1.
Retomo un tema que se ha venido comentando desde hace unas tres semanas, en redes sociales, a propósito de la fotografía que aparece publicada en el libro sobre iconografía zapatista, recientemente publicado de manera digital, por el Instituto Nacional de Estudios de las Revoluciones de México (INEHRM) y la fundación que tiene a su cargo Edgar Castro Zapata, acucioso estudioso de su notable antepasado.
En dicha imagen -que circula en Facebook-, supuestamente aparecen Francisco Ignacio Madero González y Emiliano Zapata Salazar en la entrada del Jardín Borda, el 12 de junio de 1911. La interpretación es lógica, puesto que tal encuentro ha sido comentado en el ámbito académico muchas veces. Pero como veremos, expectativa e interpretación no son lo mismo y quien camina junto a Zapata no es Madero, sino alguien que se le parece.
Ya lo han aclarado los cronistas Jesús Zabaleta Castro y Valentín López González, sobre todo éste último: Madero vestía diferente ese día. Su sombrero tampoco corresponde al del personaje de rostro ensombrecido en cuestión. Pero ¿por qué se confunden y aparece la imagen consignada como tal, en el archivo del Fondo de la Universidad Metodista?
2.
Identificar a los personajes de las fotografías es aparentemente sencillo. El ojo identifica rasgos primarios, rasgos mayores y acto seguido, la mente nombra y encasilla. De acuerdo con teorías de la percepción, identificamos variables, pero en mayor medida constantes fisiognómicas.
La Ley de Topffer establece que podemos asimilar como rostro un círculo con dos puntos, cosa que nos lleva a la idea de individualidad. Por su parte, Brunswick mostró con sus experimentos a base de esquemas, que además podemos hablar de emociones cuando le añadimos líneas sencillas que corresponderían a una sonrisa al simple esquema, como sucede con los emoticones.
Existe además la lectura del “tipo”, del que hablan Pierre Francastel y Ariel Arnal, cada uno en épocas muy diferentes. Esto del “tipo” explica por qué identificamos al charro, la campesina, el flamenco, el aguador, el cómico Cantinflas, etc., Depende de cómo se visten y los accesorios que usen algunas personas entran en la categoría de “tipo”. El ojo lleva a cabo continuos ejercicios de fusión y reconocimiento con base en la memoria.
3.
Cuando vemos fotografías, creemos considerar idénticas dos cosas, o a dos personajes. Pero esto de “idéntico” es una exageración. Más bien lo que debemos entender es el concepto asimilar. Los rasgos distintivos como el bigote, el bastón, el sombrero, la estatura y el lenguaje corporal, la mano en el pecho de Napoleón, el manchón de pelo blanco de Tongolele, el copete de Peña Nieto, no hacen que dos personas sean la misma. Se parecen, pero no son.
Mirando a detalle, porque la fotografía se pixelea ampliándola en los dispositivos inteligentes, vemos que no es el rostro de Madero y si comparamos con fotografías existentes del mismo día de la comida en el Jardín Borda (legendario encuentro con hacendados), veremos que Madero vestía un traje gris, no negro.
Estás fotografías me las envió el cronista Valentín López González. En una de ellas, Madero aparece afuera del Banco de Morelos, recargado en un balcón.
4.
Finalmente, habríamos de considerar el logoentrismo del que habla Fernando Zamora Águila en “Filosofía de a Imagen”. Se refiere a nuestra fe en la literalidad de las fotografías - el fotorreportaje nace de ahí-. Tendemos a creer a pie juntitas en la fotografía que supuestamente retrata la realidad, a diferencia de las imágenes que no son copia, sino imaginarias.
Conclusión - la Historia del Arte es la historia de la re-presentación, pero existen trampas con las que hay que lidiar para historiar con cautela y veracidad. Además existe el Síndrome de Capgras (la imposibilidad de distinguir entre dos rostros muy similares, como los de los gemelos casi idénticos). Pero esa es otra historia. FIN
Por María Helena González / helenagonzalezcultura@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario