablar con el tiempo de una escuela de pintura y de escultura morelense que le hiciera contrapeso a la oaxaqueña, o al centralismo defeño ¿por qué no? Ω
Publicado en el Diario de Morelos, 18 de mayo de 2011

http://www.diariodemorelos.com/index.php?option=com_content&task=view&id=87945&Itemid=68

sábado, 30 de abril de 2011

La pintura de cromos a principios del siglo XX en México: Guillermo Kahlo y Ana María Serrano Orozco, dos casos notables para la historia del arte.





Como reinas solitarias y mudas, muchas pinturas elaboradas a principios del siglo XX por autores aficionados permanecen en las casas mexicanas sin haber merecido hasta el momento, una reflexión sobre su papel como agentes conformadores de nuestra cultura visual. La historiografía del arte mexicano, centrada en los mitos fundadores del nacionalismo como sinónimo de identidad, se centró en el análisis de movimientos que reflejaran la paulatina modernización del país y por ello escasamente encontramos ensayos dedicados a la pintura que se elaboró fuera de la academia a principios de siglo, en los talleres que quiérase o no, también satisfacían una demanda de imágenes que, si bien cumplían esencialmente con una función decorativa, también formaron gusto y propiciaron un cúmulo de reflexiones estéticas cuya influencia puede seguirse hasta nuestros días. A tal grupo de obras pertenecen las que aquí se comentan.

1. “Rosas y botellas”, un cromo inspirador
Padres de artistas reconocidos y aficionados a la pintura ellos mismos, Guillermo Kahlo Kaufmann (1872-1941) y Ana María Serrano Orozco (1888-1950) , dejaron entre sus familiares algunas obras pictóricas realizadas en la primera mitad del siglo XX. Si bien éstas no forman acopio suficiente como para hablar de trayectorias artísticas en el campo de la pintura, sí se da el caso de que por su calidad y singularidad, dos de sus piezas nos llevan a hacer consideraciones de interés con respecto al complejo mundo artístico del naciente siglo XX.

Descritas a grosso modo, las dos pinturas a las que me referiré representan originales arreglos florales pensados para muro, siendo la de Guillermo Kahlo una acuarela sobre papel y la de Ana María Serrano Orozco un óleo sobre tela; se trata pues de dos piezas a primera vista casi idénticas.

La semejanza extrema de las dos obras hace suponer que se trata de copias de una cromolitografía --hasta el momento de autor no identificado, aunque de origen europeo— que circuló en hoja volante o inserta en un libro o revista, en las academias de arte o en las tiendas de materiales para artistas por aquellos días . Es importante aclarar que en la década de los treinta, cuando Kahlo pinta estas y otras obras , vivía y trabajaba como fotógrafo en la Ciudad de México, mientras que Serrano Orozco, tenía la intención de ordenarse monja y se disponía a realizar un viaje a Europa con motivo de la beatificación de Magdalena Sofía Barat, fundadora del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, institución capitalina en la que se había educado, y en la que probablemente tuvo los primeros contactos con el arte. Un año después contrajo matrimonio en la ciudad de Lagos de Moreno, Jalisco, y según narran sus familiares solía tener siempre dispuesto el caballete en su recámara ya que pintaba al óleo casullas y lienzos para el altar, además de que bordaba y tejía de manera regular .

1.1 Consideraciones sobre la copia como reproducción y como ejercicio académico.
La copia de la estampa europea (incluidos los diversos tipos de grabado en plancha de metal o madera) constituyó desde su aparición en América en el siglo XVI, uno de los recursos más socorridos para proveer de imágenes a la naciente comunidad novohispana, y desde su fundación en 1785, la antigua Academia de San Carlos (desde 1867, Escuela Nacional de Bellas Artes) adquirió obra —grabado, óleo, escultura— procedente de Europa, especialmente de la Academia de San Fernando de Madrid, para que los alumnos que ingresaran pudieran reproducir, aprender de esos originales europeos porque el canon estético de aquella época era ése.

Vistas como ejercicios académicos, las copias de estampas servían para entrenar el ojo y la mano con el fin de aprender el modelado y el oficio de la ilusión tridimensional en un solo plano. La copia como ejercicio se debía ejecutar siguiendo una escala gradual de dificultad, incluyendo la transcripción de la imagen por medio de retículas y a veces la proyección de objetos opacos sobre la superficie a pintar. Dicha práctica, respondía a la noción del arte como resultado del trabajo constante y del dibujo como la madre de todos los oficios . Para el mundo académico, el disegno interno, como también se le llamaba al dibujo, era un proceso mental trabajado a partir de conceptos, mientras que el color era considerado un hecho físico que radicaba en el ojo.

