María Helena Noval
helenanoval@yahoo.com.mx
No cabe duda, en la vida se presentan situaciones inexplicables por la vía de la razón pura. Como bien dicen: “Hay razones que la razón no entiende”. Como la del amor. El amor y las pasiones no se explican ni por aquello de las endorfinas, ni por medio de las creencias religiosas, ni por medio de la teoría de las hormonas. Nada explica el amor. Si acaso que estamos locos, y el amor es tanto un paliativo para la locura, como la locura misma que nos mueve a actuar a todos. ¿Por qué nos obsesionamos con una idea o persona hasta el grado de buscarla en los demás?
Frecuentemente, me ha pasado que termino relacionándome con quien se parece a mí, sin haberlo planeado a priori. “Dios los hace, y ellos se juntan” es una explicación que en su aparente sencillez, encierra más preguntas que respuestas. “Se debe a las patologías complementarias”, me dice una admirada amiga, pero este razonamiento no acaba de explicarme por qué, queriendo escapar de mí misma, me miro en el espejo de otros. Pero no cualquiera es “otros”. Los otros que me importan son unos otros muy especiales, son los que prefieren la estética de lo sórdido, lo siniestro y lo sublime al mismo tiempo.
Todo esto para presentarles a mis amigos. Comienzo con la más nueva, la sobrina de un escritor que se presentaba “siempre con el mismo traje y el estómago vacío, desparpajado y distraído, su caso no se encuentra –dice uno de sus biógrafos-- dentro de ésos en los que la forma de vida se impone a la obra.” Tal escritor, Efrén Hernández, hoy considerado genio, “se ha ido diluyendo como personaje”, quedando únicamente para los jóvenes estudiosos la obra, dice Alejandro Toledo, especialista en su obra. El investigador ubica al escritor guanajuatense como “un personaje peculiar dentro de la literatura mexicana, tanto por su extravagancia personal como por esa postura marginal que asumió, y las mismas lo ubican dentro de un grupo de autores discretos que, a pesar de ser reconocidos en los círculos literarios, han sido poco leídos”. Sin embargo mi amiga es ella y no el escritor, su tío muerto como el mío, el protagonista de una historia que me fascina apenas me la cuenta. Esta es como yo, pienso, cae en la trampa de la seducción por el talento martirizado, la cautivan el arte y la desgracia, como a mí.
Otro de mis amigos es el nieto de un famoso muralista. Me acerco a él porque a través de sus lúcidos escritos me entero de lo que vivieron mis antepasados en el México de los años 40 y 50, sin embargo, no todos mis antepasados me interesan, me interesa, además de la pintura de Diego Rivera, quien fuera el abuelo de mi amigo el crítico de arte, el universo semántico del que pudo haber bebido Manuel, mi propio tío talentosísimo y martirizado.
A mi gran amiga, Alicia Zendejas la cultivo porque es escritora, porque es sabia y culta, porque estuvo casada con Francisco Zendejas, el más grande y respetado crítico literario que ha dado el país, y por más razones que no alcanzo a enumerar, pero sobre todo, la cultivo porque vivió el México que acoto como mío, aunque yo sea muchos años más joven que ella. Confieso además, que siendo amiga de mi tío Manuel, lo fue mía desde el primer instante en que la vi.
La sobrina de María Asúnsolo, haciendo cosas por la famosa mujer-musa; el hijo de Germán Cueto, que me invita a comer para mostrarme la obra del escultor; el hijo de Julio Castellanos, cuya obra admiro mucho, y la sobrina del museógrafo y promotor cultural Fernando Gamboa son los otros familiares de artistas que completan mi lista de “personajes a los que debo agendar para próximas reuniones”.
¿Por qué? No lo sé, sólo sé que debo convivir con ellos, sé que en algún momento en nuestras conversaciones saldrá el hilo del que debo tirar para por fin entrarle a la factura del libro que llevo en la cabeza, sin podérmelo sacar. Sé que sus historias son paralelas a la mía y a la de mi biografiado. ¿Por dónde empezar en este juego de espejos para por fin dejar a un lado a mi amado tío Manuel González Serrano?
http://www.lajornadamorelos.com/opinion/articulos/85032?task=view
martes, 23 de marzo de 2010
martes, 16 de marzo de 2010
La crítica de arte como homenaje al tío Manuel
Comencé a escribir textos sobre arte de manera obligatoria. Siendo esposa y madre (ahora tengo tres hijos), no me quedó otro camino que el de seguir mi vocación natural –la reflexión estética— desde el escritorio ubicado a unos pasos de la cuna, la cama, la cocina, el coche, la escuela, el super, los libros… Los libros, que siendo depositarios de la palabra escrita, por la que se tuvo un gran respeto en mi casa, terminaron por brindarme las respuestas anheladas a muchas de las interrogantes de la vida. Y vaya que la vida ofrece interrogantes. Benditos libros, por eso los compro ¿compulsivamente? Y los leo, los consumo, los agoto, los uso, me los bebo lo más que puedo.
