sábado, 9 de octubre de 2010
Las “cubanidades” del arte cubano
1.
Cuba vive su insularidad amplificada por el régimen totalitario que la aísla del mundo (la población no cuenta con el internet abierto a todos los portales existentes y las librerías surtidas tampoco existen). Doblemente isla, Cuba se inserta de todas maneras en la sintaxis plástica mundial debido a los esfuerzos de algunos creadores que, obligados por el mercado o no, viajeros ocasionales o no, amigos de curadores y críticos informados o no, luchan por dejar huella de la cubanidad posmoderna en la historia plástica del mundo.
Y es que la isla conoce la pobreza y la cerrazón, pero no en el terreno de la creación artística. Es bien sabido que la promoción cultural siempre ha funcionado como arma propagandística a los regímenes totalitarios y en este caso específico, la producción artística se ha tornado en un aparato importante a la hora de querer conquistar simpatías internacionales. Además está el mercado del arte, generador de las tan necesarias divisas, que en alguna medida condiciona la configuración de las obras que se tornan por ello exportables.
Por otro lado, para nadie es novedad el hecho de que existe una “cubanidad cubana[1]” que se explota mucho y que el turismo compra con gusto ya sea por los valores plásticos innegables de muchas de las piezas o por el sentimiento que despiertan ciertas obras relacionadas con el destierro y la situación de los balseros. Por lo demás, están las obras que como tarjetas postales, representan a los jugadores de dominó fumando puros, las piezas relacionadas con el baile y la música y las “fachadas” cubanas semiderruídas y descascaradas que se han tornado en un leitmotiv, en un “recuerdo de viaje” (en este sentido un reconocimiento merece el mexicano Rafael Cauduro quien en la década de los ochenta adoptó y resignificó este asunto para hacerlo parte de su notable propuesta plástica). Interesante resulta también la elección de los materiales y técnicas empleadas dado que no cuentan con la vastedad de los insumos con los que cuentan los creadores de los países desarrollados y muchas veces se las tienen que ingeniar para expresarse con objetos propios de otras disciplinas o utilizan materiales de desecho como follajes, papel, etc.[2]
Un paseo por las galerías y talleres cubanos se torna en un sondeo necesario por cuanto pueda uno encontrar propuestas interesantes ya que en esa isla hay exposiciones desde los mercados al aire libre hasta las diversas galerías y los museos, pasando por los talleres abiertos al público paseante en el centro de La Habana vieja, sin duda una modalidad “democrática” y novedosa en el terreno del mercado del arte tradicional (entiéndase de los países capitalistas, en los que el mercado se dirige a una élite privilegiada que toca las puertas de galerías cerradas o va por invitación expresa).
Mención aparte merece el museo donde se exhibe el arte cubano, dependiente del Museo Nacional de Bellas Artes, en el que se ven las propuestas más sobresalientes de la plástica nacional desde la época colonial hasta nuestros días. Este edificio de hormigón y cristal es un abrevadero indispensable si uno pretende conocer más a fondo la historia del arte de este pequeño y noble país, aunque no cuente con un acervo abundante.
2.
Como sabemos, “el nuevo arte cubano”, calificación que entre otros se le ha dado a la producción plástica surgida a partir de los años 80 en esa isla, ha venido destacándose en los diversos mercados del arte que se ocupan de la producción latinoamericana. Además de eso, la Bienal de la Habana, pensada según sus curadores para dignificar sus creaciones frente al mundo occidental y los circuitos privilegiados por los grandes coleccionistas a partir de 1984, ha logrado consolidarse como la más importante feria de arte de América Latina. En el terreno ganado a la censura, mucho hicieron las muestras Volumen Uno, Trece artistas jóvenes y Sano y Sabroso, todas en La Habana en 1981[3], además de los trabajos del grupo Puré y Arte Calle en su momento. Sin duda, hoy los artistas gozan de muchas más libertades expresivas que antes, dándose el caso de que aún los antes proscritos y/o expulsados de salones de estudio y exhibición, como Tomás Sánchez, Nelson Domínguez, Juan Francisco Elso, Gustavo Pérez Monzón o Servando Cabrera hoy se exponen como si nada, a lado del realismo social que se alentó hasta los años setenta.