La copia de estampas predominó durante un largo período de la vida académica sobre la copia del natural y si el parecido logrado era plenamente satisfactorio, las obras copiadas gustaban igual que los originales pues el modelo europeo era imprescindible, como lo señalan los especialistas en el arte del momento . Incluso existen documentos que prueban repetidamente como la copia acuciosa de la estampa era motivo indiscutible de distinciones para las damas, quienes no fueron asiduas al ámbito académico hasta bien entrado el siglo XIX. Y se sabe también, que en el siglo XIX, las principales imprentas contaban con fondos de ilustración y que cuando el licenciado José Bernardo Couto estuvo al frente de la Academia (1852-1860), también encargó trabajos a los artistas europeos para que los mandaran a México y los mismos alumnos mexicanos que estudiaban en Europa tenían la consigna de traer obra de allá. En esta época llegaron al país cromolitografías de varia índole temática, ya que incluso quienes se formaban como litógrafos y grabadores en la academia , se dedicaban más a la copia que a la ilustración creativa, como Hipólito Salazar, quien por los 1840 ilustraba el “Semanario de las Señoritas Mexicanas” y otras publicaciones a las que solía ofrecer trabajos copiados o inspirados muy notoriamente en obras extranjeras. Así se formaron los amplísimos acervos de estampas, revistas y libros de la antigua Academia de San Carlos y el Archivo General de la Nación. Es importante subrayar que dichos acervos no se alimentaron exclusivamente con obras salidas de la academia: los talleres particulares y la obra de aficionados forma parte del cúmulo de imágenes elaboradas con el mismo espíritu de la época.

Avanzado el tiempo y más allá del ámbito académico, la compleja situación vivida a principios del siglo XX en el país, pinta un panorama dividido entre un ambiente artístico de avanzada que comenzaba a oficializarse (y que también era puesto en tela de juicio por ciertos grupos), los centros populares que seguían una línea oficial y el gusto conservador de la vieja clase acomodada que no alteró sus costumbres de manera inmediata --ejemplificado en la década de los treinta por Germán Gedovius y sus alumnas.

Las alumnas de dicho maestro ya fuera como aficionadas o tomándose la pintura como vocación de vida, decidieron abocarse a la representación costumbrista, el retrato y la llamada pintura de géneros. Habiéndose formado en una época prerrevolucionaria de relativa paz y en hogares católicos conservadores a ultranza, propusieron una pintura cimentada en el oficio y sin ánimos de trascender. Don Manuel Toussaint se refería al gusto del momento señalando que “Para esa época, México respiraba por la pintura española, y la novedad del arte de Gedovius, con su factura suelta, su dibujo atildado, sus interiores coloniales, sus retratos de rebuscado arreglo, tenían que cautivarnos por fuerza.”

Lo antes dicho demuestra cómo en aquellos días cabía perfectamente la copia de estampas o de pinturas seleccionadas de acuerdo al gusto clasicista-romántico imperante entre las clases acomodadas, herederas de una estética novocentista , misma que como pretende demostrar este breve ensayo, se descolgará todavía viva hasta entrado el siglo XX, según lo demuestran las pinturas de Guillermo Kahlo y Serrano Orozco. No olvidemos que durante el porfiriato, cuando ambos se formaron, se seguía privilegiando una estética europeizante, en ciertos momentos particularmente afrancesada, como medio de control y para simbolizar la supremacía militar y política de las grandes potencias y que dicha estética se difundió dentro y fuera de la academia y produjo cuantiosas piezas para consumo local básicamente.

Podemos suponer entonces, que dichos objetos simbolizaban origen social y moral, distinguían a una clase de otra y buscaban inmortalizar una estética que representara la belleza clásica frente a la amenaza del gusto proletario.

Lo anterior, nos ayuda a matizar la idea de una pintura posrevolucionaria predominante entre el gusto mayoritario, una pintura caracterizada por la búsqueda de un lenguaje nacionalista –mismo que había empezado a pregonarse como ideal a raíz de la Independencia y sobre todo en la época juarista, dando algunos frutos memorables, alabados por Felipe S. Gutiérrez e Ignacio M. Altamirano entre otros--, dado que las pinturas que aquí se comentan y muchas otras visibles en colecciones particulares que han pasado a la historia sin merecer comentarios de los especialistas, nos demuestran que conviviendo con los afanes revolucionarios y modernizadores pervivía una tradición clasicista a la que podemos seguirle los pasos aún en nuestros días. Dicho gusto se refleja en el refinamiento de las formas y las expresiones, un refinamiento que llevado hasta el grado límite, privaba sobre la expresión espontánea, como bien lo señaló en su momento el pintor Ángel Zárraga, anunciador del simbolismo importado de Europa que se dejaba ya sentir en México entre ciertos artistas.

