miércoles, 21 de noviembre de 2012

'Manda decir…': el twitter como género literario (jocoso)




No sé qué tan tarde llegó al tema del twitter entendido como un género literario propositivo y fresco por la cantidad de voces y temas que admite. Seguramente hay bastante escrito sobre este medio electrónico que acoge poemas, misivas, reflexiones, sugerencias, anuncios o recetas… y habrá también compendios que recuperen los mejores ejemplos de este género breve.
Últimamente me he hecho bastante aficionada a este espacio interlineado, en el que la obligación de escribir de manera sucinta obliga a pensar el discurso en términos de eficacia comunicativa.  Empecé, como todo mundo, leyendo noticias e información relacionada con el universo de cosas que me interesan (el arte, la historia, el mundo de los museos, los libros), pero poco a poco he ido conociendo a algunos escritores interesados en la subversión del lenguaje y el pensamiento vertido a chorritos maliciosos. Por supuesto, no faltan en mi agenda twittera esos

Seres angelicales que son los poetas, amantes de la letra, aunque hayan crecido pensando que ésta, como el amor, sólo con sangre entra.
Llaman mi atención la paradoja y los cuestionamientos de la realidad y los roles sociales. Detesto, como muchos twitteros, el uso de lugares comunes y me fascina el hecho de que se vea al lenguaje como un metalenguaje, es decir, el lenguaje como tema del propio lenguaje. Pequeños cambios en su estructura, mutaciones en la puntuación, juegos de palabras, metáforas incisivas, terminan por demostrar que detrás de la pantalla hay quienes piensan en resignificar las palabras para dotarlas de sentido nuevamente, para revivirlas: se trata de que se sientan.
...

Hace poco me llegó un mail en el que el poeta y escritor Luis Rius hace mofa del discurso  político mediante un ejercicio que consiste en componer textos a partir de lugares comunes que se pueden recombinar entre sí, dando por resultado discursos que “se oyen bien”, aunque no digan nada. La cantidad de parrafadas insulsas que resultan de este juego espanta.  
Manda decir…
Todavía no me hago una adicta al clic nocturno -he comprobado que hay varios twitteros que se dedican a la tecla día y noche, haciendo caso omiso de penumbras y exigencias físicas-, pero confieso que anoche sí caí en el juego-del-juego a distancia.
“Manda decir”, fue una serie que alguien inventó seguramente para llamar la atención sobre el valor polisémico de los “dichos”. Los ya populares twitteros Merlina Acevedo, Gustavo Martínez G, Aurelio Asiáin  y otros no tan “seguidos”, comenzaron a revertir  refranes, cultura popular:  “Manda decir la ociosidad, que no parió ningún vicio”; “Manda decir la llaga, que quiten el dedo”; “Manda decir el chocolate, que el agua está a punto de hervir”; “Manda decir el que mucho abarca, que ya no aprieten”; “Manda decir el descosido, que no le interesa el roto”; “Que manda decir la zorra, que si el abad no sabe guisar otra cosa…que este arroz ya se coció”; “Mandan decir los tacos, que no se adornen con tanta crema”; “Que manda decir el camarón, que ya no le sigan la corriente”; “Que manda decir la más fea, que no sabe bailar”; etc., etc.
Tal vez con el tiempo el twitter revolucione el discurso social por haber contribuido a demostrar que a veces menos es más, que se cazan más moscas con la miel de una frase bien puesta, que con hiel de un texto aburridor.

María Helena Noval 
 helenanoval@yahoo.com.mx        
Twitter: @helenanoval

martes, 20 de noviembre de 2012

Miguel Ángel Madrigal: “Tránsito”, dos exposiciones en el centro de la ciudad.


Entregado por completo a la vida artística, Miguel Ángel Madrigal Pilón divide su tiempo entre la creación de una obra que goza del aprecio de varios coleccionistas locales y extranjeros, y las clases que imparte en el Centro Morelense de las Artes (Avenida Morelos 263), en donde precisamente y hasta el 25 de noviembre, presenta una instalación escultórica que implica una modificación total del espacio, una alteración arquitectónica efímera.  Esta muestra y la que se encuentra a un lado, en el mal llamado Museo de la Ciudad(Ave. Morelos 179) no debemos dejar de verlas quienes estamos interesados en las artes plásticas producidas en el estado, porque las piezas dan fe de la calidad con la que se proyectan nuestros artistas locales en el mundo.


