Con broche de oro cerró este
viernes la Cátedra Rosario Castellanos organizada por la Dirección de Difusión
Cultural de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, con la conferencia
magistral de la escritora Premio Cervantes Elena Poniatowska, quien hizo gala
de su maestría discursiva, interesante, lúcida, amena, y compartió con un
público predominantemente joven sus apreciaciones sobre la vida y la obra de la
escritora mexicana Rosario Castellanos (25 de mayo de 1925-7 de agosto de
1974), a quien, sin ambages, calificó como “la escritora mexicana más importante, más completa, luego de Sor
Juana Inés de la
Cruz”.
Polígrafa, editorialista del “Excélsior decente: el de
Julio Schérer”, maestra amada, ícono, valiosa en sí misma y no por los papeles
que le endilgaron (“esposita santa”, “funcionaria patriota”, “mujer ejemplar”).
Hizo literatura con los sucesos de su vida diaria, escribió novelas autobiográficas que reflejan
su vida en Chiapas, el amor por su tierra y la traición a los suyos, pues habiendo
nacido blanca, hija de los amos, se alió a los más pequeños, “se descastó”;
su nana chamula le descubrió la tierra marcándola con un sello indeleble. En
torno al conflicto entre los amos y los esclavos, los amados y los rechazados
giró su obra, “flor en
medio de abrojos”, “vanguardista entre un pueblo de mojigatos”.
Poniatowska compara a Rosario con
la protagonista de la novela Balún Canán (FCE, 1958, Premio Chiapas), que no
existe, que no vale porque no tiene nombre (¿por qué hizo esto?, se pregunta la
ponente). Esa fue la lucha –dice– de la autora: tener un nombre, cobrar
existencia: “mi
máximo es definir mi nombre plasmado en mis letras”. En su obra quizo dar
nombre, rostro y significado a quienes no lo tienen. Las indígenas sin nombre
son multitud y son una sola, desde su miseria. La nana al igual que Catalina
Díaz Puijol lanzará su grito de rebeldía, sonará como el arpa chiapaneca que
Rosario tenía en su sala de Constituyentes y que aunque no sabía tocar tanto
apreciaba. Como el guiñol petul, arma eficaz para dialogar con los niños indígenas
y enseñarles higiene, contrarrestar la rocola, la cocacola, las tiendas de raya…
Durante su discurso Elena
Poniatowska entrevera versos de Rosario con sus palabras. No hubo ningún
escritor tan abandonado, tan rechazado como ella. De todas las escritoras
mexivanas, fue ella la que no se preocupó por su prestigio, fue una mujer de
palabras, siempre autocríticas, provenientes de la herencia de la escritora
chiapaneca que murió el 7 de junio 1975 [sic]. Para hablar de esto hubieran
invitado a Juan Bañuelos…
Fue una de las mejores maestras, su
voz sonaba como una campana que despertaba a sus alumnos y los hacía reír con
su extraordinario sentido del humor. Ante la violenta salida del doctor Ignacio
Chávez de la rectoría de la UNAM, sobrevino un periodo de zozobra e incluso intentó
suicidarse, pero durante esos años cruciales publicó 14 libros, de prosa,
ensayo, poesía… Ya desde el engranaje oficial, como embajadora en Tel Aviv,
gritó por las mujeres y lo hizo muy enojada tratando de dilucidar qué significa
ser mujer y ser mexicana. Vivió en una sociedad que no la merecía. Octavio Paz y
Carlos Fuentes no fueron generosos con ella; Revueltas y Rulfo sí, pero en
realidad no la amaban, lo cual no fue un impedimento para ella en ningún
momento, pues ella perteneció a la estirpe de su paisano Belisario Domínguez, quien
regresó de París a atender y entender a sus hermanos. Como esas jóvenes
chiapanecas –concluye la escritora y periodista– de rostros redondos y cuerpos
de cantarito, Rosario Castellanos sigue siendo “la niña indígena”, la que tejió
su destino en un telar que ella no escogió, pero en el que urdió su gran obra,
con la que siempre, desde un principio, estuvo comprometida, llevándola a los
niveles más altos de la gran literatura.
Concluyó esta magna conferencia
con un público enardecido que ovacionó de pie a la maestra Elena Poniatowska y,
a través de su excelente discurso, a la escritora Rosario Castellanos, protagonista
de este merecido homenaje.