martes, 9 de agosto de 2016

Propuestas “clásicas” con tecnología de avanzada en los museos de Nueva York

Engalanadas con un público heterogéneo y de apariencia gozosa, las salas de los principales museos neoyorquinos nos invitan este verano a pensar el arte desde interesantes ángulos originados, todos ellos, en la competencia de los curadores por la mirada del público. Esta oferta además de incluir piezas de importantes colecciones de todo el mundo, ofrece lecturas filosóficas (la noción de belleza en el recién remodelado Cooper-Hewitt), formales, históricas, anecdóticas y hasta cinematográficas; pero a riesgo de ser categórica diré que se ven cada vez menos los abordajes que involucran la sexualidad humana y lo escatológico. ¿Significa esto que estamos volviendo en el mundo del arte a las experiencias estéticas "clásicas"? ¿Podemos decir que se está volviendo a la pintura, el grabado y la escultura como modos de expresión aptos para el gusto del gran público, en detrimento de las instalaciones? ¿Será el miedo a "épater le bourgeois" lo que mueve a los directores de esos grandes consorcios dedicados al comercio cultural?
En el Metropolitan Museum la muestra estrella está dedicada a la época helenística, partiendo de la ciudad de Pérgamo como núcleo temático, por haber sido un centro de producción de imágenes, desde el cual se distribuyeron muchas de las representaciones que hoy consideramos como los orígenes de la propaganda política. En este sentido, llaman más la atención los retratos naturalistas que los bustos de mármol que idealizan -como el retrato en bronce de un dignatario que incluye ojos de cristal y piedra de color, con pestañas de bronce y hasta arrugas en la piel-, sin embargo la exhibición se centra en la presentación de la escultura griega como base del modelo de belleza occidental al que estamos acostumbrados. En el MOMA los monotipos de Edgar Degas destacan el interés del francés en los cambios que podía hacerles a las imágenes, durante las diferentes pruebas de estado que ofrece como posibilidad el grabado artístico. La lectura de la muestra es técnica, especialmente cuando vemos "los paisajes", que son interesantes abstracciones, o cuando vemos una fotografía en la que aparecen Mallarmé, Renoir y el propio Degas reflejado en un espejo. Es decir, la misma deja de lado otras posibles lecturas sobre la modernidad.
En el Met Breuer, el nuevo museo de la cadena Metropolitan ubicado en lo que fuera la sede del Whitney (75 y Madison), la muestra que se está comentando más es la que presenta cerca de 200 piezas que no fueron terminadas por razones varias, entre ellas la muerte del artista o del retratado, además de cuestiones políticas o el desinterés del creador, posiblemente por habérsele presentado otro trabajo urgente. Recuerdo de esta colección de piezas casi nunca expuestas, porque los objetos a medio proceso no suelen interesarle más que a los expertos, el retrato que le hiciera Lucien Freud a su asistente David Dawson; un retrato de Olga Koklova de Picasso; una composición a base de números de Warhol y una Santa Bárbara de Van Dyck; todos ellos mostrando el dibujo base de la composición que quedó escasamente coloreada. Contrasta con esta apariencia evidentemente inconclusa, el siniestro trabajo de Marlene Dumas, cuya fascinación de siempre por lo "non finito" la lleva a representar a su pequeña hija no sólo como una pequeña pintora (las manos manchadas de azul y rojo), sino la figura completa, casi mimetizada, con el fondo claro y deslavado, todo a medio "construir". Sin embargo, son las esculturas de Janine Antoni las que representan un interés más moderno en el arte que no es estable en el tiempo. Se trata de dos autorretratos escultóricos, uno en chocolate y otro en jabón, que desgastó a base de lengüetazos o mediante el baño en tina de su propio cuerpo, para mostrarnos que las obras artísticas tienen una vida material que se va consumiendo.
En el nuevo Whitney, ubicado en el lower west side, un mejor y más amplio espacio dedicado al arte contemporáneo americano, se lucen este verano con una exhibición dedicada al retrato, montada con piezas de su propia colección en dos pisos. En la misma vemos abordajes tan íntimos como los de Joan Semmel o John Coplans -el detalle del cuerpo sin ropa agrandado al máximo-, pero a pesar de haberle dedicado un espacio de las salas al cuerpo desnudo, se siente que priva más el interés de los curadores en el "buen gusto" y lo icónico, pues están colgadas reconocidas piezas que destacan por ser de gran formato y por el realismo de los rostros de los representados (Cindy Sherman, Andy Warhol, Alice Neel y Chuck Close, entre otros). Algo parecido en términos de la fascinación que existe por el realismo, sucede con el enorme autorretrato del italiano Rudolf Stingel, quien "copia" -traduce de un medio a otro- una fotografía en blanco y negro, que le tomara su amigo Sam Samore.
¿Qué otra cosa me llamó la atención la semana pasada que tuve la fortuna de estar en esta meca contemporánea del arte? Desde luego, además de los trabajos a los que siempre acudo para volverme a enamorar de la Gran Manzana -Hopper, Wyeth, Demuth, Sheeler-, el hecho de que la tecnología aplicada a la difusión del arte está creando una nueva generación de espectadores, que terminan siendo creadores de su propia experiencia como "Museum Goers". ¿Por qué lo digo? Porque ya se puede llevar uno a casa su exposición particular (léase la ficha técnica y la imagen de las piezas que más le gustaron), gracias a que en algunos museos cuentan con dispositivos especiales que permiten guardar lo visto, para ser enviado más tarde a nuestros buzones electrónicos. Esto abre varias preguntas que iremos contestando. De momento alabo la parte que le permite al espectador apreciar la obra, en lugar de andar copiando cédulas, como piden muchos maestros mexicanos, a los pobres escolapios: terrible manera ésta de matar el amor al arte en cualquiera.


Por : Maria Helena Noval

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