Decidida pues por el texto como expresión profesional, las visitas hechas a los talleres de algunos artistas y los muros de mi propia casa me facilitarían el material primario, pensé. Los viajes completarían el requisito de la visualidad enriquecida y ahora sólo tenía que dedicarme a estudiar incesantemente. Lo demás vendría solito. Ilusa de mí, eso deduje entonces, antes de sumar más de 15 años tratando de ganarme a los editores, poniéndole corazón a las entrevistas, persiguiendo artistas, hablando a galerías y museos, cobrando mucho menos de lo esperado. Conformarme con la vida efímera de la publicación en turno me ha costado más trabajo de lo que cualquiera puede imaginarse, por eso le entré al texto más largo. Los tres libros publicados, son sólo el comienzo de la lista que he ido alargando año con año. Afortunadamente ya no copio cédulas ni mal fotografío las obras; la web y los departamentos de prensa de los museos cooperan más conmigo, o yo ya aprendí a facilitarme la vida. Ya hice colmillo.
…
¿Pero por qué pongo esto si fue desde mucho antes que me sentí obligada a escribir? Y uso el calificativo “obligada” de nuevo ya que implica más pesares que gozo. Y es que soy yo la culpable, la que se echó a cuestas la carga de sacar adelante la historia familiar. ¿Qué clase de tarea es esta que incide en el mundo de los muertos y dialoga con un pasado diferente para todos?
Quienes contamos con algún artista en la familia, entendemos más el mundo a partir de lo sensible, los ideales románticos y la reflexión estética. Eso lo he platicado con algunos colegas descendientes de creadores y no tiene vuelta de hoja. Lo que uno oye se graba en el alma. Forma criterio. Creo que agregaré otro libro a mi lista, éste versará sobre el particular mundo de las relaciones familiares de los productores de obras de arte. Por el momento, sólo diré que el lenguaje cotidiano se contamina con expresiones culteranas, que termina uno juntándose con los llamados intelectuales y que el arte pasa a ser un mundo que hay que aprender a torear. ¿Por qué “torear”? Porque si en algunos casos la relación viene dada por el mercado del arte, sucede que en el mío vino dada por el afán de hacerle justicia al tío Manuel, a quien otros, en el afán de lograrle prestigio, estaban en cambio desprestigiando por haberle hecho el favorcito de la patrografía del arte.
En términos vulgares, diría entonces, que la figura de Manuel González Serrano, el hermano mayor de mi padre Alfonso, estaba posicionándose en el mundo del arte con un halo amarillote, una reputación que había que limar y adecuar a la realidad.
No es que yo quisiera maquillarla (la realidad) o deshacerme de los recuerdos que lo retratan como a un ser enfermo (de alcoholismo), sino que quería –y quiero fervientemente—hacerle justicia a su talento, enfatizar la importancia de su obra pictórica dentro de la historia del arte mexicano. Hablar de influencias, concomitancias, curiosidades, aciertos.
…
Sí, desde muy niña fui consciente de que me relacionaba con el imaginario de Manuel, el tío pintor, el estrafalario de la familia, de una manera muy especial, de una manera que requería desahogo. Lo vivido frente a su trabajo emotivo-plástico --muy emotivo, muy artístico— ha pasado a formar parte de mis obsesiones y eso, en términos de vida tiene que desembocar en trabajo creativo si uno pretende devolverle vida a la vida. Por eso, en este blog, insistiré en algunos aspectos relacionados con su imaginario y la llamada Escuela Mexicana de Pintura, el surrealismo a la mexicana, la Pintura Metafísica o simplemente la fantasía que puebla su arte y el de los demás.
¿Qué si tengo facilidad para la pintura y el dibujo? Claro está que sí. Nadie puede hablar del baile si no ha ido a la fiesta, nadie puede hablar del picor del chile si no se ha llevado una buena escaldada de lengua. Sólo que en algún momento del camino decidí no atreverme a pintar por respeto a un oficio que requiere de una entrega total y un tiempo que jamás encontré.
Habrá quien me diga que será porque no heredé el talento del tío, puede ser. Pero a tal pregunta yo contestaría con un simple ¿y qué? Si lo que heredé fue la pasión por la imagen pintada, el gozo del museo, el placer de la escultura. Hoy sé que lo que más me gusta en la vida es traducir en palabras el sentir de unos, la intención de otros, la emoción del color bien puesto, la carga de lo sublime encontrado. Eso es lo que soy yo y mis textos, cientos de ellos, no hacen más que ampliar lo que aquí apunto: no se puede vivir como si la belleza no existiera
Etiquetas:
"Las urracas" González Serrano Manuel
Suscribirse a:
Entradas (Atom)