martes, 21 de septiembre de 2010

Jorge Cázares: pintor de paisajes morelenses


Yendo de lo general a lo particular, diré que Jorge Cázares Campos es reconocido por su trabajo promovido por la Cerillera La Central hace más de dos décadas. Jalando el hilo de la tradición, sus muy afortunados paisajes llegaron a miles de hogares llevado la representación de la naturaleza morelense a cumbres muy elevadas, porque como se puede ver, no es la realidad visual su afán básico, sino penetrar en un mundo de esencias donde la vida surge, donde eros reina sobre tánatos. Como diría Worringer, un afán de buscar un “acercamiento a lo orgánico y vitalmente verdadero...por haberse despertado la sensibilidad para la belleza...y por el deseo de satisfacer esta sensibilidad rectora de la voluntad artística absoluta” 1
Escribí hace años un texto que se convirtió luego en el único libro crítico sobre su obra. Allí decía yo que actualmente, no son muchos los creadores mexicanos que exploran el hecho de la belleza natural a partir de su totalidad, originalidad y grandeza. Sólo unos cuantos, siguiendo la tradición mexicana del siglo XIX y principios del XX, que fue grandiosa en este aspecto, han abordado en épocas recientes el asunto del paisaje apelando a nuestra capacidad de gozo o de asombro sin caer en las complacencias del decorativismo o sin incurrir en argucias intranscendentes, como las de las estrategias ramplonas de mercado: el olor a pino viene envasado como aromatizante, “mountain dew” es un refresco, “sunny delight” es un jugo, etc.

Así como el vivir de manera natural ha perdido su preeminencia en la experiencia humana, así también la ha perdido en el arte. Ello no significa que las protestas por lo que se ha hecho con el mundo a raíz de la era industrial y tecnológica estén ausentes del discurso actual del arte. Por el contrario, muchas propuestas parten de este asunto: el land art, el arte conceptual, la nueva figuración, la transvanguardia y hasta el neomexicanismo comparten cada una su manera, esta preocupación pero la vía que transitan es la de la deconstrucción, la abstracción, la protesta y la ruptura de cánones artísticos. Para muchas de las propuestas actuales en torno al paisaje, lo general es lo primario y el sitio representado, la particularidad de cada asunto natural, queda en segundo término o desaparece. La vía de la ventana abierta hacia el exterior; la pintura figurativa, representativa, naturalista, aquella que llena las salas de muchos museos porque apela a lo más esencial del hombre se produce hoy en menor medida. 2

Surge en la crítica de arte contemporáneo el término heterotopía para referirse a la creación de un paisaje en el que el artista desearía vivir o transformar su entorno. Desde ahí quiero comentar hoy que el mural de su autoría recientemente inaugurado en el Palacio de Gobierno de esta ciudad de Cuernavaca es un prodigio técnico que merece una y mil visitas. Que construido a partir de fragmentos y esencias introyectadas, la escena natural recreada es de una belleza suprema por el milagro de la entrega al detalle.

Confieso que me molestan los personajes que aparecen en los primeros planos. Dedicado a los festejos del bicentenario de nuestra independencia el mural fue “decorado” con la presencia de algunos personajes históricos cargados del dinamismo propio de la narrativa histórica y eso está bien en tanto el mural transportable cumple una función didáctica, pero por favor, fíjese usted en la atmósfera dorada y en los miles de planos que nos invitan a transitar con un ritmo sosegado hacia el fondo. Sienta el cielo cargado de brisas y olores. Piérdase en la tierra, palpe la rugosidad de la roca y del tronco añoso que habitan la escena. No se lo pierda. Recupérese de tanta fruslería que nos proponen los medios de comunicación centrados en la visualidad plana dejándose llevar por el amor que puede despertar la reflexión estética. Ω