¿Arte como ideología?
Existe una tesis según la cual el arte es ideología, o sea, una forma más o menos ilusoria del conocimiento. De acuerdo con dicha tesis, quienes nos acercamos a una obra artística tendremos la oportunidad de aprender algo, o por lo menos de hacer una reflexión que excede el terreno de la estética. ¿Qué ideas evocan estas piezas? ¿Cómo traducimos en palabras lo que vemos?

En este caso, 3 de las 4 instalaciones que expone Madrigal en ambos edificios parten de la creación en pequeño formato de espacios arquitectónicos; son como maquetas incrustadas en los muros, lo cual nos obliga a acercarnos mucho a los orificios por los que propone penetrar el espacio.  Pegamos la nariz a las aberturas y de repente nos vemos deambulando con la mirada el interior de unas loggias o arcadas iluminadas por focos desde atrás¿Y qué sentimos? Antes que nada, que el tránsito por el constructo humano es repetitivo, obsesivo, absurdo. Nos percatamos de que creemos llegar a donde queremos, y en realidad no llegamos nunca a ninguna parte. Nos queda claro el hecho de que los puentes y las escaleras son estructuras inestables, y que el tránsito de los seres humanos por las ciudades metaforiza muy bien la vida misma, ese proceso dinámico que incluye ascensos y descensos, trayectos de una situación a otra.

El contraste entre lo pequeño de las piezas y los grandes muros blancos de tablarroca que las contienen es imponente y no es casual: el artista busca, literalmente, golpearnos la cara con la realidad representada.  En una de ellas (CMAEM) descubrimos un pasillo conectado por escaleritas y puentes iluminados desde atrás de los muros a través de los orificios por donde salen las piezas arquitectónicas. Nos convertimos en espías del tránsito ajeno y propio, porque nos disociamos y nos vemos vagar de lejos, en dimensiones alejadas del natural.
La luz en este caso es parte importante de la instalación y la idea del precipicio debajo de los tránsitos sugeridos, no hace más que recordarnos la fragilidad de las decisiones humanas, el continuo y desequilibrado paso del tiempo, la vida como un pasillo que se prolonga infinitamente entre instancias imponentes y desconocidas porque nunca las vemos de frente.

Pieza de museo en el CMAEM
A partir de una serie de escaleritas y puentes inconexos de acrílico transparente, colgados del techo con hilos también transparentes, Madrigal, autor siempre de trabajos muy limpios y “dibujados”, nos presenta otra versión de su idea del trayecto humano, que puede terminar leyéndose asimismo como eso que llamamos vida.  Subimos, bajamos, nos movemos del lugar asignado, intentamos cruzar trechos inestables, habitamos universos que se prolongan, buscamos conectar espacios de manera virtual, etc., aunque tal  vez la idea más dramática que se desprende de esta pieza es que a pesar de tanta búsqueda, paseo, travesía, recorrido que hacemos, escasamente logramos la satisfacción de nuestros deseos.

El hecho de que la pieza flote y no haya sido expuesta en mobiliario museográfico es a mi modo de ver, un gran acierto, no sólo porque refrenda la necesidad de novedad continua por parte del autor, sino porque nos permite a los espectadores deambular libremente entre las piezas colgantes, vivirla.

Ante ambas instalaciones es inevitable recordar aquel juego de mesa llamado "Serpientes y escaleras" y la obra del holandés M. C. Escher, aunque en este caso no se alude a la creación de figuras imposibles y mundos imaginarios, sino por el contrario, a la traslación a términos artísticos de una idea tan sencilla como el paseo por la ciudades y el transcurso de la vida. Una vida que por supuesto compendia la vida amorosa. Ω
María Helena Noval

novalhelena@yahoo.com.mx

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Creatividad para la economía

Entré en contacto con el tema de las empresas culturales a raíz de un espléndido seminario impartido en el Instituto de Cultura de Morelos, por Eduardo Cruz Vázquez y su equipo, hace unos meses, y desde entonces no he dejado de parar la oreja cada vez que alguien se refiere a la economía cultural, sobre todo cuando se trata de comentarios que exceden el ámbito del mercado del arte. Me interesa el devenir de las empresas culturales en Morelos, porque son las que nos van a dignificar ante la mirada propia y extranjera: lo propio, lo diferente, lo bello, lo original, se pone en evidencia en las empresas culturales.
Se define una empresa cultural como aquella legalmente constituida, que incluye por lo menos un componente creativo en la cadena de producción, o aquella en la que hay propiedad intelectual de por medio.


