Como reinas solitarias y mudas, muchas pinturas elaboradas a principios del siglo XX por autores aficionados permanecen en las casas mexicanas sin haber merecido hasta el momento, una reflexión sobre su papel como agentes conformadores de nuestra cultura visual. La historiografía del arte mexicano, centrada en los mitos fundadores del nacionalismo como sinónimo de identidad, se centró en el análisis de movimientos que reflejaran la paulatina modernización del país y por ello escasamente encontramos ensayos dedicados a la pintura que se elaboró fuera de la academia a principios de siglo, en los talleres que quiérase o no, también satisfacían una demanda de imágenes que, si bien cumplían esencialmente con una función decorativa, también formaron gusto y propiciaron un cúmulo de reflexiones estéticas cuya influencia puede seguirse hasta nuestros días. A tal grupo de obras pertenecen las que aquí se comentan.
1. “Rosas y botellas”, un cromo inspirador
Padres de artistas reconocidos y aficionados a la pintura ellos mismos, Guillermo Kahlo Kaufmann (1872-1941) y Ana María Serrano Orozco (1888-1950) , dejaron entre sus familiares algunas obras pictóricas realizadas en la primera mitad del siglo XX. Si bien éstas no forman acopio suficiente como para hablar de trayectorias artísticas en el campo de la pintura, sí se da el caso de que por su calidad y singularidad, dos de sus piezas nos llevan a hacer consideraciones de interés con respecto al complejo mundo artístico del naciente siglo XX.
Descritas a grosso modo, las dos pinturas a las que me referiré representan originales arreglos florales pensados para muro, siendo la de Guillermo Kahlo una acuarela sobre papel y la de Ana María Serrano Orozco un óleo sobre tela; se trata pues de dos piezas a primera vista casi idénticas.
La semejanza extrema de las dos obras hace suponer que se trata de copias de una cromolitografía --hasta el momento de autor no identificado, aunque de origen europeo— que circuló en hoja volante o inserta en un libro o revista, en las academias de arte o en las tiendas de materiales para artistas por aquellos días . Es importante aclarar que en la década de los treinta, cuando Kahlo pinta estas y otras obras , vivía y trabajaba como fotógrafo en la Ciudad de México, mientras que Serrano Orozco, tenía la intención de ordenarse monja y se disponía a realizar un viaje a Europa con motivo de la beatificación de Magdalena Sofía Barat, fundadora del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, institución capitalina en la que se había educado, y en la que probablemente tuvo los primeros contactos con el arte. Un año después contrajo matrimonio en la ciudad de Lagos de Moreno, Jalisco, y según narran sus familiares solía tener siempre dispuesto el caballete en su recámara ya que pintaba al óleo casullas y lienzos para el altar, además de que bordaba y tejía de manera regular .
1.1 Consideraciones sobre la copia como reproducción y como ejercicio académico.
La copia de la estampa europea (incluidos los diversos tipos de grabado en plancha de metal o madera) constituyó desde su aparición en América en el siglo XVI, uno de los recursos más socorridos para proveer de imágenes a la naciente comunidad novohispana, y desde su fundación en 1785, la antigua Academia de San Carlos (desde 1867, Escuela Nacional de Bellas Artes) adquirió obra —grabado, óleo, escultura— procedente de Europa, especialmente de la Academia de San Fernando de Madrid, para que los alumnos que ingresaran pudieran reproducir, aprender de esos originales europeos porque el canon estético de aquella época era ése.
Vistas como ejercicios académicos, las copias de estampas servían para entrenar el ojo y la mano con el fin de aprender el modelado y el oficio de la ilusión tridimensional en un solo plano. La copia como ejercicio se debía ejecutar siguiendo una escala gradual de dificultad, incluyendo la transcripción de la imagen por medio de retículas y a veces la proyección de objetos opacos sobre la superficie a pintar. Dicha práctica, respondía a la noción del arte como resultado del trabajo constante y del dibujo como la madre de todos los oficios . Para el mundo académico, el disegno interno, como también se le llamaba al dibujo, era un proceso mental trabajado a partir de conceptos, mientras que el color era considerado un hecho físico que radicaba en el ojo.
