jueves, 28 de abril de 2011
Emiliano Zapata y su proyección histórica entre los morelenses
Llama la atención que sin obedecer a una campaña mercadológica o a una franca estrategia política, la figura de Emiliano Zapata Salazar (1879-1919) se haya venido posicionando en el mundo entero como un producto cultural que satisface necesidades expresivas y comunicativas de diversas índoles. No es difícil encontrar representaciones del rostro de Emiliano Zapata en los cinco continentes y creo que tanto por la cantidad de las mismas, como por sus diferentes abordajes, la lectura de la imagen del héroe debe ir más allá de contexto marcado por el mito surgido hace casi cien años. A esto me he venido dedicando los últimos tiempos con un estado de ánimo que va de la sorpresa al regocijo máximo, he de decirlo sin pena. Lo que me interesa destacar en esta colaboración, es la manera en la que el sujeto contemporáneo asimila y consume los relatos históricos y resignifica los símbolos. Parto del caso muy particular de los “zapatas” creados en el estado de Morelos, dado que han adquirido la connotación de símbolos doblemente identitarios: Zapata nació en Morelos, aquí se firmó el Plan de Ayala, sí, pero aquí también surgieron algunas de sus representaciones más Esta idea de que “aquí surgió lo más memorable, lo más enorgullecedor de la Revolución Mexicana” llama la atención además, porque lleva a pensar en un uso de la imagen zapatista que extiende sus tentáculos hasta los tendajones: ya existe una “Cerveza Zapata” y esta imagen que vende y vende bien, engalana restaurantes y bares, además de que, podemos encontrarnos al héroe como suvenir fácilmente y no sólo me refiero a las reproducciones fotográficas que se expenden en varios sitios --entre ellos los museos dedicados a su culto--, sino también a otro tipo de objetos como pueden ser aretes, ropa, bolsos, estampas, cajitas, etc. Por supuesto que si los entrecomillados le motivan reflexiones más agudas, querido lector, y quiere nos sentemos a platicar en cómo los morelenses nos apropiamos de las imágenes y las reciclamos, estoy a sus órdenes en este email: helenanoval@yahoo.com.mx
Iconografía Zapatista
Las artes visuales son generosas en imágenes dedicadas a la lucha armada que se dio a principios del siglo XX en nuestro país. La fotografía, como medio de reproducción mecánica del entorno y por ende de la realidad social experimentada, se encarga de mostrarnos a Zapata como un individuo y como parte de una colectividad que se distingue del resto de los habitués de los medios impresos del momento, por su tipo físico y por su vestimenta. Tales características, irán conformándose con el tiempo, en símbolos de autonomía, de fuerza, de honorabilidad y de autenticidad, por decir lo más destacable.
De entre las imágenes de cuerpo completo del nacido en Anenecuilco, destaca el retrato atribuido al fotógrafo de origen alemán Hugo Brehme (1882-1954) probablemente en 1911. En el mismo, Zapata aparece frente a una escalera, en el antiguo Hotel Moctezuma, ubicado en el centro de esta ciudad capital. Por haber sido multirreproducida en diversos soportes y por medio de diversas técnicas, dicha imagen destaca de entre las más conocidas.
En dicha fotografía revelada en blanco y negro, Zapata posa portando espada, rifle y cananas, con una banda tricolor al pecho, vestido de charro. La lectura de la imagen nos lleva a pensar de inmediato tanto en un hombre de armas, como en un hombre de origen rural. Las ideas de lo auténtico, los movimientos sociales como procesos históricos progresistas y el orden natural de las cosas (justicia) acuden a nuestra mente fácilmente, pero hay que recordar que en aquellos días la imagen zapatista causó mucho escozor entre la gente que veía el levantamiento armado como la posibilidad de la muerte y el dolor inminente. Al respecto basta recordar que José Guadalupe Posada reprodujo esta fotografía por medio de un grabado que convirtió en una hoja volante y en ella se hablaba muy mal del héroe (La jeringa de Zapata).
De esta y otras fotografías de Zapata, cabe destacar asimismo, la consciencia que parece tener él de su devenir como personaje histórico: posa con ciertos atributos simbólicos (se dice que se los prestó Manuel Asúnsolo) y se sabe importante, se prefigura así la idea del héroe que hoy es común entre nosotros.
Dicha imagen ha sido relacionada con la del ejecutivo nacional, pues así posa el presidente electo cuando toma posesión del máximo cargo que el voto popular puede conferir.
Esta fotografía ha servido como motivo de inspiración de algunas pinturas famosas, entre ellas un fragmento del mural que pintara Diego Rivera en el Palacio de Cortés, apenas iniciada la década de los 30. En dicho fragmento, el Zapata tricolor queda debajo del lema “Tierra y Libertad”, a su lado, una mujer reclinada representa la idea de la tierra.
Me referiré ahora a la parte del mural que lo presenta vestido de manta, porque además de ser muy conocida en el mundo, dicha pintura al fresco habla de las intenciones del pintor con respecto a su mitología particular.
Recién casado con Frida, Rivera decide pasar unos días paradisiacos en Cuernavaca en su compañía; invitados por el platero William Spratling, se quedan en casa del embajador Morrow y una vez que decide aceptar la encomienda de pintar un mural de tema libre, se prepara para pintar la epopeya de la nación, la historia gloriosa de su país. Esta será la época en la que pinta también los murales de Palacio Nacional.