Durante las dos últimas décadas del siglo XX un sinnúmero de poéticas individuales han surgido como respuesta a una necesidad imperiosa de manifestarse individualmente, coincidiendo varios creadores en soluciones propias del llamados posmodernismo como son los retomes, las citas y las combinaciones de lenguajes de las vanguardias históricas.
Así sucede con las piezas de Ángel Alonso (La Habana, 1967) y Agustín Bejarano (Camaguey, 1964). El primero con más de 20 exposiciones personales en Cuba, Estados Unidos, Alemania y Suecia, sintetizando las figuras al máximo, convirtiéndolas en símbolos más que en representaciones individualizadas, coloreándolas con tintes saturados para representar con ciertas reminiscencias del pop art, a los que deciden lanzarse al mar en llantas de trailer y a quienes se conciben solos frente a ciertas circunstancias abrumadoras.
Por su parte, Agustín Bejarano, graduado en pintura y grabado en el Instituto Superior de las Artes en La Habana, ganador de múltiples premios nacionales e internacionales, se ha abocado últimamente a los grandes formatos de sabor contenido por las tonalidades grises y tierras que emplea para sus piezas de orden filosófico no exentas de melancolía –por más que la crítica que ha abordado su trabajo quiera encontrarle visos de buen humor--. Aprovechando algunas propuestas del minimalismo, alejándose de sus series anteriores en las que saturaba los espacios con figuras, trabaja sobre bastidores redondos sin enmarcar, les aplica texturas con pastas cerámicas y luego dibuja –su obra ahora es más gráfica que pictórica-- al hombre solo que somos todos enfrentado a situaciones extremas que sin embargo no sentimos penosas o amargas ya que la intención del artista siempre va por el lado de la metáfora; jamás implica una anécdota o narra situaciones reales y no cae en el “balserismo” del que hablábamos.
Antonio Canet (Casa Blanca, 1942 , La Habana, 2008 ) se hizo conocido a partir de la década de los sesenta por sus representaciones de la ciudad con sabor costumbrista y poco a poco fue desembocando en un expresionismo abstracto colorido sin pudores, gráfico en alto nivel por su incesante labor como grabador. Hoy en día Canet es un pintor reverenciado por muchos no sólo por la calidad de su obra de tenor expresionista que en ciertos momentos recuerda a Tápies, sino por su actitud de vida exenta de poses, cumpliendo con el postulado del arte por el arte, sin interesarle el mercado de sus obras con fines de lucimiento. De este grande de la plástica cubana, a quien Lezama Lima le dedicara varias páginas de “La visualidad infinita”, libro de crítica indispensable para entender la historia del arte del país, se present ó durante el mes de marzo en Quito, Ecuador y luego en Venezuela y Chile .
En fin, que creo que más allá del análisis estético que se pueda hacer, se plantea aquí el asunto de la situación política de la isla más isla de todas porque por más que el tema principal sea el urbano, la descomposición del régimen y el trato que reciben los cubanos en el mundo –recordemos el caso de la aplicación arbitraria de la Ley Burton-Helms por los directivos de cierta cadena hotelera de capital norteamericano en México-- dejará sus huellas en las obras plásticas y es que la libertad de expresión de la que gozan hoy en día los creadores puede tener que ver también con uno de los discursos más difundidos de Fidel (diciembre 2006), en el que acepta que las cosas no marchan tan maravillosamente al interior de su gobierno: el ocaso de la dictadura tendrá, como es de esperarse de los creadores sensibles, a sus primeros cronistas. Æ
[1] Si me aventuro con los términos empleados pido perdón, se trata de la emoción del espectador emocionado ante lo cubano.
[2] No confundir en este caso con las piezas de Juan Francisco Elso y de José Bedia, quienes hicieron un “arte povera” a destiempo y fuera de la isla por gusto y no por necesidad.
[3] Cfr. “Déjame que te cuente. Antología de la crítica en los ochenta“, trabajo de Margarita González, Tania Parson y José Veigas. Artecubano Ediciones, La Habana, 2002)
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