La copia de estampas predominó durante un largo período de la vida académica sobre la copia del natural y si el parecido logrado era plenamente satisfactorio, las obras copiadas gustaban igual que los originales pues el modelo europeo era imprescindible, como lo señalan los especialistas en el arte del momento . Incluso existen documentos que prueban repetidamente como la copia acuciosa de la estampa era motivo indiscutible de distinciones para las damas, quienes no fueron asiduas al ámbito académico hasta bien entrado el siglo XIX. Y se sabe también, que en el siglo XIX, las principales imprentas contaban con fondos de ilustración y que cuando el licenciado José Bernardo Couto estuvo al frente de la Academia (1852-1860), también encargó trabajos a los artistas europeos para que los mandaran a México y los mismos alumnos mexicanos que estudiaban en Europa tenían la consigna de traer obra de allá. En esta época llegaron al país cromolitografías de varia índole temática, ya que incluso quienes se formaban como litógrafos y grabadores en la academia , se dedicaban más a la copia que a la ilustración creativa, como Hipólito Salazar, quien por los 1840 ilustraba el “Semanario de las Señoritas Mexicanas” y otras publicaciones a las que solía ofrecer trabajos copiados o inspirados muy notoriamente en obras extranjeras. Así se formaron los amplísimos acervos de estampas, revistas y libros de la antigua Academia de San Carlos y el Archivo General de la Nación. Es importante subrayar que dichos acervos no se alimentaron exclusivamente con obras salidas de la academia: los talleres particulares y la obra de aficionados forma parte del cúmulo de imágenes elaboradas con el mismo espíritu de la época.
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Avanzado el tiempo y más allá del ámbito académico, la compleja situación vivida a principios del siglo XX en el país, pinta un panorama dividido entre un ambiente artístico de avanzada que comenzaba a oficializarse (y que también era puesto en tela de juicio por ciertos grupos), los centros populares que seguían una línea oficial y el gusto conservador de la vieja clase acomodada que no alteró sus costumbres de manera inmediata --ejemplificado en la década de los treinta por Germán Gedovius y sus alumnas.
Las alumnas de dicho maestro ya fuera como aficionadas o tomándose la pintura como vocación de vida, decidieron abocarse a la representación costumbrista, el retrato y la llamada pintura de géneros. Habiéndose formado en una época prerrevolucionaria de relativa paz y en hogares católicos conservadores a ultranza, propusieron una pintura cimentada en el oficio y sin ánimos de trascender. Don Manuel Toussaint se refería al gusto del momento señalando que “Para esa época, México respiraba por la pintura española, y la novedad del arte de Gedovius, con su factura suelta, su dibujo atildado, sus interiores coloniales, sus retratos de rebuscado arreglo, tenían que cautivarnos por fuerza.”
Lo antes dicho demuestra cómo en aquellos días cabía perfectamente la copia de estampas o de pinturas seleccionadas de acuerdo al gusto clasicista-romántico imperante entre las clases acomodadas, herederas de una estética novocentista , misma que como pretende demostrar este breve ensayo, se descolgará todavía viva hasta entrado el siglo XX, según lo demuestran las pinturas de Guillermo Kahlo y Serrano Orozco. No olvidemos que durante el porfiriato, cuando ambos se formaron, se seguía privilegiando una estética europeizante, en ciertos momentos particularmente afrancesada, como medio de control y para simbolizar la supremacía militar y política de las grandes potencias y que dicha estética se difundió dentro y fuera de la academia y produjo cuantiosas piezas para consumo local básicamente.
Podemos suponer entonces, que dichos objetos simbolizaban origen social y moral, distinguían a una clase de otra y buscaban inmortalizar una estética que representara la belleza clásica frente a la amenaza del gusto proletario.
Lo anterior, nos ayuda a matizar la idea de una pintura posrevolucionaria predominante entre el gusto mayoritario, una pintura caracterizada por la búsqueda de un lenguaje nacionalista –mismo que había empezado a pregonarse como ideal a raíz de la Independencia y sobre todo en la época juarista, dando algunos frutos memorables, alabados por Felipe S. Gutiérrez e Ignacio M. Altamirano entre otros--, dado que las pinturas que aquí se comentan y muchas otras visibles en colecciones particulares que han pasado a la historia sin merecer comentarios de los especialistas, nos demuestran que conviviendo con los afanes revolucionarios y modernizadores pervivía una tradición clasicista a la que podemos seguirle los pasos aún en nuestros días. Dicho gusto se refleja en el refinamiento de las formas y las expresiones, un refinamiento que llevado hasta el grado límite, privaba sobre la expresión espontánea, como bien lo señaló en su momento el pintor Ángel Zárraga, anunciador del simbolismo importado de Europa que se dejaba ya sentir en México entre ciertos artistas.
Dado que ni Kahlo ni Serrano Orozco acudieron a las aulas de la Escuela Nacional de Bellas Artes, es fácil suponer que se mantenían al tanto en materia de técnicas y estilos por mediación de algunas amistades relacionadas con el mundo artístico --esto especialmente en el caso de Kahlo, fotógrafo profesional desde 1901 y suegro de Diego Rivera a partir de 1929--, ya que su proceder creativo responde al entrenamiento acostumbrado dentro y fuera de la academia, además de en los estudios particulares ubicados en muchas casas mexicanas, según narran algunos de los artistas formados en las aulas por aquellos días, quienes aprendían según los métodos de enseñanza de Germán Gedovius, Mateo Herrera, Leandro Izaguirre y Francisco de la Torre y estaban al tanto, por medio de algunas publicaciones de lo que se comentaba sobre el gusto del momento.
