lunes, 17 de julio de 2017

Vas a ver: Rivera y Picasso: nada como ver a un artista fajarse los pantalones.

1.Anda una tan metida en resolver la vida diaria, “persiguiendo la chuleta” en plena época de vacaciones, que cuando llega el “día de salida” sucede que el alma canta “rete juerte” porque yo me escapo a museos, dándose el caso de que el gozo puede extenderse varios días más, durante la lectura del catálogo de la muestra visitada. Y como eso me está sucediendo desde la semana pasada, quiero recomendarle, querido lector y lectora, que no se pierda la exposición titulada “Picasso y Rivera. Conversaciones a través del tiempo” actualmente colgada en el Palacio de Bellas Artes y próximamente en el LACMA (Los Angeles County Museum of Art), porque la misma es, como dicen los gringos, “un must see”, (asunto obligado).
¿Por qué lo digo tan tajantemente? ¿Se trata de que los apellidos que conforman el título son sinónimo de identidad nacional?
En parte sí: no podemos negar que Picasso es a España lo que Rivera a México: los personajes del arte con los que se luce cada país, algo así como los “DO” (denominación de origen) de la cultura, con todo y las excentricidades que los caracterizaron, mismas que nos encanta presumir, tanto a quienes engullimos tacos y nopales, como a los de la fabada y la paella. (Por excentricidades entiéndase que ambos fueron “ojo alegre” y señores de varios hogares, ambos fueron consentidos de la élite política del momento, ambos fueron mitoteros y controvertidos y ambos gozaron de la vida a sus anchas).
2.
Por otro lado, y más allá de ofrecer sólo un discurso sobre las propuestas estéticas de vanguardia del momento -el cubismo y la Escuela Mexicana de Pintura-, la muestra ofrece también la posibilidad de entender parte del entramado que soporta la creación artística, a veces mal concebida como un “azote” solitario (aquí puede ponerle usted imaginación al asunto, pues se nos ha enseñado que los artistas son desde genios e iluminados hasta, alucinados y “bohemios”), cuando en realidad es una actividad humana como cualquier otra, que nace de la admiración por el trabajo del colega y el diálogo constructivo, incluyéndose en este apartado la tertulia, la correspondencia y los regalos o intercambios de obra, como puede verse en la expo de la que hablamos, pues Diego y Pablo sostuvieron una cercana relación amistosa entre 1914 y 1915, período en el que Picasso adquirió “Composición cubista (naturaleza muerta con una botella de anís y tintero)” de Rivera, obra que se muestra al público nacional por primera vez, además de que le regaló al mexicano una fotografía de un collage que incluye una dedicatoria que dice: “de acuerdo en todo”, en español y francés.
Pero cabe aclarar que no todo fue miel sobre hojuelas, pues cuenta Angelina Beloff en sus Memorias (la estupenda aguafuertista rusa era en ese entonces la mujer de Diego), que la amistad entre ambos se enfrió porque éste descubrió ¡que Picasso le copió el procedimiento por medio del cual representaba árboles cubistas!
3.
Esto lo cita Juan Rafael Coronel Rivera en el capítulo titulado “Diego Rivera: argumentos americanos”, en el que va dando cuenta de la parte “visible” del proceso creativo de su abuelo (lo no visible corresponde al inconsciente y con ese asunto ni Freud pudo). “Nada como ver a un artista fajarse los pantalones: una lección ética”, dice, después de irnos demostrando quiénes fueron las influencias de Rivera y cómo se fue desligando de ellas. Cómo recuperó el guanajuatense para su obra lo que llevaba en la sangre, cosa que desde luego no fue un proceso sencillo, porque Diego ya había asimilado a su maestro Antonio Fabrés (catalán que estudio en la escuela de La Lonja, igual que Picasso), a Chicharro, a Zuloaga y al Greco, entre otros.
Nos recuerda el crítico de arte que en 1911 Rivera llegó a París con algunos “artefactos” mexicanos, cargó en la maleta petates, sarapes y blusas tehuanas y poco a poco las fue incorporando a su obra cubista (junto con los volcanes y otros objetos). Completa la idea cuando introduce la noción de una modernidad riveriana compleja, no eurocentrista, forjada a partir de su cosmovisión no sólo influida por la admiración del pintor por lo prehispánico, sino panamericana.
Y por ese atrevimiento al que Juanito ve como una aportación esencial a la historia del arte, por eso me atreví a titular esta colaboración invirtiendo el orden de los apellidos que dan titulo a la muestra que estará colgada todavía hasta el domingo 10 de septiembre.
Cuando acuda, compare y contraste, ya verá que se encuentra estructuras similares con paletas diferentes, apoyos museográficos y museológicos que aligeran la visita y dedíquele tiempo a las ilustraciones que realizó Rivera para el Popol Vuh, mito maya quiché de Guatemala sobre la creación y la Suite Vollard de Picasso, pues se expone parte del conjunto de 100 grabados que realizó el malagueño entre 1930 y 37 para su art dealer Ambrosio Vollard. Y luego me dice si no sale de allí tan fresco y jocoso cómo está tarde de domingo. FIN

Por: María Helena Noval

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