1.Se inauguró este sábado una exposición que rinde homenaje a la Dra. Teresa del Conde (CDMX, 1935-2017) en el importantísimo Museo de Arte Moderno, recinto que fuera dirigido durante casi 13 años por ella. Tratándose de un acopio que busca ilustrar la interpretación psicoanalítica del arte, especialidad de la académica, podríamos prever un reducido impacto en términos de visitantes, no obstante, la calidad de las piezas seleccionadas del acervo del propio MAM, además de las solicitadas a algunos coleccionistas particulares justifican la visita, teniendo siempre en mente la idea de que las potencialidades interpretativas del arte van más allá de las propuestas por el curador Carlos Molina.
Maestra de una generación de críticos de arte, Teresa del Conde nos dejó a los amantes de esta actividad un nutrido cuerpo de textos publicados durante más de 30 años en sus columnas del Unomásuno y La Jornada y en los libros que publicó como resultado de sus múltiples investigaciones. Señeros resultan los dedicados a temas como el sueño, la fatasía, el erotismo y la alienación, propios del psicoanálisis freudiano. Destaca asimismo el que escribiera con el también académico Jorge Alberto Manrique, gran amigo suyo, dedicado a las memorias de Inés Amor, primera galerista importante del país.
2.Por mi parte me confieso admiradora y lectora durante años de sus textos. Claro que ella y Raquel Tibol nos servían de modelo para pensar el arte más allá del asunto técnico, o la inclusión en estilos, a quienes estudiamos arte en las décadas de los 80. No olvidemos aquella época del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, al que acudíamos a investigar, pensando en encontrarnos con esos enormes personajes que sostenían sus convicciones a capa y espada, que leían crítica de arte internacional (ella se carteó con el mismísimo Gombrich) y podían citar a sus antecesores con fluidez.
Los historiadores del arte de mi generación considerábamos la crítica como una actividad prestigiada y apreciada por los directores de medios escritos y electrónicos y sabíamos que la gente acudía al experto en arte sabiendo que su cultura artística respondía a un compromiso serio con el estudio.
Platicábamos durante la inauguración con su hija Laura y con Dulce María de Alvarado, quien fuera su mano derecha en el museo, que si bien Teresa del Conde y esa otra “monstruo” de la crítica de arte que fue Doña Raquel Tibol no coincidían a veces en sus apreciaciones, sí se respetaban porque se sabían súper responsables de lo que decían. Por cierto, no deje de ver la fotografía de ellas juntas en la muestra.
3.Con tristeza coincidimos con el coleccionista Andrés Blaisten, en que la crítica de arte no existe ya, que la que se publica en el contexto de las exposiciones de galerías tiene un fin comercial y nos preguntábamos qué vamos a hacer sin esos enormes y por qué no decirlo, temerarios personajes. ¿Será que las cosas den una vuelta de campana y de pronto la gente se interese en leer crítica de arte otra vez, como en la época de Jorge Juan Crespo de la Serna, Luis Cardoza y Aragón, Alaíde Foppa, Manuel Toussaint, quienes la antecedieron?
De los alumnos de la Dra., en los seminarios de la UNAM identifico a Luis Rius Caso, quien por cierto acaba de publicar una estupenda novela sobre el exilio español en México. Ojalá entre sus compañeros hubiera alguien que abriera un espacio de reflexión continua sobre los productos del inconsciente, aunque como sabemos por ella elucidarlo es imposible.
4.Cuando al final del recorrido me detuve en uno de los núcleos temáticos intermedios de la muestra me topé con una pasión que me persigue: la dedicada a la mirada. Tengo que regresar al MAM. Y también le diré al curador que le faltó incluir al jalisciense Manuel González Serrano en su listado de obra, porque fue uno de los artistas preferidos de la inolvidable Dra. Teresa del Conde. FIN.
María helena gonzález
helenagonzalezcultura@gmail.com
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