1.
Nacido en el Renacimiento, de origen más flamenco que italiano, el retrato pintado de fondo neutro, de tres cuartos o de frente, cortado por debajo de los hombros, nos ha venido acostumbrado a mirar a los personajes captados por el ojo de acuerdo a una tradición que equipara fisonomía, rasgos físicos o aspecto con identidad. De esta tradición retratística nació una industria del retrato individual que se ha ido complicando en función de la tecnología. Al inventarse la fotografía, los retratos se tornaron parte de la cultura de la identidad y hoy en día esta complejidad ha tomado visos inesperados por el invento de herramientas como el photoshop y la necesidad de la edición de la imagen que propone la fotografía comercial que idealiza.
Dicho de manera más sencilla, nacido para satisfacer una necesidad burguesa, el retrato individual ha pasado a formar parte de la iconósfera (mundo de imágenes) de una manera un tanto perversa: creemos en la identidad de los cientos de retratados que vemos cotidianamente porque se parecen al de carne y hueso, pero también desconfiamos de tal identidad porque el cuerpo hoy se modifica a voluntad y más se modifica su imagen.
Entre las consideraciones que tomamos en cuenta cuando “leemos rostros”, entra el tipo físico relacionado con la clase social de las personas y el gesto del retratado; además tomamos en cuenta de manera instantánea y casi inconsciente la intención de romper convenciones por parte del retratista que busca cumplir con el medio que difunde la imagen, o precisamente lo contrario: la intención de comparar dos imágenes para dar fe de que se trata de la misma persona. Es decir, detrás de la manera de presentar las imágenes están las intenciones que inciden en nuestro juicio.
2.
Todo esto viene a cuento porque me parece muy interesante el discurso que se ha generado en torno a los retratos de Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, a quien se capturó la semana pasada en Mazatlán y de quien no se ha dejado de hablar, no sólo porque en términos políticos fortalece al partido en el que milita el presidente Enrique Peña Nieto, sino porque en términos mediáticos y de proyección internacional, nuestro país recupera cierta credibilidad por cuanto respecta al cumplimiento de la ley.
Se dijo en las páginas de DDM el lunes (página 11, primera sección) --como se ha dicho en otros medios--, que el personaje en cuestión se hizo cirugía facial en los ojos (blefaroplastia), se adelgazó las cejas, modificó el contorno de su rostro por medio de lipoescultura, lipopapada e inyecciones de ácido hialurónico y cambió su corte de pelo. No obstante, no se abunda en aspectos como la mirada, el gesto, o de qué manera los expertos psicólogos llegan a la conclusión de que se trata de un psicópata.
Habría que recordar que Johann Kaspar Lavater, el pastor protestante del siglo XVIII que escribió sobre las relaciones, para él evidentes entre la fisonomía y el carácter de las personas sentó las bases para la famosa frenología de Franz Joseph Gall, aquella rama de la criminalística que midió cráneos buscando el germen de la mente asesina a principios del siglo XIX. En esas mediciones entraba la forma de la cabeza, las protuberancias óseas, las proporciones de la frente, orejas, ojos, etc. Valga decir que dicha ciencia nunca llegó al grado de posicionarse como una herramienta científica fue desacreditándose, hasta quedar más como una curiosidad también relacionada con la antropología criminalística de César Lombroso.
Lo cierto es que hoy contamos en el mundo con registros más precisos que el retrato para dar cuenta de la filiación de las personas. Las huellas dactilares, el escáner de pupila, el registro de la voz y por supuesto el DNA son algunos de los datos proporcionados por la tecnología de punta en los que más confiamos actualmente. Resulta que la mirada nos engaña, y continuamente comprobamos que “el león no es como lo pintan”.
3.
De acuerdo con lo señalado, los rasgos de trastornos antisociales de personalidad del Chapo tendrían que ver con su falta de empatía ante los sentimientos y emociones de los demás, su tendencia a decir mentiras y a manipular a la gente, su propensión a matar y a vivir en la periferia de la sociedad.
Siendo realistas, hay que admitir que si nos hubiéramos topado con él en la calle, antes de nos dieran a conocer sus “aficiones” no habríamos podido identificarlo como un maleante peligroso. Por otro lado, estamos tan acostumbrados a ver las caracterizaciones y maquillaje de los actores en la TV, que nos hemos formado un catálogo de lugares comunes de los rostros de los villanos que entorpece la identificación.
Lo cierto y lo que más asusta, es que cotidianamente vemos los rostros de asesinos, secuestradores y maleantes en los medios de comunicación, sin que ningún método visual o estrategia analítica nos hubiera permitido identificarlos en la calle antes de cometer tan espantosos delitos. Tal parece que estamos a merced de una maldad sin rostro y eso nos pone muy nerviosos y muy mal.
La captura de este personaje tan perseguido por el mundo entero constituye ciertamente un golpe que viene a demostrarnos que lo que vemos no necesariamente tiene que ver con la realidad, que nuestra mirada no es tan perceptiva como creemos y sobre todo, que los ojos no son el espejo del alma de la gente. Ω
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