Además de que el muro al que nos referimos coincide con la orientación de Anenecuilco, lugar de nacimiento de Zapata, asombra la creación de un espacio pictórico en el que encontramos por lo menos dos lecturas particulares de la historia.
Por una parte aparece representada la idea que Rivera tenía de la Revolución Mexicana como un movimiento exitoso y terminado. Zapata pisa con el pie izquierdo al español cuyos descendientes son los hacendados, quienes lo despojaron a él y su pueblo de sus tierras; con la mano de ese mismo lado domina a un hermoso caballo blanco que recuerda los pintados por Paolo Uccello, y en la otra porta la hoz del comunismo, sistema en el que, como sabemos creía como una posibilidad salvadora de la humanidad.
Por otro lado, en el mismo mural, Zapata vestido de manta (cosa que no acostumbraba), viene a ser también el indígena que vence al conquistador español, y si viste así y no a la manera prehispánica no es porque Rivera desconociera los usos y las costumbres de la antigüedad, es debido a que quiso demostrar que el indigenismo, la raíz, la sangre y la raza pervivían en la entraña del campesino morelense.
…
La pintura morelense comprende un gran número de obras en las que el muerto en Chinameca, en 1919, aparece retratado a partir de copias de las escasas fotografías que existen en primeros planos de su figura. Lo interesante es que Zapata, para los creadores locales, constituye, además, de una extensión de la identidad local, un motivo de identificación personal porque hay quienes se han destacado como especialistas en el tema, pintores de “zapatas”. Casos notables son los de los pintores Xolo Polo, Pedro Zamora y José Iturbe.
Ya convertido en un símbolo –que nunca será fijo porque la historia, como discurso, está hecha de subjetividades--, a Zapata le es dado habitar un universo completo de pinturas diversas creadas por artistas contemporáneos, entre ellos Arnold Belkin, quien ve al héroe como el motor de la historia.
Los “zapatas” del canadiense-mexicano Belkin, reconstruyen por medio de geometrismos, la famosísima imagen atribuida a Hugo Brehme y al mismo tiempo le devuelven el cuerpo al héroe que la sociedad le arrebató. La fotografía tomada en 1914, por Agustín Víctor Casasola, en la que se ve a Zapata sentado al lado de Pancho Villa, en Palacio Nacional, le sirve como inspiración al pintor para crear su propia versión del memorable momento en el que ambos revolucionarios se encuentran. A ambos los pinta literalmente de carne y hueso, son la reinterpretación del hecho histórico a la luz de lo humano. Esta hermosa pieza se encuentra en el Castillo de Chapultepec.
La estatuaria y el charro más charro de la historia nacional
Obedeciendo al afán del homenaje, a Zapata Salazar se le han erigido algunos monumentos en la República Mexicana. En casi todos aparece ataviado con traje de charro (media gala y gran gala), situación que se da porque de ese modo aparece ataviado en la mayoría de las fotografías que se le tomaron en la época de cuerpo completo.
Tal característica compone una imagen única en la historiografía nacional: no abundan los héroes charros. De ahí, que la estatuaria oficial haya hecho del dominio de estas artes campiranas y de la osadía de Emiliano Zapata, la imagen más perdurable del héroe de bronce.
Esto sucede así, porque se sabe que él prefería este atuendo como vestimenta y se esmeraba mucho en su arreglo personal, pero también porque las labores del campesinado adquieren una gran dignidad así representadas y paradójicamente acercan, o funden en el imaginario colectivo, al hombre de campo con el hacendado.
Por lo que respecta a las composiciones de las esculturas morelenses zapatistas, hay que decir que cuando el héroe aparece a caballo, las piezas repiten un formalismo cuya tradición se extiende hasta la antigüedad clásica. Dicha tradición manda representar al caballo con dos patas levantadas cuando el homenajeado murió en el campo de batalla. De la autoría de Carlos Kunte y Estela Ubando, el Zapata que fue removido por las obras de remodelación de la ciudad (entrada por la carretera federal), se ha convertido en un referente citadino, no lo es en cambio, la obra que fue colocada en la Plaza de Armas hoy llamada Emiliano Zapata por su mala calidad, por más que integre a otros personajes zapatistas en la composición.
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Si pensamos que a Zapata lo hemos estado construyendo desde la mente mágica y el ámbito de lo simbólico, entonces nos quedará más claro por qué este fenómeno es en gran medida inexplicable. Dos muestras colectivas montadas en museos de la Ciudad de México con motivo de los festejos centenarios dan fe de cómo los héroes nacionales han venido conformando una especie de santuario especial habitado por figuras tan idealizadas como los santos. Sin ánimos de abundar, diré que he visto “zapatas” en altares domésticos con veladoras delante y que según el investigador Jaime Cuadriello, Zapata convive en el imaginario popular con Cuauhtémoc.
Recuerdo que Jorge Alberto Manrique, un notable historiador del arte, acuñó hace años el concepto “religión de la patria” para explicar la idea de un nacionalismo revolucionario hoy engrandecido, a más no poder, con la figura del héroe que hoy nos ocupa, el que nunca se corrompió. ¿Reflejará este hecho el anhelo de borrar de la historia la historia de la corrupción humana hoy tan destapada? Ω
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