Hoy felizmente vuelvo reflexionar sobre estos asuntos por escrito, porque veo con agrado que las condiciones para el emprendimiento de un negocio que tenga que ver con la creatividad son vistas con buenos ojos por parte del gobierno estatal. Esta semana se presenta en el World Trade Center la Caravana del Emprendedor, “un movimiento para sensibilizar, concientizar y motivar a la sociedad hacia el espíritu emprendedor y desarrollo empresarial, detonando un semillero de empresas a corto, mediano y largo plazo”, según su página web, cuyos objetivos son “promover el espíritu emprendedor en las nuevas generaciones, constituyendo una sociedad con iniciativas orientadas a la creación de empresas”.



Investigando un poco me encuentro con que algunos de los temas a tratar son creatividad, innovación, el seguimiento de los ideales (a los que llaman sueños) y la historia de empresas que divulgan contenidos simbólicos –en este caso, relacionados con la cultura popular mexicana-, como la de los dibujos animados titulados Huevo Cartoons.   
 
La creatividad como moneda de cambio

La idea de que la economía cultural tiene que depender del gobierno, la idea de que el artista debe vivir de subsidios y becas es cada día más desplazada por aquella en la que se comprende que los creadores, artistas, diseñadores, gestores y promotores culturales del país tienen que crear sus propias fuentes de trabajo. La situación de urgencia se aclara si tomamos en cuenta la gran cantidad de profesionistas egresados de las escuelas de arte, diseño de modas, cocina, decoración, músicos, actores, bailarines, escritores, gestores culturales, museógrafos, museólogos, etc. Son miles de personas las que van a tener que emprender su propio negocio por no poder ser absorbidas por los museos, casas de cultura, editoriales, restaurantes, empresas discográficas, productoras de espectáculos, etc., etc.


No obstante, y a pesar de esta realidad, todavía se cree, al interior del gremio artístico, que una empresa cultural demerita el valor simbólico, artístico y estético de la obra de arte. Y peor aún, se cree que el artista que se torna empresario es un mercachifle, un mercader de objetos; al quitársele el aura de genialidad que la historia le ha conferido, al artista se le desprecia.


La historia del arte cuenta con innumerables ejemplos de artistas que por empeñarse en seguir ideales románticos, decidieron no promover su obra; dedicarse exclusivamente a la producción de la misma, sin pensar en cuestiones prácticas. Van Gogh, Utrillo, Goitia, Frans Hals, Antonio Machado y Galdós son los lugares comunes cuando se habla de la pobreza de los creadores exitosos post-mortem. Pero hay muchos más.


Hoy, sin embargo, debemos entender que el artista solitario que paga sus impuestos y vende su obra personalmente es un empresario cultural. El viejo concepto de genialidad del que habla Nietzsche como una máscara de la vanidad está siendo abolido por la noción de creatividad y de innovación, entendiendo estas capacidades como la facultad de asociar libremente cosas dispares para producir un efecto novedoso en los sentidos y el entendimiento del espectador. El cerebro creativo piensa en términos de sistemas y matices, nombra las cosas del mundo de manera alternativa, es capaz de llamarle “Timbuctalia” a un país imaginado, ramillete de hojas a un bosque, piel de papel a un cuaderno, “Acerofrío” al latigazo del amor, etc.


 
Ojalá se abunde en estos aspectos de la creatividad como motor de los emprendimientos culturales y no culturales en las conferencias que se escucharán este 15 y 16 de noviembre en el World Trade Center, aquí en Cuernavaca. Algo que se tendrá que recalcar es precisamente el hecho de que la creatividad no es inspiración entendida “como si la idea de la obra de arte, del poema, del pensamiento fundamental de una filosofía, cayese del cielo como un rayo de la gracia”, sino el resultado de un trabajo de depuración constante de las ideas buenas, mediocres y malas, como dijo Nietzsche en el aforismo 155 del primer volumen de Humano, demasiado humano.

Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx        
Twitter: @helenanoval
http://www.diariodemorelos.com/blog/creatividad-para-la-econom%C3%ADa

jueves, 8 de noviembre de 2012

El cambio del escudo morelense: ¿qué tanto es tantito?

Platicaba la semana pasada con el maestro Jorge Cázares sobre la propuesta que hiciera en días pasados el gobernador del estado, Graco Ramírez Garrido Abreu, concerniente a la posibilidad de modificación del escudo morelense, parte de nuestra identidad oficial: ¿qué implicaciones semiológicas, es decir, en términos de lectura de imagen, tendría la modificación del emblema? ¿Se trata únicamente de una preferencia estética?