1.2 Más allá del ejercicio: la copia como imitación creativa
Está claro que existe una diferencia entre lo que llamamos oficio y placer de la arte-factura –entiéndase el gusto por el trazo sobre el papel, el trabajo manual— y lo que llamamos creación original, que viene a ser el resultado de la integración de la visión personal del artista, de su experiencia expresada traducida a formas al oficio que ya conoce. Por eso, no todo el que se lo propone puede ser artista, aunque su trabajo manual sea encomiable. Pero también sabemos que se necesita mucho trabajo –incluidos ejercicios como la copia--, para que la mente se apreste a dejar salir el material propio y valioso que todo ser lleva dentro. Cuando Rilke se dirige al joven poeta, sabe muy bien de qué habla, pues le aconseja estar atento a cada detalle de la vida cotidiana para poderse allegar material susceptible de ser transformado en asunto artístico.
Mucha gente piensa que una excesiva atención a los detalles técnicos, los que forman el oficio, interfiere con la libre expresión, no obstante, se ha demostrado que el conocimiento técnico basado en la experiencia resulta de enorme valor pues le ayuda a expresarse eficazmente y de manera más permanente.
Así, entendida como entrenamiento y en su capacidad de imitación y no de mera reproducción (lo cual implica un proceso mecánico y una identidad exacta), la copia creativa implica cierto nivel de invención, ya que el realizador que la lleva a cabo ha efectuado una lectura personal de la pieza y ha trabajado imprimiendo su propia personalidad por medio de la pincelada, variaciones en el color, etc. Finalmente, la copia no es una calca o un faccímil: quienes sólo piensan en el contenido de la obra, están descalificando un trabajo especializado que implica un talento especial.
En este sentido, no podemos descartar que el trabajo que nos ha llevado hasta aquí, pudiera haber sido parte del proceso formativo de un estilo; Kahlo y Serrano Orozco llevaron a cabo sus oficios a partir de la elección de un tema afín a sus personalidades, la contemplación activa que requiere cualquier trabajo manual y la experimentación del oficio. Y yendo más allá, podemos afirmar que cada uno copió a su estilo, ya sea porque eligieron o discriminaron detalles y prefirieron una técnica dada.
2. Las pinturas ante el juicio del espectador contemporáneo
Tomando en cuenta que hoy se considera que la obra de arte debe ser siempre innovadora o propositiva, única, original, diferente, motivadora de reflexiones profundas, una experiencia fuera de lo cotidiano y sobre todo representativa de un estilo personal e identificable, las piezas que se analizan han sido menospreciadas tanto por el mercado del arte como por los curadores de museos quienes las voltean a ver solamente como material de apoyo o meras curiosidades. El pintor de pasatiempo se siente acomplejado frente al creador que logra vivir decorosamente de su oficio; no obstante, el estudio de las corrientes marginales arroja una luz sobre los objetos decorativos, en este caso las pinturas de menores pretensiones-- y nuestras relaciones afectivas con ellos que vale la pena analizar porque completan un panorama que se siente cojo.
Hoy se llama cromo, de manera peyorativa, a cualquier imagen múltiple coloreada en exceso, de mal gusto o caracterizada por sentimentalismos ramplones, pero hubo una época muy larga en la que el cromo era considerado ejemplar, bello, elegante, valioso como representación.
Las dos pinturas de este capítulo son el resultado del aprendizaje de un método pictórico, de un proceso que formó gusto en una época y que originó un cierto número de pinturas muy similares entre sí, ya que no se buscaba el rompimiento con lo establecido por la academia, sino la continuidad visual ya aceptada por la burguesía adinerada.
Publicado Revista digital CENIDIAP
http://discursovisual.cenart.gob.mx/dvweb15/entorno/entnoval.htmSi estas piezas resultan menospreciadas desde el “ámbito culto”, son valoradas por la pluma que las firma o por su calidad de antigüedades, es porque no se ha sabido ver la información que hay más allá de su lectura formal.
Una historia social del arte que busque ser abarcadora y realista, incluiría las voces que la historia del gran arte ha dejado fuera; la consideración de estas pinturas como parte del imaginario del mexicano debe ser vista no como un anecdotario, sino como un capítulo necesario que hace falta completar con más investigación. Esto nos daría una luz sobre cómo se percibían algunos individuos a sí mismos y qué imágenes deseaban dar de sí. Ø
Publicado revista digital CENIDIAP
http://discursovisual.cenart.gob.mx/dvweb15/entorno/entnoval.htm