1W. Worringer, Abstracción y naturaleza, p. 41
2Al respecto, resulta muy interesante sondear el mercado de exposiciones en busca de muestras dedicadas al análisis de este género pictórico. En nuestro país, y con excepción de 4 o 5 colecciones permanentes en las que se más o menos se puede seguir la historia de este género, una muestra temporal dedicada al paisaje mexiquense en 1995 y dos exhibiciones presentadas hace unos cinco años en el capitalino Museo de Arte Moderno, se le ha brindado poca atención a esta vertiente, mientras que en Estados Unidos (la Escuela del Hudson River marcó a varias generaciones de adeptos y sus influencias son notables hasta la fecha), Canadá y algunos países del norte de Europa se le dedican salas continuamente a la producción paisajística.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Da Vinci vs. Ingres


Me postré, la semana pasada frente a una pintura interesantísima no sólo por su contenido manifiesto: el último suspiro del anciano Leonardo da Vinci en su cama, siendo sostenido en una posición muy incómoda por el Rey Francisco I de Francia, acompañados ambos por 5 personas más en la habitación del castillo en el que vivió sus últimos años el pintor, cerca de Ambiose; sino por el contenido latente de la obra, me refiero al hecho de que salida de la mano de Jean Dominique Ingres, la obra puede leerse como la puesta en escena del “conflicto” entre las concepciones de lo que debe ser la pintura para cada uno de los artistas involucrados. Se trataría, en este caso, de la metáfora visual de la prevalencia de lo dibujístico sobre lo pictórico e Ingres estaría “matando” a Leonardo simbólicamente.
Expuesta dentro de la muestra colectiva titulada “Drama and Desire: artists and the theatre”, en la Galería de Arte de Ontario, Canadá, el pequeño óleo de 40 x 50 cm, pintado en 1818 (habitualmente expuesto en el Petit Palais), pretende en el contexto de la misma hacer evidentes los intereses de los artistas en la representación del pathos, en demostrar que la pulsión actoral ha influido desde tiempos inmemoriales en los artistas visuales, quienes representan (nótese la importancia de la palabra en este doble contexto) a sus personajes no con en una actitud corporal normal, sino obedeciendo a una gestualidad acentuada.
Tal lectura de las piezas incluidas en la exposición me parece fascinante toda vez que solemos dar por hecho que sólo los artistas barrocos martirizaron en exceso a sus personajes con la intención de atraer fieles, siendo que desde los mitos griegos nos encontramos con la idea del drama y el “Wunsch” (deseo, anhelo entendido en términos freudianos) representados, escenificados, actuados, patetizados. Somos morbosos y nos atraen los deseos y emociones de los demás.

Leonardo da Vinci (Vinci, 1452 - Amboise, 1519 ) es considerado el padre de la pintura renacentista por derecho propio. Insistió el mismo, en la importancia de la perspectiva aérea, que es aquella cualidad nos hace percibir tendiendo a lo azul los planos más alejados del paisaje. Dicho de otro modo, las montañas van cambiando de coloración a medida que se alejan, pasan de los cafés y verdes a lo azul. Por otro lado, en el famoso retrato de Mona Lisa del Giocondo, Leonardo pinta además empleando el sfumato, es decir, mezcla la pintura o hace borrosos los límites entre las zonas de colores diversos para lograr atmósfera. Por esto y por el interés del pintor en el color, Leonardo viene a representar en la historia de la pintura al equipo de los pintores, más que a los dibujantes.

Por su parte, Ingres (Montauban, 1780 – París, 1867) es considerado el padre de los pintores interesados en destacar la importancia del dibujo como estructura o soporte de la pintura. Sus retratos nos dan la idea de esculturas más que de personajes de carne y hueso, sus zonas de color son casi planas y en los espacios que representa se entienden perfectamente los límites entre los objetos. A Ingres le interesaba la claridad de la imagen y evidenciar el proceso creativo basado en la planeación de la pieza y su esqueleto fue su principal propuesta artística.
No digo más, que siendo tema de pintores para pintores, la representación de la muerte de un pintor por otro pintor, adquiere lecturas significativas interesantísimas que van más allá de lo anecdótico; inciden en los terrenos de la teoría del arte y del psicoanálisis y esto me parece mágico en una época en la que los discursos sobre el arte insisten en la muerte de la pintura y en conceptualismos ñoños. Ω
La muerte de Leonardo da Vinci, Ingres, 1818, óleo sobre tela, 40 x 50 cm, Petit Palais, París.