Después de agrias disputas, el Congreso local rechazó, hace un par de semanas, la iniciativa de decreto para rescatar como escudo oficial el pintado por Diego Rivera en 1922, lo que no se dijo en los diferentes medios que abordaron el asunto (y algunos escribieron barbaridades), es que el diseño actual es del maestro Jorge Cázares, que obedece a un decreto --el número 15-- promulgado por el gobernador Emilio Riva Palacio el 1 de enero de 1969 y tampoco se abundó en la descripción de los mismos, un asunto que termina siendo crucial si comparamos los dos escudos. 

Pequeñas diferencias
Tengo en mis manos el libro titulado "Historia de los Escudos del Estado de Morelos”, publicado en 1996 por el Instituto Estatal de Documentación, a cargo en ese entonces de Don Valentín López González. El mismo da cuenta no sólo de los dos escudos implicados, sino de los otros con los que se ha identificado al estado, incluyendo antes de nuestra independencia, el del Marquesado del Valle de Oaxaca, con el escudo de armas de Hernán Cortés, escudo que se conserva en el Chapitel del Calvario. 

Como sabemos, la idea de simbolizar y diferenciar de manera esquemática las regiones cuenta con una larga historia y el caso del Estado de Morelos no escapa a las diferencias propias del gusto y las ideologías políticas de cada época. Hubo un momento en el que se representó en la papelería y las publicaciones oficiales al estado con el rostro del General José María Morelos y Pavón sobre un medallón (1883, propuesta del gobernador Carlos Quaglia), y hubo también el intento del historiador Manuel Mazari de complicar la iconografía con elementos como el símbolo de Cuauhnáhuac y el escudo de armas del conquistador. No obstante, el diseño que ha prevalecido, con ciertas modificaciones, es el de Diego Rivera, pintado en el muro sur, del Patio de las Fiestas, primer nivel, junto al de Querétaro, en 1922.

En ambos escudos destaca en el centro la planta de maíz sobre un surco: no es monte, como a veces se dice y no es el símbolo “Uno Caña” que identifica al poblado de Acatlipa, como a veces se ha comentado. Sobre la planta de maíz una estrella, símbolo del nacimiento del estado --blanca y no roja, en el caso de la pintura de Rivera--, y amarilla o color beige en el caso de la obra de Cázares. Sobre el medio círculo arriba de la planta, la frase “Tierra y Libertad”en ambos casos, aunque en el caso del escudo actual, el medio círculo es menos acentuado, quedando más como una cartela. Rodeando los rectángulos diseñador por ambos creadores, la frase identificada con la lucha armada zapatista "La Tierra Volverá a Quienes la Trabajan con sus Manos", misma que da cuenta del perfil agrario del estado en tiempos pasados: el desarrollo del campo como vía de sustento principal.

Como vemos, y de acuerdo a una teoría general de la representación, las diferencias entre ambos trabajos no son mayores, básicamente se refieren a las coloraciones de los fondos, determinados por la técnica del fresco empleada por Rivera en sus murales, así como por el resto de los escudos que pintó en el edificio aludido: rojo óxido, negro, verde y café sobre el color ocre del muro. 
Por su parte la obra del maestro Cázares, de acuerdo al decreto oficial, obedece a un afán más naturalista: “los colores serían los naturales de la estrella, la tierra y la planta, y estarían en un fondo azul cielo”, según el decreto aludido, citado por don Valentín López González en su libro (en el cual por cierto la estrella del escudo actual se imprimió color naranja y no blanca o crema como pide el decreto).

¿Qué tanto es tantito?
Sin tratarse de un asunto crucial para el bienestar del estado, podemos concluir que en tiempos de apretarnos el cinturón, la modificación emblemática implica más la necesidad de identificar al nuevo gobierno ilustrado, que al estado, actualmente más identificado con ideas como el clima (“La Ciudad de la Eterna Primavera”) y el turismo, que con la economía del campo.
Mandar hacer papelería oficial, libros escolares, identificadores, fotografías, calcomanías para vehículos, mamparas, prendedores, etc., para todas las dependencias gubernamentales de la entidad sería una inversión, y no un gasto, si además se implementara una campaña que contribuyera a inculcar en la ciudadanía las nociones de identidad y orgullo por lo propio, nobles apuestas reiteradas por el propio gobernador desde sus días de campaña. Ω 


María Helena Noval
   



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