Dado que ni Kahlo ni Serrano Orozco acudieron a las aulas de la Escuela Nacional de Bellas Artes, es fácil suponer que se mantenían al tanto en materia de técnicas y estilos por mediación de algunas amistades relacionadas con el mundo artístico --esto especialmente en el caso de Kahlo, fotógrafo profesional desde 1901 y suegro de Diego Rivera a partir de 1929--, ya que su proceder creativo responde al entrenamiento acostumbrado dentro y fuera de la academia, además de en los estudios particulares ubicados en muchas casas mexicanas, según narran algunos de los artistas formados en las aulas por aquellos días, quienes aprendían según los métodos de enseñanza de Germán Gedovius, Mateo Herrera, Leandro Izaguirre y Francisco de la Torre y estaban al tanto, por medio de algunas publicaciones de lo que se comentaba sobre el gusto del momento.

1.2 Más allá del ejercicio: la copia como imitación creativa
Está claro que existe una diferencia entre lo que llamamos oficio y placer de la arte-factura –entiéndase el gusto por el trazo sobre el papel, el trabajo manual— y lo que llamamos creación original, que viene a ser el resultado de la integración de la visión personal del artista, de su experiencia expresada traducida a formas al oficio que ya conoce. Por eso, no todo el que se lo propone puede ser artista, aunque su trabajo manual sea encomiable. Pero también sabemos que se necesita mucho trabajo –incluidos ejercicios como la copia--, para que la mente se apreste a dejar salir el material propio y valioso que todo ser lleva dentro. Cuando Rilke se dirige al joven poeta, sabe muy bien de qué habla, pues le aconseja estar atento a cada detalle de la vida cotidiana para poderse allegar material susceptible de ser transformado en asunto artístico.

Mucha gente piensa que una excesiva atención a los detalles técnicos, los que forman el oficio, interfiere con la libre expresión, no obstante, se ha demostrado que el conocimiento técnico basado en la experiencia resulta de enorme valor pues le ayuda a expresarse eficazmente y de manera más permanente.

Así, entendida como entrenamiento y en su capacidad de imitación y no de mera reproducción (lo cual implica un proceso mecánico y una identidad exacta), la copia creativa implica cierto nivel de invención, ya que el realizador que la lleva a cabo ha efectuado una lectura personal de la pieza y ha trabajado imprimiendo su propia personalidad por medio de la pincelada, variaciones en el color, etc. Finalmente, la copia no es una calca o un faccímil: quienes sólo piensan en el contenido de la obra, están descalificando un trabajo especializado que implica un talento especial.

En este sentido, no podemos descartar que el trabajo que nos ha llevado hasta aquí, pudiera haber sido parte del proceso formativo de un estilo; Kahlo y Serrano Orozco llevaron a cabo sus oficios a partir de la elección de un tema afín a sus personalidades, la contemplación activa que requiere cualquier trabajo manual y la experimentación del oficio. Y yendo más allá, podemos afirmar que cada uno copió a su estilo, ya sea porque eligieron o discriminaron detalles y prefirieron una técnica dada.

2. Las pinturas ante el juicio del espectador contemporáneo
Tomando en cuenta que hoy se considera que la obra de arte debe ser siempre innovadora o propositiva, única, original, diferente, motivadora de reflexiones profundas, una experiencia fuera de lo cotidiano y sobre todo representativa de un estilo personal e identificable, las piezas que se analizan han sido menospreciadas tanto por el mercado del arte como por los curadores de museos quienes las voltean a ver solamente como material de apoyo o meras curiosidades. El pintor de pasatiempo se siente acomplejado frente al creador que logra vivir decorosamente de su oficio; no obstante, el estudio de las corrientes marginales arroja una luz sobre los objetos decorativos, en este caso las pinturas de menores pretensiones-- y nuestras relaciones afectivas con ellos que vale la pena analizar porque completan un panorama que se siente cojo.

Hoy se llama cromo, de manera peyorativa, a cualquier imagen múltiple coloreada en exceso, de mal gusto o caracterizada por sentimentalismos ramplones, pero hubo una época muy larga en la que el cromo era considerado ejemplar, bello, elegante, valioso como representación.

Las dos pinturas de este capítulo son el resultado del aprendizaje de un método pictórico, de un proceso que formó gusto en una época y que originó un cierto número de pinturas muy similares entre sí, ya que no se buscaba el rompimiento con lo establecido por la academia, sino la continuidad visual ya aceptada por la burguesía adinerada.

Publicado Revista digital CENIDIAP
http://discursovisual.cenart.gob.mx/dvweb15/entorno/entnoval.htmSi estas piezas resultan menospreciadas desde el “ámbito culto”, son valoradas por la pluma que las firma o por su calidad de antigüedades, es porque no se ha sabido ver la información que hay más allá de su lectura formal.

Una historia social del arte que busque ser abarcadora y realista, incluiría las voces que la historia del gran arte ha dejado fuera; la consideración de estas pinturas como parte del imaginario del mexicano debe ser vista no como un anecdotario, sino como un capítulo necesario que hace falta completar con más investigación. Esto nos daría una luz sobre cómo se percibían algunos individuos a sí mismos y qué imágenes deseaban dar de sí. Ø

Publicado revista digital CENIDIAP
http://discursovisual.cenart.gob.mx/dvweb15/entorno/entnoval.htm