1.Se avecina el Día de Muertos y con ello las
manifestaciones populares que le son propias. La tradición mexicana presenta el
fin de la vida desde un punto de vista jocoso, irreverente y colorido; a los
connacionales nos da por rodearnos de flores, veladoras, papel de china,
catrinas, calaveras, fruta, calabazas, pan de muerto y otras viandas que
vivifican. Todavía habemos muchos que distinguimos y defendemos lo nuestro
frente a lo gringo y eso está bien porque en lo general, el arte popular
construye la imagen con la que se identifica a México en el mundo. Pero
cuidado: esto no se da de manera automática, hay que preservarlo con voluntad.
2.Vivo cerca del pequeño panteón de Ocotepec y año con
año me detengo allí a ver el escenario efímero que de manera colectiva se
organiza desde tiempos inmemoriales. Allí la gente recuerda a sus seres
queridos mediante manifestaciones sensibles: decoración, iluminación, música,
comida, abrazos, llantos, risas y en particular el “cuerpo simulado”, es decir
la representación de un cuerpo yacente, utilizando ropa y calaveras de cartón o
azúcar, entre otros elementos.
Por este cúmulo de manifestaciones la UNESCO le otorgó el
año pasado a la comunidad ocotepequense un Certificado de Inscripción por ¨su
identidad cultural indígena dedicada a los muertos”, en la Lista Representativa
del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Fui testigo de la ceremonia mencionada y recuerdo que
quienes recibieron el reconocimiento por parte del gobierno prometieron
potenciar a nivel internacional los usos y costumbres de los pueblos
morelenses, pero nada se ha hecho al respecto y las tradiciones están decayendo
por esta y otras razones de peso.
Se observa con tristeza que cada año son menos las
personas que acuden al cementerio, menor la decoración, menor la voluntad de
pensar y vivir la muerte (¡qué paradoja, Dios mío!) porque no hay ánimo festivo
en la gente.
Las personas que tradicionalmente abrían las puertas de
sus casas para compartir comida y calor humano ya no lo hacen y ni siquiera se
compara la cantidad de flores de cempasúchil y “terciopelos” que se veían antes
por todos lados en el estado. En la carretera que va de Tepoztlán al cementerio
han ido desapareciendo esos atractivos altares efímeros constituidos por los
objetos montados en los puestos dispuestos para la venta.
Detrás de este desánimo colectivo por darle un sentido
menos trágico a la muerte, por aceptarla de buen ánimo, están la falta de
recursos para invertir en las festividades que antes nos brindaban
esparcimiento, el interés en otros asuntos, la falta de orgullo identitario y
muy señaladamente el miedo a la violencia, a la muerte vinculada directa e
insistentemente con los actos perpetrados por las organizaciones criminales. Es
decir, más allá del jolgorio, la idea de la muerte en México y en Morelos ha
venido entintándose de sangre y a estas alturas es innegable el hecho de que
hoy la pensamos vinculada con un miedo que no acaba nunca.
Por lo que respecta a Ocotepec, nótese que lo que se
pretende con el ritual del “cuerpo simulado” es visibilizar a los ya
desaparecidos y por tal motivo valga la asociación con el afán de
visibilización de las víctimas de la violencia presente en la literatura
mexicana contemporánea (arte popular y “arte culto” coinciden y recogen inquietudes
del alma. ¨Recordar” significa pasar otra vez por el corazón).
3.Se llevó a cabo la semana pasada, organizado por El
Colegio Nacional, el coloquio titulado “Pensar la Muerte” y del mismo surgen
reflexiones que apoyan la idea de que la misma se piensa hoy más en función de
lo real que de lo ritual (el IMRYT se hizo cargo del registro en video y los
resúmenes de las participaciones de los expertos aparecen en YouTube). Las
participaciones abordaron temas tan interesantes como la genética, la
literatura, la eutanasia y la pérdida de la memoria entendida como un tipo de
muerte, pero en esto de pensar la muerte como un asunto que duele, destacaron
el suicidio y la criminalidad.
Allí se dijo que México cuenta con un elevado índice de
personas que se quitan la vida (entre los 15 y los 29 años de edad), por lo que
urge buscar estrategias nacionales para este problema de salud pública y lo más
grave del asunto es que hoy se ve al país como una necrópolis, se ve al
territorio sembrado de cuerpos invisibilidados por la negligencia de las
autoridades responsables de la (in)seguridad. Ayotzinapa, Acteal y Tetelcingo
aparecen en el mapa de México por su vinculación con la tragedia. Llama la
atención que para contrarrestar estos males, se propuso el uso del lenguaje porque
éste señala, nombra y deja huella sensible. Por lo mismo se habló del
periodismo como una profesión muy loable por el peligro que implica la
denuncia.
4.Finalmente, querido lector y lectora, queda decir que
nada de lo anterior tiene que ver con lo personal. Quienes nos hemos visto
afectados por la muerte de un hijo experimentamos una vivencia que se regenera
cada día, una agonía infinita que duele como si fuera nueva, como si fuera un
terrible acto perpetrado contra el universo. Lo peor es que no hay nada que
hacer, más que seguir viviendo. Pero ese es otro cantar. FIN
1.Se avecina el Día de Muertos y con ello las
manifestaciones populares que le son propias. La tradición mexicana presenta el
fin de la vida desde un punto de vista jocoso, irreverente y colorido; a los
connacionales nos da por rodearnos de flores, veladoras, papel de china,
catrinas, calaveras, fruta, calabazas, pan de muerto y otras viandas que
vivifican. Todavía habemos muchos que distinguimos y defendemos lo nuestro
frente a lo gringo y eso está bien porque en lo general, el arte popular
construye la imagen con la que se identifica a México en el mundo. Pero
cuidado: esto no se da de manera automática, hay que preservarlo con voluntad.
2.Vivo cerca del pequeño panteón de Ocotepec y año con
año me detengo allí a ver el escenario efímero que de manera colectiva se
organiza desde tiempos inmemoriales. Allí la gente recuerda a sus seres
queridos mediante manifestaciones sensibles: decoración, iluminación, música,
comida, abrazos, llantos, risas y en particular el “cuerpo simulado”, es decir
la representación de un cuerpo yacente, utilizando ropa y calaveras de cartón o
azúcar, entre otros elementos.
Por este cúmulo de manifestaciones la UNESCO le otorgó el
año pasado a la comunidad ocotepequense un Certificado de Inscripción por ¨su
identidad cultural indígena dedicada a los muertos”, en la Lista Representativa
del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Fui testigo de la ceremonia mencionada y recuerdo que
quienes recibieron el reconocimiento por parte del gobierno prometieron
potenciar a nivel internacional los usos y costumbres de los pueblos
morelenses, pero nada se ha hecho al respecto y las tradiciones están decayendo
por esta y otras razones de peso.
Se observa con tristeza que cada año son menos las
personas que acuden al cementerio, menor la decoración, menor la voluntad de
pensar y vivir la muerte (¡qué paradoja, Dios mío!) porque no hay ánimo festivo
en la gente.
Las personas que tradicionalmente abrían las puertas de
sus casas para compartir comida y calor humano ya no lo hacen y ni siquiera se
compara la cantidad de flores de cempasúchil y “terciopelos” que se veían antes
por todos lados en el estado. En la carretera que va de Tepoztlán al cementerio
han ido desapareciendo esos atractivos altares efímeros constituidos por los
objetos montados en los puestos dispuestos para la venta.
Detrás de este desánimo colectivo por darle un sentido
menos trágico a la muerte, por aceptarla de buen ánimo, están la falta de
recursos para invertir en las festividades que antes nos brindaban
esparcimiento, el interés en otros asuntos, la falta de orgullo identitario y
muy señaladamente el miedo a la violencia, a la muerte vinculada directa e
insistentemente con los actos perpetrados por las organizaciones criminales. Es
decir, más allá del jolgorio, la idea de la muerte en México y en Morelos ha
venido entintándose de sangre y a estas alturas es innegable el hecho de que
hoy la pensamos vinculada con un miedo que no acaba nunca.
Por lo que respecta a Ocotepec, nótese que lo que se
pretende con el ritual del “cuerpo simulado” es visibilizar a los ya
desaparecidos y por tal motivo valga la asociación con el afán de
visibilización de las víctimas de la violencia presente en la literatura
mexicana contemporánea (arte popular y “arte culto” coinciden y recogen
inquietudes del alma. ¨Recordar” significa pasar otra vez por el corazón).
3.Se llevó a cabo la semana pasada, organizado por El
Colegio Nacional, el coloquio titulado “Pensar la Muerte” y del mismo surgen
reflexiones que apoyan la idea de que la misma se piensa hoy más en función de
lo real que de lo ritual (el IMRYT se hizo cargo del registro en video y los
resúmenes de las participaciones de los expertos aparecen en YouTube). Las
participaciones abordaron temas tan interesantes como la genética, la
literatura, la eutanasia y la pérdida de la memoria entendida como un tipo de
muerte, pero en esto de pensar la muerte como un asunto que duele, destacaron
el suicidio y la criminalidad.
Allí se dijo que México cuenta con un elevado índice de
personas que se quitan la vida (entre los 15 y los 29 años de edad), por lo que
urge buscar estrategias nacionales para este problema de salud pública y lo más
grave del asunto es que hoy se ve al país como una necrópolis, se ve al
territorio sembrado de cuerpos invisibilidados por la negligencia de las
autoridades responsables de la (in)seguridad. Ayotzinapa, Acteal y Tetelcingo
aparecen en el mapa de México por su vinculación con la tragedia. Llama la
atención que para contrarrestar estos males, se propuso el uso del lenguaje
porque éste señala, nombra y deja huella sensible. Por lo mismo se habló del
periodismo como una profesión muy loable por el peligro que implica la
denuncia.
4.Finalmente, querido lector y lectora, queda decir que
nada de lo anterior tiene que ver con lo personal. Quienes nos hemos visto
afectados por la muerte de un hijo experimentamos una vivencia que se regenera
cada día, una agonía infinita que duele como si fuera nueva, como si fuera un terrible
acto perpetrado contra el universo. Lo peor es que no hay nada que hacer, más
que seguir viviendo. Pero ese es otro cantar. FIN
Por: María Helena Noval